CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 15 febrero 2006 (ZENIT.org).- Los predilectos de Dios son los humildes, explicó Benedicto XVI este miércoles al comentar el «Magníficat» (Lucas 1, 46-55), el canto de la Virgen María al visitar a su prima Isabel.
Los humildes, explicó el Papa, en la Biblia, son los «pobres», «no sólo por el desapego a toda idolatría de la riqueza y del poder, sino también por la humildad profunda del corazón, desnudo de la tentación del orgullo, abierto a la gracia divina salvadora».
Con esta meditación concluyó el ciclo de catequesis sobre los salmos y cánticos de la Liturgia de las Horas y de las Vísperas que había comenzado Juan Pablo II en abril de 2001 (Cf Audiencia de los miércoles).
En su intervención el Santo Padre dejó en numerosas ocasiones a un lado los papeles para ofrecer pensamientos personales con el objetivo de ayudar a acercar el texto a los nueve mil peregrinos que se encontraban reunidos en el Aula Pablo VI del Vaticano.
Como los fieles venidos para participar en el encuentro eran demasiado numerosos, el Papa se había encontrado antes con otros 7.800 peregrinos, en buena parte estudiantes italianos y miembros de la nueva familia eclesial de la Comunidad de San Juan, en la Basílica de San Pedro del Vaticano.
El canto de María, explicó durante la catequesis, surge de la conciencia «de que tiene una misión que cumplir por la humanidad y de que su vida se enmarca en la historia de la salvación».
Al mismo tiempo, añadió, muestra cómo «el Señor de la historia» «se pone de parte de los últimos».
«Con frecuencia, su proyecto queda escondido bajo el terreno opaco de las vicisitudes humanas, en las que triunfan «los soberbios», «los poderosos» y «los ricos»», reconoció el Papa.
«Sin embargo –añadió–, al final, su fuerza secreta está destinada a manifestarse para mostrar quiénes son los verdaderos predilectos de Dios: los «fieles» a su Palabra, «los humildes», «los hambrientos», «Israel, su siervo», es decir, la comunidad del pueblo de Dios que, como María, está constituida por quienes son «pobres», puros y sencillos de corazón».
«Es ese «pequeño rebaño» al que Jesús invita a no tener miedo, pues el Padre ha querido darle su reino», aclaró.
De este modo, el sucesor de Pedro exhortó «a asociarnos a este pequeño rebaño, a ser realmente miembros del Pueblo de Dios en la pureza y en la sencillez del corazón, en el amor de Dios».
Benedicto XVI concluyó con un pasaje compuesto por san Ambrosio, arzobispo de Milán que calificó de «sorprendente».
«Que en cada quien el alma de María ensalce al Señor, que en cada quien el espíritu de María exulte al Señor; si, según la carne, Cristo tiene una sola madre, según la fe todas las almas engendran a Cristo; cada una, de hecho, acoge en sí al Verbo de Dios», decía el doctor de la Iglesia fallecido en el año 397.
«Nos invita a ofrecer al Señor una morada en nuestra alma y nuestra vida –terminó diciendo el Papa–. No sólo tenemos que llevarle en el corazón, sino que tenemos que llevarle al mundo, para que también nosotros podamos engendrar a Cristo para nuestros tiempos».