CIUDAD DEL VATICANO, jueves 16 de octubre de 2008 (ZENIT.org).- El hecho de que haya suficientes alimentos para alimentar a la población mundial demuestra que la lucha contra el hambre es ante todo una cuestión de compromiso ético, considera Benedicto XVI.
Así lo expresa en el mensaje que ha enviado al director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el señor Jacques Diouf, con motivo del Día Mundial de la Alimentación, que se ha celebrado este jueves.
El Papa comenta en su misiva el tema escogido en este año para la jornada, «La seguridad alimentaria mundial: los desafíos del cambio climático y la bioenergía».
«Los medios y los recursos de los que dispone el mundo pueden procurar una alimentación suficiente para satisfacer las necesidades crecientes de todos», constata la misiva.
De hecho, explica, «lo demuestran los primeros resultados de los esfuerzos aplicados para aumentar los niveles globales de producción ante la carestía registrada por las cosechas».
El pontífice plantea por tanto la pregunta central que plantea la cuestión: «¿Por qué no es posible evitar que tantas personas sufran de hambre hasta las consecuencias más extremas?».
El Papa cita varios motivos: «la carrera al consumismo, que no se detiene a pesar de una menor disponibilidad de alimentos y que impone reducciones forzadas a la capacidad alimentaria de las regiones más pobres del planeta; o la falta de voluntad para concluir negociaciones y para frenar los egoísmos de Estados y de grupos de países o para acabar con esa ‘especulación desenfrenada’ que afecta a los mecanismos de los precios y el consumo».
Otros motivos del hambre, según el obispo de Roma, son «la ausencia de una administración correcta de recursos alimentarios causada por la corrupción en la vida pública o las inversiones crecientes en armas y tecnologías militares sofisticadas».
Estos motivos, constata el Papa, «tienen su origen en un falso sentido de valores sobre los que deberían basarse las relaciones internacionales, y en particular, en esa actitud difundida en la cultura contemporánea que sólo privilegia la carrera a los bienes materiales, olvidando la verdadera naturaleza de la persona humana y sus aspiraciones más profundas».
El resultado es, por desgracia, denuncia, «la incapacidad de muchos para asumirse las necesidades de los pobres y para comprenderlas, negando así su dignidad inalienable».
Por este motivo, considera, «una campaña eficaz contra el hambre» exige «mucho más que un simple estudio científico para afrontar los cambios climáticos o para destinar en primer lugar la producción agrícola a la alimentación».
«Es necesario, ante todo, redescubrir el sentido de la persona humana, en su dimensión individual y comunitaria, a partir del fundamento de la vida familiar, fuente de amor y afecto, de la que procede el sentido de solidaridad y la voluntad de compartir», indica.
«Este planteamiento responde a la necesidad de construir relaciones entre los pueblos basadas en una disponibilidad auténtica y constante para hacer que cada país sea capaz de satisfacer las necesidades de las personas, pero también de transmitir la idea de relaciones basadas en el intercambio de conocimientos recíprocos, de valores, de asistencia rápida y de respeto».
Según Benedicto XVI, «se trata de un compromiso por la promoción de una justicia social efectiva en las relaciones entre los pueblos, que exige de cada uno ser consciente de que los bienes de la Creación están destinados a todos y de que en la comunidad mundial la vida económica debería orientarse a compartir estos bienes, a su uso duradero y a la justa repartición de los beneficios que se derivan».