ROMA, domingo, 16 marzo 2008 (ZENIT.org).- Benedicto XVI está ayudando a los jóvenes a redescubrir el perdón de Dios en el sacramento de la confesión. Por este motivo, el pasado jueves presidió una liturgia penitencial en la Basílica Vaticana en preparación de la Jornada Mundial de la Juventud celebrada este domingo.
Monseñor Mauro Parmeggiani, director del Servicio Diocesano de Roma para la Pastoral Juvenil, ha explicado a Zenit que la actitud de los jóvenes sobre la confesión, «más allá de lo que se piensa, es positiva».
El encuentro sirvió de preparación para el domingo de Ramos, Jornada de la Juventud a nivel diocesano y también se convirtió en telón de fondo para preparar la Jornada Mundial de Sydney, que tendrá lugar del 15 al 20 de julio próximos.
La confesión, aclara monseñor Parmeggiani, «es un sacramento en el que comparas la verdad sobre ti mismo y sobre tu pecado, tu miseria humana, con la misericordia de Dios. Es el sacramento que quizás más responde a la necesidad del hombre de hoy, que tiene necesidad de misericordia, de amor, también de ponerse ante la justicia de Dios».
«Hace falta situarse delante de las grandes perspectivas de la vida, también de la vida después de la muerte», reconoce monseñor Parmeggiani.
«No por casualidad el Papa en la encíclica «Spe salvi» recuerda los novísimos [las realidades eternas, infierno, purgatorio y cielo] como algo para retomar y descubrir».
El Papa, explica, ha querido transformar este tradicional encuentro con los jóvenes «que es generalmente de fiesta, en una fiesta real, no sólo una fiesta exterior, más bien exteriormente los colores de la fiesta no están. Sino que la fiesta es una fiesta interior, la del encuentro del hombre con Dios, con la misericordia de Dios en su corazón; de allí nace la alegría del cristiano».
La dificultad de acercarse a la confesión para los jóvenes y para los no tan jóvenes, según monseñor Parmeggiani, «se debe al hecho de que ha disminuido el sentido del pecado, ha disminuido el sentido de Dios».
Con esta liturgia, explica, el Papa tiene un objetivo: «Mostrar a Dios que nos ama. Cuanto más crece el sentido de Dios, más crece el sentido de mi pequeñez delante de Dios, de mi impotencia delante de Dios, de mi pecado. De aquí surge la pregunta: «Ten piedad de mí, Señor, piedad de mí porque soy un pecador»».
Parmeggiani considera no ve hoy un problema en el hecho de que la gente tenga que acudir a un sacerdote para confesar sus pecados.
«En un mundo donde estamos dispuestos a contar todo sobre nosotros mismos en cualquier sitio, en las radios, en Internet, en los blogs, foros, messenger, con todas las posibilidades de comunicar, dónde se comunican las cosas más íntimas, más personales, creo que uno no tiene que avergonzarse por abrir el corazón al ministro de Dios, que en aquel momento representa Cristo que me escucha, Cristo que me anima, Cristo que me dice «levántate y camina»».
Otra dificultad, observa, nace de la falta de coherencia con los propósitos, pues las personas se dicen: «Es inútil que vuelva a confesarme».
«No hay nadie perfectamente coherente –recuerda–. Tenemos que seguir siempre teniendo confianza, dejarnos conducir por Cristo, y no derrumbarnos porque una vez nos equivocamos. No tenemos que rendirnos y pensar que ya no podemos salir de este error».
Por María de la Torre