Homilía del Papa en la beatificación de dos mártires indígenas mexicanos

Todos los cristianos son evangelizadores, recuerda el Papa

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CIUDAD DE MÉXICO, 1 agosto 2002 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció Juan Pablo II en la homilía de beatificación de Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, indígenas y padres de familia, martirizados el 16 de septiembre de 1700 en san Francisco Cajonos (México).

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Queridos hermanos y hermanas:

l. «Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos» (Mateo 5,10). En el evangelio de las bienaventuranzas, esta última invita a no desalentarse ante las persecuciones que la Iglesia ha afrontado desde el inicio. En el Sermón de la Montaña Jesús promete la felicidad auténtica a quienes son pobres de espíritu, lloran o son mansos; también a los que buscan la justicia y la paz, actúan con misericordia o son limpios de corazón.

Ante el sufrimiento humano que acompaña el camino en la fe, san Pedro exhorta: «Alégrense de compartir ahora los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, el júbilo de ustedes sea desbordante» (1 Pedro 4, 13). Con esta convicción Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles afrontaron el martirio manteniéndose fieles al culto del Dios vivo y verdadero y rechazando los ídolos.

Mientras sufrían el tormento, al proponerles renunciar a la fe católica y salvarse, contestaron con valentía: «Una vez que hemos profesado el Bautismo seguiremos siempre la religión verdadera». Hermoso ejemplo de cómo no se debe anteponer nada, ni siquiera la propia vida, al compromiso bautismal, como hacían los primeros cristianos que, regenerados por el bautismo, abandonaban toda forma de idolatría (Cf. Tertuliano, «De baptismo», 12, 15).

2. Saludo con afecto a los señores cardenales y obispos congregados en esta Basílica. En particular al arzobispo de Oaxaca, monseñor Héctor González Martínez, a los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos, especialmente a los venidos desde Oaxaca, tierra natal de los nuevos beatos, donde su recuerdo sigue tan vivo.

Vuestra tierra es una rica amalgama de culturas. Allí llegó el Evangelio en 1529 con los Padres Dominicos, sirviéndose de las lenguas nativas y los usos y costumbres de las comunidades locales. Entre los frutos de esta semilla cristiana destacan estos dos grandes mártires.

3. En la segunda lectura san Pedro nos ha recordado que si alguno «sufre por ser cristiano, que le dé gracias a Dios por llevar ese nombre» (1 Pedero 4, 16). Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, derramando su sangre por Cristo, son auténticos mártires de la fe. Como el apóstol Pablo, podrían preguntarse en su interior: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?» (Romanos 8, 35).

Estos dos cristianos indígenas, intachables en su vida personal y familiar, sufrieron el martirio por su fidelidad a la fe católica, contentos de ser bautizados. Ellos son ejemplo para los fieles laicos, llamados a santificarse en las circunstancias ordinarias de la vida.

4. Con esta beatificación, la Iglesia pone de relieve su misión de anunciar el Evangelio a todas las gentes. Los nuevos Beatos, fruto de santidad de la primera Evangelización entre los indios zapotecas, animan a los indígenas de hoy a apreciar sus culturas y sus lenguas y, sobre todo, su dignidad de hijos de Dios que los demás deben respetar en el contexto de la nación mexicana, plural en el origen de sus gentes y dispuesta a construir una familia común en la solidaridad y la justicia.
Los dos Beatos son un ejemplo de cómo, sin mitificar sus costumbres ancestrales, se puede llegar a Dios sin renunciar a la propia cultura, pero dejándose iluminar por la luz de Cristo, que renueva el espíritu religioso de las mejores tradiciones de los pueblos.

5. «Estábamos alegres, pues ha hecho cosas grandes por su pueblo el Señor» (Salmo 125, 3). Con estas palabras del salmista nuestro corazón se llena de gozo, porque Dios ha bendecido a la Iglesia de Oaxaca y al pueblo mexicano con dos hijos suyos que hoy suben a la gloria de los altares. Ellos, con ejemplar cumplimiento de sus encargos públicos, son modelo para quienes, en las pequeñas aldeas o en las grandes estructuras sociales, tienen el deber de favorecer el bien común con esmero y desinterés personal.

Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, esposos y padres de familia de conducta intachable, como fue reconocido entonces por sus conciudadanos, recuerdan a las familias mexicanas de hoy la grandeza de su vocación, el valor de la fidelidad en el amor y de la aceptación generosa de la vida.
Se alegra, pues, la Iglesia porque con estos nuevos Beatos ha recibido muestras evidentes del amor que Dios nos tiene (Cf. «Prefacio II de los Santos»). Se alegra también la comunidad cristiana de Oaxaca y de México entero porque el Todopoderoso ha puesto sus ojos en dos de sus hijos.

6. Ante el dulce rostro de la Virgen de Guadalupe, que ha dado aliento constante a la fe de sus hijos mexicanos, renovemos el compromiso evangelizador que distinguió también a Juan Bautista y a Jacinto de los Ángeles. Hagamos partícipes de esta tarea a todas las comunidades cristianas para que proclamen con entusiasmo su fe y la trasmitan íntegra a las nuevas generaciones. ¡Evangelizad estrechando los lazos de comunión fraterna y dando testimonio de la fe con una vida ejemplar en la familia, en el trabajo y en las relaciones sociales! ¡Buscad el Reino de Dios y su justicia ya aquí en la tierra mediante una solidaridad efectiva y fraterna con los más desfavorecidos o marginados! (Cf. Mateo 25, 34-35) ¡Sed artífices de esperanza para toda la sociedad!

A nuestra Madre del cielo expresamos el gozo que nos embarga por ver subir a los altares a dos hijos suyos pidiéndole al mismo tiempo que bendiga, consuele y auxilie, como siempre ha hecho desde este Santuario del Tepeyac, al querido pueblo mexicano y a toda América.

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ZENIT Staff

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