El Abbé Pierre en la cumbre de Niza: Los europeos, como niños consentidos

El fundador de Emaús exige un compromiso a favor de los pobres e inmigrantes

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NIZA, 10 dic 2000 (ZENIT.org).- Los europeos son como niños consentidos que se han olvidado de las angustias de quienes no gozan de la misma fortuna. Esta es la constatación de uno de los «sabios» de Europa, el Abbé Pierre, sacerdote francés que ha entregado su vida a la ayuda de quien no tiene un techo.

Su voz es débil, el cuerpo frágil pero su espíritu permanece indómito. A los ochenta y ocho años cumplidos, este anciano, que año tras año es considerado por los sondeos como el personaje más querido de Francia, vuelve a renovar su entrega a los desheredados. Admite que la Unión Europea, al menos a nivel de palabras, ha progresos en este sentido, pero queda mucho, «demasiado» –dice–, por hacer.

El fundador de Emaús (http://www.emaus.org) está en Niza, huésped de la comunidad de Saint-André, a pocos kilómetros de distancia de la sede de la cumbre en el que los jefes de Estado de los quince países líderes del viejo continente discuten sobre su propio futuro. Lo rodean hermanos suyos, amigos, simpatizantes, sindicalistas que hace tres días participaron en la «marcha por la Europa social».

«Somos casi todos niños consentidos –constata–, al menos en esta Europa que goza del privilegio de un buen clima, de una tierra fértil, de oportunidades de trabajo en otros sitios impensables. Justamente por esto son más grandes e imperiosos, para nosotros, los deberes de la acogida a los refugiados, los inmigrantes, y más en general, de la solidaridad con los necesitados, con los que no tienen trabajo. No podemos seguir ignorando el fenómeno de las migraciones y de la marginación social».

Alguien le informa de que en los anexos de las conclusiones de la presidencia del Consejo europeo, se subraya con fuerza la voluntad de luchar contra todas las formas de exclusión y discriminación, así como de conseguir el pleno empleo. En especial se le hace notar al padre Pierre el compromiso por el que la Unión se compromete a adoptar «una política más enérgica en materia de integración de los provenientes de terceros países», de manera que se les
pueda ofrecer «derechos y deberes comparables a los de los ciudadanos de la Unión».

El Abbé sonríe con algo de ironía. «No se puede decir mejor –observa–. Lástima que entre el decir y el hacer haya de pro medio un océano. Hasta prueba de lo contrario, conservo mi escepticismo sobre la voluntad real de Europa de emplearse generosamente a este sentido».

La primera comunidad de Emaús nació cerca de París en 1951 y por aquel entonces se llamó la Comunidad de los Traperos de Emaús. Viejos papeles, chatarra… era el medio de supervivencia para sus miembros, tal y como hacen muchos pobres a través del mundo. El Abbé Pierre, su fundador, ha promovido de todas las maneras posibles, y especialmente a través de la vida en comunidad, la lucha por la integración de las personas excluidas.

Su movimiento se compone en estos momentos de más de 400 comunidades en 28 países del Norte y del Sur, en los que se acogen a personas marginadas o golpeadas por la vida.

Quizá, aunque no se atreve a confesarlo, el Abbé Pierre esperaba poder encontrarse aquí en Niza con «aquellos que cuentan» en la Unión. Sin embargo, el presidente Jacques Chirac le ha hecho saber que lo recibirá en París en enero próximo.

Podría ser una buena ocasión, comenta, para dedicar a la cuestión de los inmigrantes algo más que los pocos minutos dedicados a la acogida durante la cumbre. Sobre todo, la ocasión «para trasladar por fin la barra de la Unión de las medidas policiales a las humanitarias».

Para, el Abbé Pierre, lo esencial de su vida de fe descansa sobre tres certezas: el Eterno es Amor; la certeza de ser amado; la certeza de que la libertad humana no tiene otra razón de ser que la de hacernos capaces de responder con nuestro amor al Amor. Tres certezas sumamente actuales en Europa.

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ZENIT Staff

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