El papa comenzó a darse cuenta –era el miércoles 13 de marzo durante el almuerzo– de que podría llegar a ser elegido. Sintió que le envolvía una inexplicable y profunda paz y consolación interior, junto con una oscuridad total que dejaba en sombras el resto de las cosas. Y que estos sentimientos le acompañaron hasta su elección. Francisco, en una entrevista concedida Antonio Spadaro S.J., habla sobre sí mismo, sobre su sentirse jesuita, la Compañía, el gobierno de la Iglesia y las reformas, el hombre, la oración… Seis horas de diálogo, en las que se puede descubrir un poco más sobre el papa ‘llegado desde el final del mundo’.
“No me reconocía a mí mismo cuando comencé a responder a los periodistas que me lanzaban sus preguntas durante el vuelo de vuelta de Río de Janeiro”, le comenta el papa al director de la revista Civiltá Cattolica, que parte con la primer pregunta: ¿Quién es Jorge Mario Bergoglio?, a lo que el santo padreresponde: “Bueno, quizá podría decir que soy despierto, que sé moverme, pero que, al mismo tiempo, soy bastante ingenuo. Pero la síntesis mejor, la que me sale más desde dentro y siento más verdadera es esta: “Soy un pecador en quien el Señor ha puesto los ojos”. Y repite: “Soy alguien que ha sido mirado por el Señor. Mi lema, ‘Miserando atque eligendo’, es algo que en mi caso, he sentido siempre muy verdadero”.
Sobre su elección de ser jesuita, Francisco responde que de la Compañía le impresionan tres cosas: su carácter misionero, la comunidad y la disciplina. Y esto es curioso, porque yo soy un indisciplinado nato, nato, nato. Pero su disciplina, su modo de ordenar el tiempo, me ha impresionado mucho”. También destacada la vida de comunidad ya que no se ve como un sacerdote solo, y así reitera su decisión de quedarse a vivir en Santa Marta: «Necesito vivir mi vida junto a los demás”.
Hablando sobre lo que para un jesuita significa ser papa, explica que “el discernimiento es una de las cosas que Ignacio ha elaborado más interiormente. Para él, es un instrumento de lucha que permite conocer mejor al Señor y seguirlo más de cerca». Al respecto, añade que «son muchos por ejemplo, los que creen que los cambios y las reformas pueden llegar en un tiempo breve. Yo soy de la opinión de que se necesita tiempo para poner las bases de un cambio verdadero y eficaz. Se trata del tiempo del discernimiento». Así mismo subraya el pontífice, las decisiones que toma, incluso las de la vida normal como puede ser usar un coche modesto, van unidas a un discernimiento espiritual y que «el discernimiento en el Señor me guía en mi modo de gobernar”.
Habla también sobre la experiencia de gobierno y sobre la experiencia previa que tuvo como superior en la Compañía “En mi experiencia de superior en la Compañía, si soy sincero, no siempre me he comportado así, haciendo las necesarias consultas. Y eso no ha sido bueno. Mi gobierno como jesuita, al comienzo adolecía de muchos defectos. Corrían tiempos difíciles para la Compañía: había desaparecido una generación entera de jesuitas. Eso hizo que yo fuera provincial aún muy joven. Tenía 36 años: una locura. Había que afrontar situaciones difíciles y yo tomaba mis decisiones de manera brusca y personalista. Es verdad, pero debo añadir una cosa: cuando confío algo a una persona, me fío totalmente de esa persona. Debe cometer un error muy grande para que yo la reprenda. Mi forma autoritaria y rápida de tomar decisiones me ha llevado a tener problemas serios y a ser acusado de ultraconservador. Tuve un momento de gran crisis interior estando en Córdoba. No habré sido ciertamente como la beata Imelda, pero jamás he sido de derecha. Fue mi forma autoritaria de tomar decisiones la que me creó problemas”.
El papa habla de esto y se sincera de esta forma para dar a entender algo: “Todo esto que digo es experiencia de la vida y lo expreso por dar a entender los peligros que existen. Con el tiempo he aprendido muchas cosas. El Señor ha permitido esta pedagogía de gobierno, aunque haya sido por medio de mis defectos y mis pecados».
Y concretizando sobre el gobierno actual de la Iglesia cree que consultar es muy importante: «los consistorios y los sínodos, por ejemplo, son lugares importantes para lograr que esta consulta llegue a ser verdadera y activa. Lo que hace falta es darles una forma menos rígida. Deseo consultas reales, no formales. La consulta a los ocho cardenales, ese grupo consultivo externo, no es decisión solamente mía, sino que es fruto de la voluntad de los cardenales, tal como se expresó en las Congregaciones Generales antes del Cónclave. Y deseo que sea una consulta real, no formal”.
