ROMA, domingo 8 julio 2012 (ZENIT.org).- «Papúa se ha convertido en una tierra de opresión, un lugar de traumatismo colectivo donde reinan el duelo y la sangre», declaró durante una rueda de prensa, el 27 de junio en Jakarta, el reverendo Benny Giay, presidente del Sínodo de las Iglesias cristianas de Papúa (Ketua Synode Kingmi di Tanah Papua) y líder carismático de la Iglesia Cristiana Papúa (Kingmi Church).
Afirmando que los papúes viven desde ahora en un miedo permanente –informa la agencia Eglises d’Asie–, llamó a la comunidad internacional a intervenir para terminar la represión y parar las violencias que crecen en la región.
Desde el pasado mayo, los asesinatos se multiplicaron en Papúa occidental, provincia de Indonesia, donde las exigencias de impuestos de los militares sobre las poblaciones papúes son regularmente denunciados por las ONG y las Iglesias cristianas. En ambas provincias de Papuasia, que cuentan una mayoría de cristianos (esencialmente protestantes), las Iglesias están muy comprometidas en la defensa de los derechos de los autóctonos, y por esta razón son sospechosas abiertamente para Jakarta de servir de tapadera a las organizaciones separatistas.
Fué la muerte de un niño papú el 6 de junio a Honelama, pueblo de Wamena, la que puso en marcha la serie más importante de motines hasta ahora en la región. Según diferentes fuentes difíciles de confirmar debido a la prohibición hecha a los periodistas extranjeros de penetrar en Papuasia, el niño de tres años habría muerto después de haber sido atropellado por dos militares que iban en moto a los cuales les habría atacado la población, que habría matado a uno de ellos, dejando al otro gravemente herido. La misma tarde, en represalia, centenares de militares del batallón de Wamena habrían atacado a Honelama, pero también a Wamena y las localidades de alrededor, incendiando una centena de casas y matando a un número todavía indeterminado de civiles, entre los cuales varios niños (el Jakarta Post avanzó algunos días más tarde la cifra de una docena de víctimas, un balance confirmado el 1 de julio por las ONG).
Después de haber negado el ataque al principio, el portavoz del ejército de la provincia acabó por reconocer los hechos el último 12 de junio, precisando que los militares habían solamente «reaccionado en su respuesta a los actos criminales cometidos por ciertos elementos en la región». Después de una declaración casi similar, el presidente indonesio Susilo Bambang Yudhoyono calificó de «actos aislados y poco inquietantes» los otros ataques de los que se acababa de informar, como los tiroteos mortales (por lo menos siete a en algunos días) en la ciudad de Jayapura, la capital de Papuasia occidental.
Desde los primeros motines, las Iglesias han activado sus redes para intentar frenar la espiral de violencia. El 10 de junio, monseñor Leo Laba Ladjar, obispo católico de Jayapura, acogió en su centro diocesano a diferentes jefes religiosos entre los que estaban el reverendo Albert Yoku, presidente del sínodo de las Iglesias cristianas evangélicas en Papúa (Gereja Kristen Indonesia, GKI), el reverendo Lipiyus Binilux, el reverendo Herman Saud así como responsables musulmanes como Abdul Dudung Koha del Consejo de los ulemas indonesios (Majelis Ulama Indonesia, MUI) por Jayapura. Al final de la reunión, los responsables religiosos publicaron una declaración común que condenaba las violencias recientes y afirmaba su voluntad común de trabajar por «una cultura de paz, de amor y de tolerancia».
Representantes de las Iglesias cristianas papúes paralelamente fueron a Jakarta para pedirle al gobierno terminar los excesos de los militares en Papúa. Entre ellos, el reverendo Sócrates Yoman, presidente de la Alianza de las Iglesias Bautistas de Papúa, una de las denominaciones más importantes protestantes de la región, ha visitado a las diferentes embajadas extranjeras con el fin de convencerlas para intervenir. «Sólo una intervención internacional podrá poner fin al sufrimiento de los papúes», declaraba el pasado 12 de junio en Radio Australia. «El estatuto de autonomía especial fue suspendido (…) Y queda sólo una vía posible, la del diálogo, con un mediador neutro». Presionando al gobierno a actuar rápidamente con el fin de impedir la radicalización inevitable de los jóvenes papúes «si las violaciones de los derechos humanos continuaban», el reverendo Sócrates llamó a las Naciones Unidas a intervenir y a permitir la autodeterminación de los pueblos autóctonos de Papúa.
Pero estas llamadas al diálogo han sido barridas rápidamente por la nueva oleada de violencia, puesta en marcha con la muerte el 14 de junio, de Mako Tabuni, independentista y vicepresidente del Comité nacional de Papúa Occidental (KNPB) abatido por el ejército indonesio en Waena. Según el jefe de la policía de Papúa occidental, el líder melanesio había intentado resistirse a su detención y estaba armado. Una versión desmentida por sus militantes y los testigos que afirman que «Tabuni ha sido abatido de lejos, cuando caminaba por la calle, por un tirador escondido en un coche» (…). Su muerte era «una ejecución» y para justificarla, «el ejército y la policía afirmaron que el era responsable de los últimos tiroteos, mientras que nosotros sabemos quienes son los verdaderos autores», declaró el pasado 15 de junio, Marthen Goo, a la cabeza de National Papuan Solidarity.
El anuncio de la muerte de Tabuni inmediatamente provocó nuevos motines, particularmente en Jayapura donde una muchedumbre de papúes venidos de las montañas habrían incendiado comercios y atacado a los colonos provocando, según la policía, la muerte de una persona e hirieron otras cuatro. En el momento de la inhumación del militante dos días más tarde, centenares de personas siguieron el ataúd envuelto con la Morning Star (Estrella de la Mañana)», la bandera prohibida, y esto a pesar del importante despliegue policial.
Desde el lunes siguiente, el 18 de junio, se señaralaron de nuevo enfrentamientos mortales entre las poblaciones papúes y las fuerzas del orden. Esta última oleada de violencia, parece reforzarse hoy, mientras que las delegaciones indonesias, los jefes religiosos papúes, y los representantes del Consejo y de la Asamblea de Papúa, multiplican los encuentros en Jakarta y en Papúa occidental.
El martes, 26 de junio, el secretario general del World Council of Churches (WCC), reverendo Olav Fykse Tveit, venido a Indonesia para encontrarse con los principales dirigentes de las Iglesias cristianas y reiterar el apoyo de su organización a «su lucha por los derechos humanos con el pueblo de Papúa», pidió «que parase inmediatamente la violencia y la impunidad» y llamando él también, a la comunidad internacional a actuar. Pero según Richard Chauvel, especialista de Papúa y maestro de conferencias en la Universidad Victoria en Melbourne, las esperanzas de una intervención internacional son mínimas. «No nos tapemos los ojos; las últimas declaraciones del presidente, que calificó los tiroteos, como ‘actos de poca importancia’, no son las de un hombre político de dispuesto a acoger una intrusión extranjera…”.
Los disturbios todavía podrían aumentar en intensidad si se cree a la declaración hecha recientemente por la OPM (Organización para Papúa Libre), que desafió al gobierno que le impedía desplegar la Morning Star el 1 de julio con el fin de celebrar el aniversario de la creación de su rama armada, el TNP. Los independentistas advirtieron que velarían para que la bandera ondeara hasta el 3 de julio y «desaconsejando a cualquiera salir de su casa» durante este período. La policía replicó que por su parte «pondría en ejecución todo» para impedir el despliegue de la Mornig Star.
Traducido del original francés por Raquel Anillo