Cambio Climático: Ni “indiferencia” ni “terror apocalíptico”, sino responsabilidad

Discurso de monseñor Migliore en la Cumbre de Copenhague sobre Cambio Climático

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CONPENHAGUE, viernes 18 de diciembre de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que monseñor Celestino Migliore, Nuncio Apostólico y cabeza de la Delegación vaticana, pronunció ayer en la Cumbre de la ONU sobre el Cambio Climático de Conpenhague.

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Señor presidente,

Esta conferencia reitera cuánto tiempo es necesario para crear la voluntad política clara y firme necesaria para adoptar medidas comunes vinculantes y presupuestos adecuados para una mitigación y adaptación eficaz al cambio climático en curso.

¿Es esta voluntad política lenta en tomar forma debido a la complejidad de las cuestiones interrelacionadas que debemos abordar? ¿Es principalmente un problema de conflictos de intereses nacionales? ¿O es la dificultad de traducir en números el principio recién adquirido de la responsabilidad común y diferenciada? ¿O es todavía el predominio de las políticas energéticas sobre el cuidado del medio ambiente? Sin duda, hay un poco de todo esto.

Sin embargo, hay que señalar cómo las muchas consideraciones que se están desarrollando durante este proceso convergen en un aspecto central: la necesidad de una reflexión nueva y más profunda sobre el significado de la economía y sus fines, y una revisión profunda y a largo plazo del modelo de desarrollo, para corregir sus disfunciones y distorsiones. Esto, de hecho, lo requiere la buena salud ecológica del planeta, y sobre todo como una respuesta urgente a la crisis cultural y moral del hombre, cuyos síntomas han sido largamente evidentes en todo el mundo.

Con realismo, confianza y esperanza, debemos asumir las nuevas responsabilidades a las que se nos llama en un mundo necesitado de una renovación cultural profunda y un redescubrimiento de los valores fundamentales sobre los cuales construir un futuro mejor. Las crisis morales que la humanidad está experimentando actualmente, ya sean económicas, nutricionales, ambientales o sociales – todas profundamente relacionadas entre sí – nos obligan a rediseñar nuestro camino, para establecer nuevas directrices y para encontrar nuevas formas de participación. Estas crisis son por tanto una ocasión para el discernimiento y un nuevo pensamiento.

Obviamente, esta obligación requiere la recopilación de análisis científicos detallados y precisos para evitar las ansiedades y los temores de muchos y el cinismo y la indiferencia por parte de los demás. También requiere la participación responsable de todos los segmentos de la sociedad humana para buscar y descubrir una respuesta adecuada a la realidad tangible del cambio climático. Si el diagnóstico – por la fuerza de las circunstancias en manos de la ciencia, la información y la política – tiene dificultades para proporcionar claridad y para motivar a la acción concertada y oportuna de los responsables de la sociedad humana, la razón y el sentido innato de la responsabilidad compartida de las personas una vez más, debe prevalecer.

La sociedad civil y las autoridades locales no han esperado a las conclusiones políticas y jurídicamente vinculantes de nuestras reuniones, que tardan un tiempo tan increíblemente largo. En cambio, los individuos, grupos, autoridades y comunidades locales ya han iniciado una serie impresionante de iniciativas para dar forma a las dos piedras angulares de la respuesta al cambio climático: la adaptación y la mitigación. Si bien las soluciones técnicas son necesarias, no son suficientes. El más sabio y más eficaz de los programas se centra en la información, la educación y la formación del sentido de la responsabilidad en los niños y los adultos hacia modelos ecológicamente racionales de desarrollo y gestión de la creación.

Estas iniciativas han empezado ya a poner en pie un mosaico de experiencias y logros marcado por una conversión ecológica generalizada. Estas nuevas actitudes y comportamientos tienen el potencial para crear la necesaria solidaridad intra-generacional e inter-generacional, y disipar así cualquier sentimiento estéril de temor, de terror apocalíptico, de control autoritario y de hostilidad hacia la humanidad que se multiplican en los relatos de los medios de comunicación y otros informes.

Señor Presidente,

La Santa Sede, en el con todo pequeño estado de Ciudad del Vaticano, también está haciendo esfuerzos significativos para tomar la delantera en la protección del medio ambiente mediante la promoción y ejecución de proyectos de diversificación energética, orientados al desarrollo de las energías renovables, con el objetivo de reducir las emisiones de CO2 y el consumo de combustibles fósiles.

Además, la Santa Sede está dando contenido a la necesidad de difundir una educación en la responsabilidad ambiental, que también intente salvaguardar las condiciones morales de una auténtica ecología humana. Muchas instituciones educativas católicas se dedican a la promoción de un modelo de educación, tanto en las escuelas y en las universidades. Por otra parte las Conferencias Episcopales, las Diócesis, las parroquias y las organizaciones no gubernamentales basadas en la fe se han dedicado a la promoción y gestión de los programas ecológicos durante una serie de años.

Estos esfuerzos se dedican a trabajar los estilos de vida, dado que los actuales modelos dominantes de consumo y producción a menudo son insostenibles desde el punto de vista del análisis social, medioambiental, económico e incluso moral. Debemos salvaguardar la creación – el suelo, agua y aire – como un don confiado a todos, pero debemos también y sobre todo evitar que la humanidad se destruya a sí misma. La degradación de la naturaleza está directamente conectado a la cultura que da forma a la convivencia humana: cuando la ecología humana es respetada en la sociedad, la ecología del medio ambiente se beneficia. El modo en que la humanidad trata al medio ambiente influye en la manera en que trata a sí misma.

En su reciente encíclica Caritas in veritate y en el Mensaje para el Día Mundial de la Paz 2010, el Papa Benedicto XVI dirige a todos aquellos involucrados en el sector del medio ambiente una pregunta ineludible: ¿cómo podemos esperar que las generaciones futuras respeten el medio ambiente natural, cuando nuestros sistemas educativos y leyes no ayudan a que respeten a sí mismos?

Señor Presidente,

El medio ambiente y el cambio climático implican una responsabilidad compartida hacia toda la humanidad, especialmente los pobres y las futuras generaciones.

Existe un vínculo inseparable entre la protección de la creación, la educación y un enfoque ético de la economía y el desarrollo. La Santa Sede espera que el proceso en cuestión aprecie cada vez más este vínculo y, con esta perspectiva, sigue prestando su plena cooperación.

Gracias, señor Presidente.

[Traducción del original inglés por Inma Álvarez]

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ZENIT Staff

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