CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 15 abril 2007 (ZENIT.org).- Consciente de que «la propia vida puede servir para anunciar la misericordia de Dios», Benedicto XVI no dudó este domingo en compartir su experiencia de la bondad divina.
Fue durante su homilía en la Eucaristía de este segundo domingo de Pascua, domingo de la Divina Misericordia.
Con ocasión de su 80 cumpleaños –que festeja el lunes-, Benedicto XVI presidió la celebración eucarística en la mañana de este domingo, en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, rodeado de purpurados, prelados, una representación ortodoxa y decenas de miles de peregrinos.
En la fiesta pascual de la Divina Misericordia –que estableció Juan Pablo II-, el Santo Padre reconoció y engarzó este misterio del poder del amor de Dios en su propia vida.
Y es que «la propia vida puede servir para anunciar la misericordia de Dios», constató.
«Siempre he considerado un gran don de la Misericordia Divina que el nacimiento y el renacimiento me hayan sido concedidos, por así decirlo, juntos, el mismo día, en el signo del inicio de la Pascua. Así, en el mismo día, nací miembro de mi propia familia y de la gran familia de Dios», comenzó. Benedicto XVI recibió el bautismo el mismo día de su nacimiento.
Por un lado, el Papa dio gracias a Dios por haber podido experimentar «qué significa “familia”».
«He podido experimentar qué quiere decir paternidad -recordó-, de forma que la palabra sobre Dios como Padre se me hizo comprensible desde dentro» y «sobre la base de la experiencia humana se me abrió el acceso al gran y benévolo Padre que está en el cielo», en cuya «justicia se revela siempre la misericordia y la bondad con que acepta también nuestra debilidad y nos ayuda».
«Doy gracias a Dios porque he podido vivir la experiencia profunda de qué significa bondad materna, siempre abierta a quien busca refugio y precisamente así capaz de darme la libertad», prosiguió.
Conmovido, el Santo Padre igualmente elevó su gratitud a Dios por su hermana y su hermano, y la constante ayuda de estos; igual hizo por cuantos le han acompañado estos ochenta años.
Por otro lado, Benedicto XVI dio gracias de manera especial por haber podido, «desde el primer día», «entrar y crecer en la gran comunidad de los creyentes» y «por haber podido aprender tantas cosas acudiendo a la sabiduría de esta comunidad» en la que se contienen «no sólo las experiencias humanas desde los tiempos más remotos».
«La sabiduría de esta comunidad no es sólo sabiduría humana, sino que en ella nos llega la sabiduría misma de Dios –la Sabiduría eterna», precisó.
«Nacimiento y renacimiento; familia terrena y gran familia de Dios», sintetizó: «es éste el gran don de las múltiples misericordias de Dios, el fundamento sobre el que nos apoyamos», reconoció Benedicto XVI.
Ordenado presbítero en 1951, festividad de los Santos Pedro y Pablo, Benedicto XVI recordó su vocación al ministerio sacerdotal como «un don nuevo y exigente», pero pudo experimentar que el Señor «no es sólo Señor, sino también amigo». «Él ha puesto su mano sobre mí y no me dejará», subrayó.
«Con el peso incrementado de la responsabilidad –continuó, aludiendo al ministerio petrino-, el Señor ha traído también nueva ayuda a mi vida».
«Repetidamente -expresó- veo con alegría y gratitud cuántos son los que me apoyan con su oración; quiénes con su fe y con su amor me ayudan a cumplir mi ministerio».
Resumiendo su experiencia vital, Benedicto XVI constató: «Las misericordias de Dios nos acompañan día tras día. Basta que tengamos el corazón alerta para poderlas percibir».
«Somos demasiado proclives a advertir sólo el esfuerzo diario», «pero si abrimos nuestro corazón, entonces podemos, aún inmersos» en esa fatiga, «constatar cuán bueno es Dios con nosotros», «como piensa Él en nosotros precisamente en las pequeñas cosas, ayudándonos así a alcanzar las grandes», concluyó.