Por Renzo Allegri
ROMA, viernes 5 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- El 7 de noviembre, Benedicto XVI dedicará en Barcelona la basílica Sagrada Familia, una de las maravillas de la época moderna, ideada por el arquitecto Antonio Gaudí, del cual está en curso el proceso de beatificación.
Los días 6 y 7 de noviembre, Benedicto XVI estará en España para su segundo viaje apostólico en esa nación. Habrá dos etapas: el 6, en Santiago de Compostela, para rendir homenaje al apóstol Santiago, evangelizador de España, del cual se celebra el Año Jubilar, y el día después, 7 de noviembre, irá a Barcelona para presidir el solemne rito de dedicación del templo de la Sagrada Familia, la célebre obra maestra de Antonio Gaudí, monumento símbolo de Barcelona y de Cataluña.
La Sagrada Familia, cuyo nombre exacto es Templo Expiatorio de la Sagrada Familia, es una de las mayores obras maestras arquitectónicas modernas. Los trabajos para la construcción comenzaron hace 127 años, pero todavía no han acabado. Se prevé que terminen hacia el 2030. Pero aunque incompleta, esta “catedral” ya es una de las maravillas admiradas por todo el mundo, declarada por la UNESCO patrimonio de la humanidad: el único monumento que atrae cada año a más de dos millones de turistas.
Más allá de su valor artístico, enorme, la Sagrada Familia tiene un profundo significado religioso. Fue ideada, como las míticas catedrales de la Edad Media, para ser sobre todo un extraordinario monumento a la fe, un tratado teológico, un libro de piedra que explica a Dios, la creación, la historia del hombre. Su autor, Antonio Gaudí, genial arquitecto y también santo singular, ha “materializado” en esta obra suya, a la cual dedicó cuarenta años de su vida, la concepción teológica de iglesia, es decir, “lugar de la celebración de la eucaristía y del culto”, concepto que ha conquistado la admiración de Benedicto XVI, que desde siempre lo sostiene en sus directivas litúrgicas. Dentro de la Sagrada Familia, de hecho, no hay representado, ni siquiera en las capillas laterales, nada que pueda distraer la atención del altar, del tabernáculo, de la misa. Las únicas tres imágenes presentes son la cruz, es decir Jesús hombre-Dios, su madre la Virgen María y san José, es decir, las dos personas que, con Él, forman la Sagrada Familia.
Las representaciones ilustrativas, con innumerables imágenes y símbolos, están todas en el exterior del templo y tejen una historia inmensa de todo el misterio cristiano, según el ciclo del año litúrgico. Además de las figuras de los santos, episodios bíblicos y escritos religiosos, Gaudí quiso enriquecer cada detalle con símbolos, emblemas, elementos de la flora y la fauna catalana, para que este templo fuera lo más representativo posible del pueblo. Decía: “Mi obra está en las manos de Dios y en la voluntad del pueblo”.
El simbolismo es la esencia principal de la Sagrada Familia. La reviste, la faja, presentándose en todos los lugares y en todas sus posibles formas. Un simbolismo fuerte, “parlante”, de tipo dantesco. El cardenal Francesco Ragonesi, que de 1913 a 1921 fue nuncio apostólico en España, cuando fue a visitar el taller de la Sagrada Familia, quedó muy impresionado por este simbolismo y le dijo a Gaudí, que le ilustraba el proyecto: “Usted es el Dante de la arquitectura”.
“Antonio Gaudí se dedicó por completo a esta obra maestra”, dice el padre Lluís Bonet i Armengol, párroco de la Sagrada Familia. “Cuando recibió el encargo de este trabajo, Gaudí era un joven arquitecto, pero ya muy famoso. Poco a poco, trabajando en este proyecto, se implicó en él hasta el punto de abandonar todas las demás tareas que le daban fama y riqueza, para dedicarse completamente a esta obra inmensa con la que quería celebrar a Dios en el transcurso de los siglos”.
El padre Lluís Bonet i Armengol es hijo de un famoso arquitecto que conoció a Gaudí y trabajó con él y, además de ser párroco de la Sagrada Familia, es también el vicepostulador de la causa de beatificación de Gaudí.
“En 1992 -explica-, un grupo de católicos de Barcelona fundaron la Asociación Pro Beatificación de Antonio Gaudí. Se recogió una amplia documentación informativa y el 18 de abril de 1998, el cardenal de Barcelona me nombró vicepostulador de la causa. El proceso diocesano prosiguió rápidamente y se concluyó el 13 de mayo de 2003. Ahora las actas están en Roma, en la Congregación para las Causas de los Santos, donde el proceso continúa. El hecho de que el Papa en persona haya querido venir a Barcelona para celebrar el rito de la dedicación de la Sagrada Familia hace esperar que el proceso de beatificación del autor de esta obra maestra pueda concluirse cuanto antes”.
La iglesia, cuando se acabe, probablemente resultará ser la basílica más grande del mundo. Actualmente, está realizada en un 60%. Están listas la nave central, el pavimento, las vidrieras, el altar mayor y el baldaquino. Para la llegada del Papa, cerca de 7.000 fieles podrán acceder al interior de la basílica sobre una superficie de 4.500 metros cuadrados.
