ROMA, lunes, 24 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Turquía tendrá un papel estratégico en el año de San Pablo, según explican los coordinadores de esta iniciativa convocada por Benedicto XVI del 28 de junio de 2008 a esa misma fecha de 2009.
La Iglesia en ese país se prepara a vivir el año «con un espíritu y un empeño especial que derivan del sentir ‘suyo’ al apóstol nacido en Tarso». De hecho el país está lleno de lugares «que recuerdan al apóstol y a su enseñanzas», explica el boletín informativo del Año Paulino.
Según el obispo Luigi Padovese, franciscano capuchino, vicario apostólico de Anatolia, «se puede señalar a san Pablo como el apóstol de la identidad cristiana, en una época como la actual en la que se vive de cualquier religión, en un momento en el que se equiparan los muchos itinerarios de la búsqueda de Dios».
La conferencia Episcopal de Turquía, formada por siete obispos –tres de rito latino, dos armenios, un sirocatólico y un caldeo–, estudia un programa para las celebraciones con motivo de los dos mil años del nacimiento de san Pablo.
Los obispos católicos han decidido ya dirigir una carta a los fieles de los diversos ritos en Turquía, y organizar con ellos una peregrinación a Roma.
Así mismo han establecido contactos con el patriarca greco-ortodoxo de Constantinopla Bartolomé I y con los arzobispos metropolitas siro-ortodoxo y armenio-gregoriano, para organizar posibles iniciativas ecuménicas comunes, en el nombre de Pablo, como es deseo de Benedicto XVI.
«El bimilenario servirá también para llamar la atención de la Iglesia hacia las comunidades cristianas minoritarias en Turquía, hará tomar conciencia de su situación», explica el obispo Padovese.
Uno de los primeros empeños de los católicos en este país a caballo entre Europa y Oriente, es obtener de las autoridades turcas que en Tarso, lugar natal de san Pablo, pueda haber, durante al Año Paulino, un lugar permanente y exclusivo de culto cristiano, una necesidad señalada por los peregrinos que llegan del mundo entero.
Hoy, sólo hay una iglesia-museo sin una cruz y en la que, para celebrar, previo aviso a las autoridades civiles locales, hay que pagar. La preparación del altar está al cuidado de tres religiosas de las Hijas de la Iglesia.
«He pedido al primer ministro Erdogan que el acceso al edificio, el único lugar cristiano de la ciudad no transformado en mezquita, se permita no sólo a los católicos sino a todos los cristianos; o que se les permita a éstos adquirir un terreno para construir una iglesia», revela el obispo.
«En Tarso se necesita no la iglesia-museo sino una iglesia en la que los fieles y peregrinos puedan sentirse en casa y rezar».
«Las autoridades de Tarso –explica monseñor Padovese–, manifiestan un doble sentimiento: son concientes de la importancia de la ciudad para los cristianos, están orgullosos de ser conciudadanos de un personaje de primer orden. Pero al mismo tiempo manifiestan perplejidad e incomodidad a la hora de manejar una situación que implica un turismo religioso con exigencias especiales».
La ciudad de Tarso cuenta con 200.000 habitantes y no tiene estructuras hoteleras adecuadas para acoger a los peregrinos. «Algunos ya se están moviendo», concluye el obispo, para que se queden allí los visitantes que normalmente pernoctan en la vecina ciudad de Adana.
Por Nieves San Martín