¿Y sobre el sentir de la Iglesia? El papa dice que “una imagen de Iglesia que me complace es la de pueblo santo, fiel a Dios» y añade que «la pertenencia a un pueblo tiene un fuerte valor teológico: Dios, en la historia de la salvación, ha salvado a un pueblo. No existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo. Nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad humana. Dios entra en esta dinámica popular”. A este punto, habla de la santidad cotidiana, «una ‘clase media de la santidad’ de la que todos podemos formar parte».
La Iglesia es fecunda, debe serlo, dice el papa. Y reconoce que cuando percibe comportamientos negativos en ministros de la Iglesia o en consagrados o consagradas, lo primero a lo que piensa es ‘un solterón’, o ‘una solterona’. «No son ni padres ni madres. No han sido capaces de dar vida. Y en cambio por ejemplo, cuando leo la vida de los misioneros salesianos que fueron a la Patagonia, leo una historia de vida y de fecundidad”, explica Francisco.
Sobre la Iglesia que el papa sueña, comenta: “Veo con claridad que la Iglesia hoy necesita con mayor urgencia la capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad. Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto. Curar heridas, curar heridas… Y hay que comenzar por lo más elemental”.
Y prosigue «yo sueño con una Iglesia madre y pastora. Los ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro. Dios es más grande que el pecado. Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir, vienen después. La primera reforma debe ser la de las actitudes».
Y profundiza en este concepto señalando que “tenemos que anunciar el Evangelio en todas partes, predicando la buena noticia del Reino y curando, también con nuestra predicación, todo tipo de herida y cualquier enfermedad». Recuerda Francisco que rn Buenos Aires «recibía cartas de personas homosexuales que son verdaderos ‘heridos sociales’, porque me dicen que sienten que la Iglesia siempre les ha condenado. Pero la Iglesia no quiere hacer eso. Durante el vuelo en que regresaba de Río de Janeiro dije que si una persona homosexual tiene buena voluntad y busca a Dios, yo no soy quién para juzgarla. Al decir esto he dicho lo que dice el Catecismo. La religión tiene derecho de expresar sus propias opiniones al servicio de las personas, pero Dios en la creación nos ha hecho libres: no es posible una injerencia espiritual en la vida personal. Una vez una persona, para provocarme, me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad. Yo entonces le respondí con otra pregunta: ‘Dime, Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena?’. Hay que tener siempre en cuenta a la persona. Y aquí entramos en el misterio del ser humano. En esta vida Dios acompaña a las personas y es nuestro deber acompaña
rlas a partir de su condición. Hay que acompañar con misericordia. Cuando sucede así, el Espíritu Santo inspira al sacerdote la palabra oportuna”.
Continúa explicando que «no podemos seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible. Yo he hablado mucho de estas cuestiones y he recibido reproches por ello. Pero si se habla de estas cosas hay que hacerlo en un contexto. Por lo demás, ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia, pero no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar».
Otro punto afrontado en la entrevista son los dicasterios romanos, a lo que Francisco dice que «están al servicio del Papa y de los obispos: tienen que ayudar a las Iglesias particulares y a las conferencias episcopales. Son instancias de ayuda. Pero, en algunos casos, cuando no son bien entendidos, corren peligro de convertirse en organismos de censura. Impresiona ver las denuncias de falta de ortodoxia que llegan a Roma. Pienso que quien debe estudiar los casos son las conferencias episcopales locales, a las que Roma puede servir de valiosa ayuda. La verdad es que los casos se tratan mejor sobre el terreno. Los dicasterios romanos son mediadores, no intermediarios ni gestores”. Y explica también que “debemos caminar juntos: la gente, los obispos y el papa. Hay que vivir la sinodalidad a varios niveles. Quizá es tiempo de cambiar la metodología del sínodo, porque la actual me parece estática. Eso podrá llegar a tener valor ecuménico, especialmente con nuestros hermanos ortodoxos. De ellos podemos aprender mucho sobre el sentido de la colegialidad episcopal y sobre la tradición de sinodalidad».
El papel de la mujer en la Iglesia también fue un tema afrontado en el vuelo papal de Río de Janeiro, por eso el papa recuerda que «la Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer y el papel que ésta desempeña. La mujer es imprescindible para la Iglesia. María, una mujer, es más importante que los obispos. Digo esto porque no hay que confundir la función con la dignidad. Es preciso, por tanto, profundizar más en la figura de la mujer en la Iglesia».
Y retomando un tema más personal el papa habla de su forma favorita de orar: “La oración es para mí siempre una oración ‘memoriosa’, llena de memoria, de recuerdos, incluso de memoria de mi historia o de lo que el Señor ha hecho en su Iglesia o en una parroquia concreta. Para mí, se trata de la memoria de que habla san Ignacio en la primera Semana de los Ejercicios, en el encuentro misericordioso con Cristo Crucificado. Y me pregunto: ‘¿Qué he hecho yo por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo?'»