La Sagrada Familia tiene tres grandes fachadas, a las que Gaudí dio los nombres de Natividad, Pasión y Gloria, cada una, con tres puertas que simbolizan las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.
La fachada de la Natividad se encuentra orientada a la salida del sol y representa la vida. Es de estilo gótico, con infiltraciones modernistas, innumerables elementos de la naturaleza, de flora y fauna, tortugas, caracoles, gansos, gallos y búhos que hacen que la obra esté llena de vitalidad.
La fachada de la Pasión recuerda la pasión y muerte de Jesús y celebra la desolación, el dolor: se presenta desnuda, con formas simples y adornos flacos, que recuerdan al otoño y al invierno.
La tercera puerta, de la Gloria, que todavía no está acabada, está orientada a mediodía y celebra al hombre en la creación.
La parte alta de la basílica recuerda un bosque con grandes árboles que se elevan hacia el cielo. La idea fundamental de la inspiración arquitectónica de Gaudí estaba ligada a la naturaleza. A través del estudio de sus formas, que son orden y belleza, la naturaleza conduce a Dios Creador. “Mi maestro es el árbol del jardín frente a mi ventana”, decía Gaudí. “Todo deriva del gran libro de la naturaleza”.
“Gaudí desarrollaba su actividad de arquitecto con un espíritu profundamente religioso, imbuido de oración y adoración -dice el padre Lluís Bonet-. Según él, la creación querida por Dios no está acabada, sino que continúa a través de las criaturas que trabajan en el espíritu de Dios”. Decía: “Todos lo que buscan las leyes de la naturaleza para modelar nuevas obras, colaboran con el Creador”.
El cardenal Ricardo María Carles Gordó, que, como arzobispo de Barcelona, apoyó mucho la apertura de la causa de beatificación de Gaudí, dice: “Él supo encontrar en la naturaleza nuevas fuentes de inspiración para su arte y así nos mostró sobre todo que la creación es obra del Gran Artista que es el Padre, el cual ha creado todo el mundo como un regalo al Hijo, ‘expresión de su gloria e imagen de su sustancia’”.
Según el proyecto, en la parte alta de la Sagrada Familia hay 18 torres que se elevan hacia el cielo. Torres con forma de aguja, hieráticas, solemnes y de diversas alturas. Doce representan a los doce apóstoles. Cuatro, más elevadas, representan los cuatro evangelistas, y cada una de ellas está coronada por el tradicional símbolo de cada evangelista: el ángel, el buey, el águila y el león. Más alta es la torre dedicada a la Virgen, coronada con una corona de estrellas. Y finalmente, la torre de Jesús, que supera a todas en altura y está coronada por una gran cruz. Esta torre mide 170 metros y es visible desde muy lejos: de día brilla gracias a los mosaicos de l
os que está compuesta; de noche resplandece por las luces proyectadas desde las demás torres.
“El concepto de familia era fundamental en la mente de Gaudí -explica el padre Lluís Bonet-. Él era un enamorado de Jesús, muy devoto de la Virgen y de san José, es decir, de la Sagrada Familia, que, según él, representaba el núcleo de la fe cristiana, el centro de la creación, el símbolo de la salvación del universo, también desde un punto de vista ecológico”.
Nacido en Reus, en Cataluña, el 25 de junio de 1852, Antonio Gaudí pertenecía a una familia modesta de caldereros, es decir, artesanos que construían objetos fabricados en acero o en cobre. Desde niño, mostró una especial vivacidad intelectual y la familia decidió hacerle estudiar. Durante ocho años, frecuentó la escuela de los escolapios en Reus y después la Escuela de Arquitectura de Barcelona. Para pagarse los estudios, trabajaba afrontando grandes sacrificios. Se licenció en arquitectura en 1878 y rápidamente abrió su pequeño estudio en Barcelona. Los inicios fueron difíciles, pero su genio era prometedor y en poco tiempo llamó la atención como uno de los jóvenes arquitectos más originales e innovadores. Sorprendía y entusiasmaba con ideas bellas y a la vez de vanguardia. Se lo rifaban los empresarios más ricos y, para ellos, Gaudí realizó, no sólo en Barcelona, obras que continúan atrayendo multitud de admiradores.
“Sin embargo era un arquitecto particular -dice el padre Lluís-. No tenía sed de ganancias, ni de gloria, pero ardía de pasión por su trabajo, una pasión que surgía de su profunda fe religiosa y transformaba su trabajo en una continua oración. Dedicaba a Dios toda su obra, y buscaba dejar en ella, incluso aunque fuera una obra civil, un ‘signo’ religioso, una estatua de la Virgen, la cruz y similares. A veces se enfrentaba con quien le había encargado la obra, porque España, a principios del siglo XX, estaba cubierta por un fuerte viento anárquico y un socialismo ateo, anticlerical. Pero nunca se plegó a las modas políticas o ideológicas, prefería perder el trabajo”.
