Por Luca Marcolivio
BRESSO, domingo 3 junio 2012 (ZENIT.org).- A las 10 horas en el aeródromo de Bresso, los peregrinos son 850.000, sin contar a los que se han quedado fuera de las diez entradas, por un total de cerca de un millón. El cielo está más nublado que en días pasados pero el clima sigue siendo de fiesta.
Muchas familias, incluso con niños pequeños, han velado al aire libre en sus sacos de dormir en la inmensa área verde. Hay quien se ha despertado antes del alba, afrontando hasta cuatro horas de camino. Todo por amor al papa y a la Iglesia.
En el escenario central, se suceden las imágenes de los pasados Encuentros Mundiales de las Familias, con la querida figura de Juan Pablo II en primer plano.
A las 10,20, con las notas del canto de entrada, el papa Benedicto XVI y la nutrida delegación de obispos concelebrantes se dirigen al escenario para la celebración eucarística final.
Dirigiéndose al santo padre, el cardenal arzobispo de Milán, Angelo Scola, proclama: «la presencia física de su santidad, en estos días extraordinarios hace brillar la universalidad de la Iglesia aquí convocada por todas las diócesis del mundo».
El purpurado subraya luego «la respuesta convencida y generosa de la sociedad civil» al evento, recordando también «el dolor y las incertidumbres» que están afligiendo en estos días, «los hermanos golpeados por los recientes terremotos en Emilia Romaña y en Lombradía», merecedores de «nuestra oración» y de «nuestra concreta solidaridad».
Hoy se celebra, en la solemnidad de la Santísima Trinidad y no casualmente, la familia imagen de la Trinidad Divina es el momento clave de la homilía de Benedicto XVI. San Ambrosio, patrono de Milán, ciudad anfitriona del Encuentro Mundial, define como “sacrarium Trinitatis”, a la “familia de Dios”.
La “comunión con Dios y entre nosotros» hay que vivirla «sobre el modelo de la trinitaria», explicó Benedicto XVI. El amor recíproco significa compartir «alegrías y sufrimientos, aprendiendo a pedir y conceder el perdón, valorizando los diversos carismas bajo la guía de los pastores».
Las comunidades eclesiales deben ser, por tanto, «cada vez más familia», reflejando «la belleza de la Trinidad» y evangelizando «no solo con la palabra, sino diría por ‘irradiación’, con la fuerza del amor vivido».
El hombre y la mujer, añadió el papa, han sido creados «con igual dignidad pero también con características propias y complementarias, para que los dos fueran son el uno para el otro, se valoraran recíprocamente y realizaran una comunidad de amor y de vida».
Para los esposos, vivir el matrimonio no significa compartir «cualquier cosa o cualquier actividad sino la vida entera». El amor es fecundo para los mismos esposos, para la realización del bien recíproco, en el que se experimenta la «alegría del recibir y del dar» y para la «procreación, generosa y responsable, de los hijos, en su cuidado premuroso y en la educación atenta y sabia».
El amor conyugal es fecundo también para la sociedad, porque en la familia se aprenden «el respeto de las personas, la gratuidad, la confianza, la responsabilidad, la solidaridad, la cooperación».
En un mundo «dominado por la técnica», hay que transmitir a los hijos «con serenidad y confianza» también «las razones para vivir, la fuerza de la fe», y hay que proyectarles «metas altas», sosteniéndoles en las fragilidades. También para los hijos el respeto y el «profundo afecto» por padres, hermanos y hermanas, puede convertirse en una oportunidad para crecer en el amor».
Cristo y la familia de Nazaret siguen siendo el punto de referencia principal en la acogida del amor de Dios y, precisamente por esto, es justo invocarles y rezarles.
En familia se aprende a «estar dispuestos al servicio» y «pacientes con los defectos de los demás», a «perdonar y pedir perdón», sin olvidar estar abiertos a las «otras familias» y «a los pobres».
Como ya aludió ayer por la tarde, durante los coloquios con las familias, el papa subrayó la cercanía de la Iglesia a aquellos fieles que «aún compartiendo las enseñanzas de la Iglesia sobre la familia, están marcados por experiencias dolorosas de fracaso y de separación».
«Sabed que el papa y la Iglesia os sostienen en vuestra fatiga –exhortó el santo padre–. Os animan a permanecer unidos a vuestras comunidades, mientras auguro que las diócesis realicen adecuadas iniciativas de acogida y cercanía».
Dado que en el Génesis ha confiado su creación a la primera pareja, al hombre y a la mujer, Dios pide «transformar el mundo, a través el trabajo, la ciencia y la técnica». Y si bien hoy prevalece una «concepción utilitarista del trabajo», no se puede concurrir desde la «lógica unilateral de la utilidad propia y del máximo beneficio» «a un desarrollo armónico, al bien de la familia y a edificar una sociedad más justa».
Al contrario, la “mentalidad utilitarista” daña las relaciones interpersonales y familiares «reduciéndolas a convergencias precarias de intereses individuales y minando la solidez del tejido social».
Un último pensamiento lo dedicó el santo padre al tercer elemento del tema del Encuentro Mundial de este año: la fiesta. Para nosotros cristianos, dijo, el domingo, día del Señor es nuestra «Pascua semanal». Es tanto el día de la «mesa de la Palabra y del Sacrificio Eucarístico», como «el día del hombre y de sus valores: convivialidad, amistad, solidaridad, cultura, contacto con la naturaleza, juego, deporte».
«¡Queridas familias, aún en los ritmos trepidantes de nuestra época, no perdáis el sentido del Día del Señor!, añadió Benedicto XVI exhortando a los fieles a no olvidar nunca la participación en la Misa dominical como un «oasis en el que detenerse para saborear la alegría del encuentro y apagar nuestra sed de Dios».Los tres «dones de Dios» de la familia, del trabajo y de la fiesta «deben encontrar un armónico equilibrio». Armonizar estas tres dimensiones fundamentales de nuestra existencia «es importante para construir sociedades de rostro humano».
«En esto privilegiad siempre la lógica del ser respecto a la del tener: la primera construye, la segunda acaba por destruir. Hay que educarse en creer, antes de todo en familia, en el amor auténtico, el que viene de Dios y nos une a El», concluyó el pontífice.