Zenit ha tocado a su puerta con motivo de la presentación de su nuevo libro en francés, «Tiro adelante como un asno…, guiños al cielo y a la tierra », que se inspira en el best-seller que él mismo publicó hace veinte años «Tiro adelante como un asno…, guiños al cielo y a la tierra…, a tiempo y a destiempo».
El cardenal Roger Etchegaray nació en 1922 en Espelette (Bajos Pirineos), fue obispo auxiliar de París (1969-1970) luego arzobispo de Marsella (1970-1984), presidente de la Conferencia Episcopal Francesa (1975-1981), y presidente del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (1971-1979).
Juan Pablo II le llamó a Roma para ser presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz y del Consejo Pontificio «Cor Unum». Presidió el comité central para el Gran Jubileo del año 2000. Es hoy vicedecano del Colegio de Cardenales.
En la segunda parte de esta entrevista, la primera fue publicada por Zenit en el servicio del 13 de marzo de 2007, el purpurado revela detalles de su desbordante gusto de vivir.
–Usted habla del placer de vivir, hablemos entonces también de su gusto por el diálogo frente a la diversidad humana, de su apego a sus orígenes vascos que quizá explica su pasión por los viajes.
–Cardenal Etchegaray: Es verdad y le agradezco que subraye mis orígenes vascos. Yo estoy muy orgulloso de ello. Muy orgulloso de todo lo que mi pequeño País Vasco y mi familia vasca me han dado para ser lo que soy hoy. Se dice que el vasco es aventurero. Puede ser verdad. Hay grandes aventureros, corsarios, pero hay también misioneros y pienso en uno de ellos que amo mucho: san Francisco Javier, que tenía una hermana casada en mi pequeña aldea de Espelette. San Francisco Javier, «el hombre con sandalias de viento» que llegó hasta Japón, que quiso ir a China y que no pudo porque murió a sus puertas. Era un auténtico vasco. No es que me quiera comparar con él, pero siempre ha habido algo en mí de misionero, primero como cristiano, luego como sacerdote, como obispo, y ahora como cardenal, he sido enviado por el Papa en misión a los cuatro rincones del mundo.
He viajado mucho, pero he viajado también por placer, por gusto personal, e incluso todavía a mi edad estoy siempre listo para emprender grandes viajes. Tengo además proyectos que hacer todavía si la salud me lo permite. Creo que mi cabeza está todavía bien, puedo por tanto todavía hacer rodar mi joroba por todas las partes del mundo.
Voy por placer pero también porque Dios quiere hacer de cada hombre un mensajero de su amor, de su mensaje que es un mensaje de fraternidad. Cuando se ha comprendido esto, no se desea permanecer en un lugar. Esto te hace cosquillas en los pies y te da ganas de ir a todas partes. Yo he hecho todos mis viajes, todas mis misiones, porque el Papa me lo pedía, pero con ese espíritu.
–Se reconoce ahí la testarudez del asno, por retomar el título de su libro «Tiro adelante como un asno…», un título insólito por lo demás…
–Cardenal Etchegaray: Es verdad, cuando le decía al principio que el libro tuvo mucho éxito, hay que reconocerlo, también se debió a este título un poco extravagante. Esto ha ayudado mucho a su éxito. Me he comparado con el asno al principio porque me gustan mucho los asnos, que no son tan «asnos» como se dice. A Jesús le gustaban mucho los asnos, porque sobre un burrito hizo su última entrada en Jerusalén, justo antes de dar su vida por nosotros.
–¿Y piensa que es necesaria verdaderamente la testarudez del asno para conservar la esperanza en el mundo actual, en la llegada de un mundo de paz? ¿Es el mensaje que quiere transmitir en su obra?
–Cardenal Etchegaray: El asno tiene muchas cualidades: es sobrio, marcha lentamente pero con un paso muy seguro; va por caminos escarpados, por tanto lejos de las autopistas donde la rapidez impide ver montura y caballero. Lo que falta hoy son asnos por los pequeños senderos, para encontrarse y charlar Hoy se corre demasiado, cruzándose apenas, sin rozarse incluso cuando la vía está hecha para mirarse, sin egoísmos, sino para aprender del otro todo lo que nos puede dar de bueno.
Cada uno es una riqueza, a menudo desconocida: creemos que somos peores de lo que realmente somos. Cuando nos encontramos, es necesario saber que se tienen muchas cosas felices, buenas, excitantes que compartir y que nos dan un mayor gusto de vivir.
–Así que usted está «jubilado», pero por lo que cuenta sigue muy activo…
–Cardenal Etchegaray:¡Activo, sí! Pues aunque no tenga responsabilidades en la Iglesia oficialmente, siempre tengo una responsabilidad con mis hermanos, de cualquier edad.
Dios me ha dado todavía buena salud, e aunque estuviera enfermo, pienso que estaría todavía activo en el sentido en el que la palabra «activo» quiere decir «actuar».
Ante todo se puede actuar con la oración, y no se cree nunca suficientemente en su importancia, en la eficacia de la oración, esa comunicación de los espíritus que nos aproxima a todos.
Y luego están los encuentros: hoy mi actividad consiste en recibir a mucha gente. Rechazo muchas invitaciones a congresos, conferencias, pues prefiero recogerme, pero no me encierro nunca.
Quiero hacer de mi apartamento en Roma una casa abierta a todos, una tienda como las de los nómadas. Es una imagen que me gusta pues es signo de apertura a los demás. He conocido esta experiencia en otro tiempo en algunos desiertos. Es extraordinario. Entonces es lo que yo querría hacer ahora. Que éste sea mi ministerio, mi misión. Responder a todos los que llaman a mi puerta, quienes quiera que sean, grandes y pequeños. Y para mí no hay grandes y pequeños. Somos todos iguales y me gusta recibir a quien quiera que sea. Esta es mi alegría y me sigo sintiendo feliz por existir.