ROMA, 15 mayo 2003 (ZENIT.org–Avvenire).- De acuerdo con el presidente de la Academia Pontificia para las Ciencias Sociales, «en economía existen muchas reglas éticas, pero es importante que la Iglesia exprese la suya sobre la moralidad de las operaciones financieras».
El profesor Edmond Malinvaud, del Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos de París, intervino en la IX Asamblea Plenaria de la Academia Pontificia del 2 al 6 de mayo con una conferencia que llevaba por título «Hacia algunos principios éticos para el gobierno de la globalización financiera».
Durante las sesiones de trabajo, «se intentó elaborar algunas propuestas que pueden ser útiles a la Iglesia para definir su postura sobre la globalización financiera», afirma en esta entrevista el profesor Malinvaud.
«Cuando se habla de globalización –explica–, nadie se opone a la necesidad de hacer referencia a principios éticos. Pero cuando se empieza a debatir sobre qué es más o menos justo, las cosas se complican».
«Análogo argumento se aplica a la Iglesia: su deber de sostener y promover valores éticos está fuera de discusión; pero es distinto, y más arduo, indicarlos y precisarlos, teniendo también en cuenta que la Doctrina Social ha mantenido durante más de un siglo silencio absoluto acerca de las operaciones financieras».
–Por lo tanto, se trata inyectar ética al mundo de las finanzas, dominado por la ley del beneficio…
— Edmond Malinvaud: Algunas reglas éticas ya existen. Conceder y obtener préstamos, por ejemplo, son operaciones consideradas legítimas. Pero la legitimidad está condicionada por el respeto al derecho del deudor a no ser explotado. Por ello, cuando se firma un contrato, se necesitan cláusulas explícitas que prohíban la imposición de intereses usurarios que aprovechen la inexperiencia o el descuido del deudor; además, si en el momento de ejecución del contrato se verificara una situación muy diferente de la que cabría esperar por los términos contractuales, un sentido de equidad general debería prevalecer sobre la justicia formal.
Similarmente, los contratos de seguros se consideran legítimos. Pero el asegurado debe estar expuesto, para obtener ventajas, al riesgo en cuestión; mientras, el asegurador no debe jugar con el precio de las primas, alimentando artificialmente el riesgo.
–En otros terrenos, sin embargo, se percibe la urgencia de ofrecer reglas incisivas…
— Edmond Malinvaud: Nuevos tipos de deberes cobran cada vez más importancia con el desarrollo de los mercados financieros, donde los intercambios son anónimos: deberes de transparencia –para el que emite acciones u obligaciones– sobre todo aquello que puede influir en la equidad de la transacción. Debe encontrarse un equilibrio justo entre el legítimo derecho del individuo a la discreción y los deberes de transparencia. Los Estados y sus mercados se han dotado de instrumentos para asegurar el respeto de estos derechos y deberes: leyes sobre la quiebra y la usura, medidas «antitrust», normas para tutelar la seguridad de las transacciones, etc.
Sería interesante conocer cuáles de éstas pueden ser aprobadas por la Iglesia. Sería importante y plausible que la Iglesia manifestara su juicio sobre la moralidad de las operaciones financieras y las normas y leyes que regulan estas operaciones. Constituiría una base preciosa de discusión para la adopción de principios éticos para regular la globalización financiera.
–Usted ha insistido mucho en la necesidad de introducir nuevas normas en los mercados de los países desarrollados…
— Edmond Malinvaud: Hay que hacer distintas cosas. Para empezar, existe la necesidad de contrapoderes para afrontar las posturas dominantes y hay que reforzar las autoridades internacionales en materia de «gobernance» financiera. Debemos imponer mayor trasparencia en las operaciones técnicas, abolir los paraísos fiscales; las leyes y las regulaciones deben ir al ritmo del crecimiento financiero, en especial para proteger a aquellos que podrían quedarse fuera de sus beneficios.
–Sobre la deuda externa de los países pobres, usted ha sugerido una actitud diferente…
— Edmond Malinvaud: La Iglesia ha estado siempre en primera línea para denunciar, desgraciadamente sin ser escuchada, la brusca caída de ayudas internacionales a los países menos desarrollados y la necesidad de restablecerlas a los niveles máximos. Cuando expresa preocupación sobre la intolerabilidad del peso de la deuda externa, cuando pide la cancelación, la Iglesia pone justamente el dedo en la llaga, creando un fuerte eco a nivel internacional. Pero creo que la cuestión hay que valorarla no sólo bajo la óptica de proporcionar ayuda a los pobres, sino más bien desde el punto de vista del derecho natural que tienen los países insolventes a recibir un trato más equitativo.