ROMA, viernes, 24 junio 2005 (ZENIT.org).- En su primera visita a un jefe de Estado, el presidente italiano Carlo Azeglio Ciampi, Benedicto XVI ilustró este viernes cuáles son los principios en los que se basa una «sana laicidad» en las relaciones Iglesia-Estado.
«La comunidad política y la Iglesia son independientes y autónomas, cada una en su propio terreno. Ambas, sin embargo, aunque por diverso título, están al servicio de la vocación personal y social del hombre», afirmó el Papa en el discurso oficial dirigido al presidente en su residencia oficial, el Palacio del Quirinal.
En su mensaje, escuchado también por las principales autoridades italianas, entre ellas el primer ministro, Silvio Berlusconi, el nuevo obispo de Roma aseguró que «es legítima una sana laicidad del Estado en virtud de la cual las realidades temporales se rigen según sus propias normas, sin excluir sin embargo esas referencias éticas que encuentran su último fundamento en la religión».
Este principio, indicó, es el que animó los Pactos Lateranenses, firmados entre Italia y la Santa Sede el 11 de febrero de 1929, dando vida a lo que es hoy el Estado de la Ciudad del Vaticano.
«La autonomía de la esfera temporal no excluye una íntima armonía con las exigencias superiores y complejas que se derivan de una visión integral del hombre y de su eterno destino», subrayó.
El Papa, quien es también obispo primado de Italia, se comprometió a promover «un cordial espíritu de colaboración y de entendimiento» con las autoridades de ese país, «sin buscar el poder y sin pedir privilegios o posiciones de ventaja social o económica».
«El anuncio del Evangelio, que en comunión con los obispos italianos estoy llamado a llevar a Roma y a Italia, no sólo está al servicio del crecimiento del pueblo italiano en la fe y en la vida cristiana, sino también de su progreso en las sendas de la concordia y de la paz», aseguró.
«Cristo es el Salvador de todo el hombre, de su espíritu y de su cuerpo, de su destino espiritual y eterno y de su vida temporal y terrestre –aclaró… Cuando su mensaje es acogido, la comunidad civil se hace también más responsable, más atenta a las exigencias del bien común y más solidaria con las personas pobres, abandonadas y marginadas».
Prueba de ello, afirmó, es la historia italiana, en la que como el mismo pontífice confesó «impresionan las innumerables obras de caridad a las que ha dado vida la Iglesia, con grandes sacrificios, para el alivio de todo tipo de sufrimiento».
Antes de llegar al Palacio del Quirinal, Benedicto XVI se detuvo en la Plaza Venecia, cerca del Ayuntamiento de Roma, donde fue saludado por el alcalde, Walter Veltroni.
Al llegar a la residencia presidencial, tras la bienvenida del presidente Ciampi, saludó a los anteriores presidentes Francesco Cossiga y Oscar Luigi Scalfaro, a los presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado y al primer ministro, Silvio Berlusconi.
Entre los representantes de la Santa Sede se encontraba el secretario de Estado, cardenal Angelo Sodano.
La visita se efectuó con los honores reservados a los máximos jefes de Estado, por lo que al salir del Vaticano y entrar en territorio italiano fue recibido por una delegación encabezada por el ministro de Exteriores, Gianfranco Fini.
Luego se trasladó en coche hasta el Quirinal, con una nutrida comitiva y escoltado por un escuadrón de treinta coraceros a caballo, una forma de protocolo reservada a los jefes de Estado extranjeros más ilustres.
La visita actual es la octava de un Papa al Quirinal desde la firma de los Pactos Laterarenses. La primera fue la de Pío XII en 1939. Juan Pablo II estuvo tres veces allí: en 1984, 1986 y 1998. Tenía programada una visita a Ciampi el pasado abril, que no pudo realizar a causa de su muerte.
El Palacio del Quirinal fue residencia de los papas hasta 1870.