CIUDAD DEL VATICANO, viernes 21 de noviembre de 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap. – predicador de la Casa Pontificia -, a la liturgia del domingo próximo, 23 de noviembre, solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.
XXXIV Domingo del tiempo ordinario
Ezequiel 34, 11-12.15-17; 1 Corintios 15, 20-26a.28: Mateo 25, 31-46
«Serán congregadas ante él todas las naciones»
El Evangelio del último domingo del año litúrgico, solemnidad de Cristo Rey, nos hace asistir al acto concluyente de la historia humana : el juicio universal: «Cuando el Hijo del hombre venga en u gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas ante él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a la derecha y los cabritos a su izquierda».
El primer mensaje contenido en este evangelio no el la forma o el resultado del juicio, sino el hecho de que habrá un juicio, que el mundo no viene de la casualidad y no acabará por casualidad. Ha comenzado con una palabra: «Que exista la luz… hagamos al hombre» y terminará con una palabra: «Venid, benditos… Apartaos de mí, malditos». En su principio y en su final está la decisión de una mente inteligente y de una voluntad soberana.
Este comienzo de milenio se caracteriza por una encendida discusión sobre creacionismo y evolucionismo. Reducida a lo esencial, la disputa opone a quienes, aludiendo –no siempre con razón– a Darwin, creen que el mundo es fruto de una evolución ciega, dominada por la selección de las especies, y aquellos que, aun admitiendo una evolución, ven la obra de Dios en el mismo proceso evolutivo.
Hace unos días tuvo lugar en el Vaticano una sesión plenaria de la Academia Pontificia de las Ciencias, con el tema «Miradas científicas en torno a la evolución del universo y de la vida», con la participación de los más importantes científicos de todo el mundo, creyentes y no creyentes, muchos de ellos premio Nobel. En el programa sobre el evangelio que presento en RaiUno, entrevisté a uno de los científicos presentes, el profesor Francis Collins, jefe del grupo de investigación que ha llevado al descubrimiento del genoma humano. Le pregunté: «Si la evolución es cierta, ¿queda aún espacio para Dios?». He aquí su respuesta:
«Darwin tenía razón en formular su teoría según la cual descendemos de un antepasado común y ha habido cambios graduales en el trascurso de largos periodos de tiempo, pero este es el aspecto mecánico de cómo la vida ha llegado al punto de formar este fantástico panorama de diversidad. No responde a la pregunta sobre el por qué existe la vida. Hay aspectos de la humanidad que no son fácilmente explicables, como nuestro sentido moral, el conocimiento del bien y del mal que a veces nos induce a realizar sacrificios que no están dictados por las leyes de la evolución, que nos sugieren preservarnos a nosotros mismos a toda costa. ¿Esta no es quizás una prueba que nos indica que Dios existe?».
Le pregunté también al profesor Collins si antes había creído en Dios o en Jesucristo. Me respondió: «Hasta los veinticinco años fui ateo, no tenía una preparación religiosa, era un científico que reducía casi todo a ecuaciones y leyes de la física. Pero como médico empecé a mirar a la gente que tenía que afrontar el problema de la vida y de la muerte, y esto me hizo pensar que mi ateísmo no era una idea enraizada. Empecé a leer textos sobre las argumentaciones racionales de la fe que no conocía. En primer lugar, llegué a la convicción de que el ateísmo era la alternativa menos aceptable, y poco a poco llegué a la conclusión de que debe existir un Dios que ha creado todo esto, pero no sabía cómo era este Dios. Esto me movió a llevar a cabo una búsqueda para descubrir cuál era la naturaleza de Dios, y la encontré en la Biblia y en la persona de Jesús. Tras dos años de búsqueda me di cuenta de que no era razonable oponer resistencia, y me he convertido en un seguidor de Jesús».
Un gran autor del evolucionismo ateo de nuestros días es el inglés Richard Dawkins, autor del libro «God Delusion», La desilusión de Dios . Está promoviendo una campaña publicitaria que propone colocar en los autobuses de las ciudades inglesas esta inscripción: «Dios, probablemente, no existe: deja de angustiarte y disfruta de la vida» («There’s probably no God. Now stop worrying and enjoy life»). «Probablemente»: por tanto, ¡no se excluye del todo que pueda existir! Pero si Dios no existe el creyente no ha perdido casi nada, si en cambio existe, el no creyente lo ha perdido todo.
Yo me pongo en el lugar del padre que tiene un hijo discapacitado, autista o gravemente enfermo, de un inmigrante huido del hambre o de los horrores de la guerra, de un obrero que se ha quedado sin trabajo, o de un campesino expulsado de su tierra… Me pregunto cómo reaccionaría a ese anuncio: «Dios no existe: deja de angustiarte y disfruta de la vida».
La existencia del mal y de la injusticia en el mundo es ciertamente un misterio y un escándalo, pero sin fe en un juicio final, resultaría infinitamente más absurda y trágica. En tantos milenios de vida sobre la tierra, el hombre se ha hecho a todo; se ha adaptado a todos los climas, inmunizado contra toda enfermedad. A una cosa no se ha hecho nunca: a la injusticia. Sigue sintiéndola como intolerable. Y a esta sed de justicia responderá el juicio universal.
Éste no será sólo querido por Dios, sino, paradójicamente, también por los hombres, también por los impíos. «En el día del juicio universal, no será sólo el Juez el que bajará del cielo, escribió el poeta Claudel, sino que toda la tierra se precipitará a su encuentro».
La fiesta de Cristo Rey, con el evangelio del juicio final, responde a la más universal de las esperanzas humanas. Nos asegura que la injusticia y el mal no tendrán la última palabra, y al mismo tiempo nos exhorta a vivir de forma que el juicio no sea para nosotros de condena sino de salvación, y podamos ser de aquellos a quienes Cristo dirá: «Venid, benditos de mi Padre, entrad en posesión del reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo».
Traducción del italiano por Inma Álvarez