El desafío de la magia, según Massimo Introvigne

Habla el director del Centro Europeo de Estudios sobre Nuevas Religiones

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TURÍN, 24 abril 2002 (ZENIT.org).- Ha suscitado gran Interés en Italia el libro «El desafío mágico», una obra de Massimo Introvigne que apareció en 1995, pero que sigue siendo un best-seller.

En esta entrevista concedida a Zenit, el director del CESNUR (Centro Europeo de Estudios sobre Nuevas Religiones), explica las características que plantea el fenómeno de la magia en estos momentos y cómo afrontarlo.

–¿Por qué decidió escribir un libro sobre la magia?

–Introvigne: Mi libro es una pequeña guía sobre los tres problemas de la cultura esotérica, de los movimientos mágicos y de la magia popular usada por el público católico, que ha tenido un éxito sorprendente y sigue siendo reeditada después de siete años. Distingue tres fenómenos.

En primer lugar, la cultura esotérica occidental, es decir una tradición de pensamiento que ha tenido una influencia decisiva en la filosofía, en el arte y en la literatura europea y que hoy es objeto de estudios universitarios. En la época en la que escribía (1995) faltaban obras católicas persuasivas de confrontación seria con esta cultura; hoy indico –aunque con alguna valoración histórica que no comparto del todo– los interesantes estudios de crítica filosófico-teológica del padre Joseph-Marie Verlinde, que ha sido secretario del fundador de la Meditación Trascendental y miembro de varios grupos esotéricos ante de convertirse en sacerdote católico.

El segundo fenómeno que afronto son los nuevos movimientos mágicos, que se parecen en todo a los nuevos movimientos religiosos, pero cuyas características doctrinales derivan del esoterismo.

El tercer fenómeno es la magia «popular» («popular» en cuanto al bajo nivel cultural, no en cuanto a la clientela que a menudo es de clase media alta), es decir, el mundo de los magos de pago, adivinadores, cartomantes, etc.

Es muy importante no confundir los tres niveles: Jacob Boehme (1575-1624), que tiene un papel decisivo en los orígenes de la cultura esotérica occidental moderna, y cuya influencia sobre la filosofía del idealismo alemán (Fichte, Hegel y Schelling) es decisiva, no puede ser confundido con los magos charlatanes de lo oculto que divierten a la gente en nuestras televisiones.

Aclaro que para el católico es más difícil y necesaria hacer una crítica rigurosa del pensamiento de Jacob Boehme que de las pantomimas ridículas de los magos de la tele, lo cual es bastante más fácil.

–La magia, ¿es un fenómeno tan extendido como se dice?

–Introvigne: Según los datos más fiables, cerca de un quinto de la población, tanto en Europa occidental como en Estados Unidos, se dirige al menos una vez al año a un mago u otro «profesional de lo oculto» de pago.

Los datos demuestran que no se trata de un sector marginal provocado por la pobreza: los ricos van al mago más que los pobres, entre ellos se encuentran diplomáticos y licenciados. Una investigación inglesa de hace unos años revelaba altos porcentajes del recurso a los magos por parte de técnicos de informática y médicos. Con estos datos me refiero al tercer nivel, el más bajo, el de la «magia» popular.

Los adeptos a los movimientos mágicos son muchos menos: en Italia, mi centro contabiliza 13.500 personas, menos del 0,1% de la población. Los que se interesan seriamente en la cultura esotérica son todavía menos de los adeptos los movimientos mágicos, pero a menudo se trata de personas influyentes en el mundo académico y cultural, cuyo relieve no se debe infravalorar.

–¿Quienes son las personas que corren el riesgo de ser manipulados por el mundo de la magia?

–Introvigne: Tengo la impresión de que la expresión «personas a riesgo» se concentra sólo sobre la demanda, mientras que es necesario tener en cuenta la oferta, que en una cierta medida crea la demanda. Si la oferta es poco atrayente, disminuye el número de «personas a riesgo»; sin embargo, si la oferta mágica está bien elaborada y presentada, casi todos somos susceptibles de entrar en ese mundo. Nuestras investigaciones muestran que también en las parroquias católicas el número de personas que recurren a la magia es, en porcentaje, más o menos el mismo de quienes no son católicos practicantes.

–¿Qué consejos daría a los padres con un hijo que se interesa por estos temas?

–Introvigne: Hay que distinguir entre el interés «lúdico» y el interés serio. Un porcentaje absolutamente mayoritario del cine, de las novelas, de las historietas y de la música contemporánea contienen alusiones a lo preternatural, lo oculto, lo mágico, que son presentados en la mayoría de las veces como casos puramente imaginarios y no son destinados a ser tomados en serio, ni siquiera por sus autores. Pensemos en el caso de Bram Stoker, el autor de «Drácula», que no sólo no creía en los vampiros sino que nos ha dejado su «Impostores famosos», una de las críticas más duras de la superstición y de la credulidad popular.

Esta magia «lúdica» forma parte de una cultura contemporánea. Aislar de ella a los jóvenes, como
quiere un cierto fundamentalismo, me parece contraproducente, pues puede provocar reacciones contrarias.

Una realidad muy diferente se da cuando el interés de los jóvenes no es «lúdico», sino a su modo «serio», como cuando se dedican activamente al espiritismo, a organizar ritos satánicos caseros, quizá en cementerios. En este caso, es justo preocuparse e intervenir, si bien esta intervención tiene que buscar comprender el malestar que lleva a los jóvenes a comportarse de este modo y sus causas.

–¿Qué hacer ante estos casos?

–Introvigne: La intervención de los padres debe ser delicada. Haría falta sobre todo preguntarse qué es lo que no va en general en la vida del joven, qué le falta. Si se hacen sesiones espiritistas («seriamente», no una vez por broma, aunque de todos modos hay que dejar claro que tampoco esta bien) o misas negras rudimentarias, hay siempre algo que no va bien. Es importante no mostrarse demasiado escandalizados, porque a menudo el objetivo de estos chicos es justamente el de escandalizar a los padres.

Hay que mostrar el carácter mísero de estas prácticas, hacer comprender al joven que el espiritismo juvenil o el satanismo juvenil es una opción de «perdedor», de vencido, que los satanistas no son potentes príncipes de las tinieblas sino (hay que decirlo) pobres diablos.

Pero sobre todo hay que proponer. Estos problemas se resuelven cuando los chicos encuentran, quizá en compañía de sus padres o en el ámbito de la fe cristiana, experiencias más significativas y atractivas respecto a las pequeñas estupideces del espiritismo y del satanismo juveniles.

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ZENIT Staff

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