Esta es la pregunta a la que trataron de responder científicos y expertos en bioética el 28 de noviembre al participar en un debate sobre el argumento, organizado por el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum –en el marco de las actividades del Master en Ciencias Ambientales–, en colaboración con el Ministerio de Medio Ambiente italiano.
Ante la pregunta «OGM, ¿comida de Frankenstein o derrota del hambre?», Corrado Clini, director general del Ministerio de Medio Ambiente de Italia, respondió que las «Las nuevas tecnologías vegetales representan una gran oportunidad para la protección del medio ambiente y el crecimiento de los recursos alimentarios».
Las biotecnologías se revelan como un instrumento decisivo para combatir la carencia alimentaría en muchos países en vías de desarrollo, según Clini. Además, «en los cultivos de maíz, soja y algodón transgénico se reduce drásticamente la necesidad de pesticidas, mientras que aumenta la productividad en los suelos “marginales”».
Clini recordó en su intervención las perspectivas de la producción de vacunas comestibles que se podrán utilizar para combatir las enfermedades tan extendidas en los mencionados países. «A pesar de ello –constató–, existe en Europa una difundida preocupación sobre el consumo de alimentos transgénicos. En especial se ha divulgado entre los consumidores la ecuación OGM=riesgo».
«Sin embargo –expuso Clini–, en 2001, una investigación llevada a cabo por la Comisión Europea, que ocupó a más de 400 entes públicos durante 15 años, llegó a la conclusión de que de los productos “biotech” no se derivan efectos evidentes sobre la salud, mientras que se pueden hallar efectos negativos procedentes del uso de pesticidas y de prácticas agrícolas incorrectas en la agricultura tradicional».
Actualmente, la Unión Europea tiene un papel marginal en la investigación y experimentación de nuevas biotecnologías vegetales: en 2001, la producción de plantas «biotech» en Europa representó el 0,03% de la producción mundial. En el mismo año, se autorizaron en Europa 44 experimentaciones en campo, en comparación con las 256 de 1997.
El punto en el que se encuentra investigación biotecnológica fue objeto de la intervención de Francesco Sala, profesor de la Universidad de Milán: «Con la integración de uno o pocos genes se puede conferir resistencia a los principales parásitos de las plantas cultivadas, igual que es posible proporcionar resistencia a la sequía, a la salinidad y al frío».
Incluso está dentro de la realidad «producir plantas con alto valor nutritivo (más vitaminas, proteínas, antioxidantes), plantas que sinteticen vacunas contra enfermedades infecciosas y tumores (cólera, hepatitis, Sida, melanoma), nuevos carburantes y nuevos plásticos», afirmó el profesor Sala.
En la protección del medio ambiente, las aplicaciones son innumerables. Es posible desarrollar «plantas que depuren los suelos de los contaminantes industriales (plomo, mercurio y cromo, por ejemplo)», añadió Sala.
Sin olvidar «el considerable aumento de la productividad previsto con el uso de las nuevas plantas», cosa que, según el profesor Sala, permitirá «reducir la necesidad de talar bosques en los países pobres para producir más alimento y material de uso humano. También los países ricos podrán restituir a la naturaleza (y, por lo tanto, a la biodiversidad) parte del territorio actualmente dedicado a la agricultura».
Ante la oposición que encuentra la biotecnología en Europa, Sala recordó la investigación llevada a cabo por la Comunidad Europea sobre la seguridad de las plantas genéticamente modificadas.
«La conclusión oficial dice: “Los riesgos para el hombre y para el medio ambiente derivados del uso de estas plantas no son superiores a los que siembre hemos aceptado en los productos agrícolas tradicionales. Es más, puesto que están controlados, los productos derivados de plantas genéticamente modificadas presentan con frecuencia menos riesgos y mayores beneficios”», citó Sala.
Por su parte, Nathalie Louise Moll, responsable de las relaciones institucionales de Assobiotech, evocó el impacto que le provocó una manifestación de unos 1.000 agricultores africanos que pedían «libertad de elección» en este campo durante la cumbre de Johannesburgo de agosto pasado.
Se trataba de trabajadores que reivindicaban la dignidad de ser protagonistas del propio futuro: «Hablé con uno de estos agricultores –recordó Moll–, quien me dijo: “Querría llegar a casa por las tardes y decir a mi esposa: mira, éste es el fruto de mi trabajo”».
«Los agricultores africanos quieren los OGM», afirmó Moll. «Biotech for Africa» fue el lema que llevaron aquellos manifestantes en sus camisetas.
La profesora Vincenza Mele, del Instituto de Bioética de la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Roma, explicó cómo el principio de precaución se inserta en el contexto de una visión sapiencial donde la ciencia lleva su contribución decisiva, pero sobre todo, donde hay que ejercitar la virtud de la prudencia evitando catastrofismos y exageraciones fuera de lugar.
«En un contexto de filosofía moral no es suficiente la ética del fin, que es ciertamente bueno, sino que es necesario también la ética de los medios que se van a emplear», precisó Mele.
Finalmente Agustín Mariné –presidente de la Asociación de Productores de Maíz de España– subrayó el beneficio que representa para los agricultores españoles, entre los pocos de Europa que cultivan maíz transgénico, el uso de los OGM tanto desde el punto de vista productivo como ambiental.