CIUDAD DEL VATICANO, 9 mayo 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha recordado que el pecado no sólo tiene repercusiones psicológicas o sociales, sino que ante todo constituye una ruptura en la relación con Dios.
«El pecado no es una mera cuestión psicológica o social, sino un acontecimiento que afecta a la relación con Dios, violando su ley, rechazando su proyecto en la historia, alterando la jerarquía de valores», explicó este miércoles el Papa durante la audiencia general.
Esta alteración lleva a llamar «al mal bien, y al bien mal», explicó el pontífice, quien recibió a unos diez mil peregrinos en la Sala de las Audiencias del Vaticano en un día de lluvia torrencial.
Las declaraciones de Karol Wojtyla tuvieron lugar como comentario del Salmo 50 o «Miserere», al que definió, «el Salmo penitencial más amado, cantado, y meditado, himno al Dios misericordioso elevado por el pecador arrepentido».
Según la tradición, fue cantado por el rey David, después de su adulterio con Betsabé, y de haber mandado a la muerte segura al marido de la mujer, Urías. El sucesor de Pedro continuó de este modo la serie de meditaciones sobre salmos y cánticos de la Biblia que se han convertido en oración diaria de los cristianos.
Este himno, insistió el obispo de Roma, muestra cómo «antes de ser una posible injuria contra el hombre, el pecado es ante todo traición de Dios».
Al mismo tiempo, el Salmo reconoce que «el mal se anida en las profundidades mismas del hombre, es inherente a su realidad histórica y por este motivo es decisiva la petición de la intervención de la gracia divina».
Ahora bien, explicó, «la potencia del amor de Dios es superior a la del pecado, el río destructor del mal tiene menos fuerza que el agua fecundante del perdón».
De este modo, concluyó el Papa, «la confesión de la culpa y la conciencia de la propia misericordia no acaban en el terror o en la pesadilla del juicio, sino más bien en la esperanza de la purificación, de la liberación, de la nueva creación».