El encargo de la construcción de la Sagrada Familia lo recibió en 1883, cuando tenía 31 años. “Los trabajos ya habían empezado -explica el padre Lluís-. Una asociación de devotos de san José, surgida en 1866, quería construir un templo dedicado a la Sagrada Familia. Pero los dos arquitectos del proyecto inicial no se ponían de acuerdo y fue necesario sustituirlos por un tercero. Fue escogido Gaudí, que era el joven artista emergente”.
“Gaudí, ex asistente de uno de los arquitectos beligerantes, aceptó el encargo y se apasionó con aquel trabajo, que se convirtió en la razón de su vida. Cambió el proyecto inicial por uno nuevo, sorprendente, estudiado hasta en los mínimos detalles. Una obra mastodóntica, que requería una montaña de dinero, pero que en cambio sólo podía contar con las escasas ayudas de la Asociación de San José. Y Gaudí se aferró a ese santo, de quien era muy devoto. Cada día le rezaba, lo proclamó administrador de su obra y antes de morir dijo que la obra había sido realizada por san José”.
“En algunos momentos, cuando el dinero faltaba del todo, Gaudí se transformó en mendicante. Iba por las calles de Barcelona a pedir caridad. Muchos pensaron que estaba loco. No lograban concebir que un hombre de su genio, que habría podido tener enormes riquezas si se hubiera limitado a los proyectos que la rica burguesía le pedía, pensara en cambio sólo en aquel ‘templo’ que quizás nunca podría acabarse”.
“Pero a él no le importaban las habladurías. Con la ayuda de las ofrendas de la gente pobre, continuó construyendo. ‘San José acabará este templo’, decía. ‘En la Sagrada Familia todo es fruto de la Providencia, incluida mi participación como arquitecto’”.
Por desgracia, Gaudí logró llevar a cabo sólo una parte del proyecto. El 7 de junio de 1926, mientras caminaba por la ciudad, fue atropellado por un tranvía. Hospitalizado, murió tres días después, el 10 de junio, y fue sepultado en la cripta de la iglesia que estaba construyendo.
“De la obra había realizado, sin embargo, todos los bocetos y los había ilustrado con miles de diseños y apuntes -explica el padre Lluís-. Sus colaboradores pudieron continuar así la gran empresa. Pero durante la Guerra Civil, el espíritu ateo que dominaba en España llevó a grupos de facinerosos a encarnizarse contra la obra de Gaudí. Destruyeron parte de los bocetos, profanaron la tumba del arquitecto e intentaron demoler el templo en construcción. Acabada la guerra, los modelos, basados en diseños y fotografías, fueron recuperados y el trabajo pudo reanudarse”.
Hoy, Antonio Gaudí está reconocido como uno de los grandes genios de la arquitectura. Le Corbusier lo definió como “el mayor arquitecto en piedra del siglo XX” y Joan Miró, como “el primero entre los genios”. Su fama no está ligada sólo a la Sagrada Familia, sino a muchas otras obras extraordinarias realizadas por él en varias ciudades de España, cuando era joven. Obras que lo han hecho famoso en todo el mundo y atraen a multitudes de turistas.
“Pero no es posible separar el Gaudí-arquitecto del Gaudí-cristiano”, del hombre profundamente religioso -sostiene el padre Lluís-. En las actas del proceso diocesano, están recogidos muchos testimonios de personas que lo conocieron, y todos afirman que fue un gran santo. Una santidad, la suya, clásica y muy sorprendente, dada su profesión y su fama artística; una santidad hecha de oración, de sacrificios, de pobreza, de caridad con los pobres”.
“Aunque era una celebridad, todas las mañanas se levantaba pronto para ir a misa. Saliendo de casa, se acercaba siempre a una estatua de san Antonio a rezar. Su pobreza era absoluta. No tenía ni siquiera para vestirse. Iba como un vagabundo. Cuando acabó bajo el tranvía, no fue reconocido y los servicios de rescate lo llevaron al hospital de la Santa Cruz, un albergue construido para los mendigos. Creyeron que era un vagabundo sin hogar. La noticia de la muerte del gran arquitecto se extendió por la ciudad. En los funerales participó una gran multitud, constituida en gran parte por aquella gente pobre a la que él asistía y ayudaba. Un diario de Barcelona, La Veu de Catalunya, tituló: ¡En Barcelona ha muerto un genio! ¡En Barcelona nos ha dejado un santo! Incluso las piedras lloran”.
“La fama de santidad de Antonio Gaudí siempre estuvo viva en Barcelona. Inmediatamente después de su muerte, fue publicado un libro donde 17 famosos escritores recordaban al gran personaje. Todos destacaban su santidad y uno de los capítulos se titulaba El arquitecto de Dios”.
“Gaudí está sepultado en la cripta de la Sagrada Familia y yo, como párroco de esta iglesia, veo cada día personas que van a esa tumba a rezar y muchas explican haber recibido, por intercesión de Gaudí, gracias extraordinarias”.
[Traducción del italiano por Patricia Navas]