Un drogadicto, decisivo para la canonización de Juan Diego

Su intercesión le salvó milagrosamente la vida

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CIUDAD DE MÉXICO, 29 julio 2002 (ZENIT.org).- Un milagro experimentado por un drogadicto se ha convertido en la llave que ha concluido el proceso de canonización de Juan Diego, el indígena mexicano testigo de las apariciones de la Virgen de Guadalupe que tuvieron lugar entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531.

El milagro, que se produjo el 6 de mayo de 1990, en el mismo momento en el que el Santo Padre proclamaba beato a Juan Diego, cambió la vida del entonces veinteañero, Juan José Barragán Silva.

Juan José consumía marihuana desde hacía cinco años. Aquél día exasperado y bajo el efecto de la droga, cogió un cuchillo y se hirió ante su madre. Luego sangrando fue al balcón para tirarse.

La madre intentó sujetarlo por las piernas pero él logró soltarse y se tiró de cabeza.

Sin esperanzas, el joven fue llevado al hospital Durango de la Ciudad de México, donde fue acogido por el departamento de terapia intensiva.

El profesor J. H. Hernández Illescas, considerado uno de los mejores especialistas a nivel internacional en el campo neurológico, junto a otros dos especialistas, ha definido este caso como «insólito, sorprendente e inconcebible».

«Inexplicable» también para todos los peritos médicos a quienes se les pidió el parecer. Considerando la altura desde la que se precipitó el joven (10 metros), su peso (70 kilos), el ángulo de impacto (70 grados), se ha calculado que la caída ocasionó una presión equivalente a dos mil kilos.

Después de tres días, de manera instantánea e inexplicable, Juan José se curó completamente. Los exámenes sucesivos confirmaron que no tenía secuelas ni neurológicas ni psíquicas, por lo que los médicos definieron su curación como «científicamente inexplicable».

A juicio de los peritos médicos la muerte debía ser instantánea. Y de todos modos, quienes sobreviven a este tipo de accidentes quedan gravemente discapacitados.

La madre del muchacho, Esperanza, ha contado que justo cuando el joven estaba cayendo lo encomendó a Dios y a la Virgen de Guadalupe. Invocando a Juan Diego dijo: «Dame una prueba… ¡Sálvame a este hijo! Y tú Madre mía escucha a Juan Diego».

Cuauhtlatoatzin, este era el nombre indígena de Juan Diego, nació en 1474. Entre 1524 y 1525 se convirtió al cristianismo y fue bautizado junto con su esposa por el misionero franciscano Fray Toribio de Benavente.

El 9 de diciembre de 1531, diez años después de la toma de la ciudad de Tenochtitlán, actual ciudad de México, al atravesar el cerro, llamado Tepeyac para escuchar la Palabra, recibió la primera aparición de la Virgen, en el lugar ahora conocido como «Capilla del Cerrito».

María le habló en su idioma, el náhuatl, utilizando términos preñados de cariño: « Juanito, Juan Dieguito», «el mas pequeño de mis hijos», «hijito mío».

Según explica la tradición, las apariciones se repitieron cinco veces, hasta el 12 de diciembre. En ese día, dado que su tío estaba gravemente enfermo, Juan Diego salió a México para buscar un sacerdote. Rodeó el cerro para que la Virgen no lo encontrara. Pero ella salió a su encuentro; lo tranquilizó de la enfermedad de su tío: «Te doy la plena seguridad de que ya sanó»:

Y añadió indicándole que recogiera unas flores: «Hijito queridísimo: estas diferentes flores son la prueba, la señal que le llevarás al obispo. De parte mía le dirás que por favor vea en ella mi deseo, y con eso, ejecute mi voluntad». El deseo de la Virgen era la construcción de un santuario en su nombre.

En la casa del obispo Fray Juan de Zumárraga, Juan Diego mostró las rosas que llevaba en su ayate. Al tiempo que se esparcieron las diferentes flores, apareció de improviso en la tela la venerada imagen de María. La tilma sigue siendo estudiada por científicos sin encontrar una explicación sobre cómo se pudo imprimir la imagen.

En los diez años anteriores a la aparición, los misioneros y franciscanos habían convertido al catolicismo a entre 250 y 300.000 indígenas en México, mientras que tras el 1531 en sólo 7 años se convirtieron 8 millones de personas.

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ZENIT Staff

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