El Papa: El «paradójico» poder de Cristo, garantía para un futuro de paz

Palabras al concluir la canonización de cuatro nuevos santos

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CIUDAD DEL VATICANO, 25 noviembre 2001 (ZENIT.org).- El poder de Cristo, Rey del universo, como proclamó la Iglesia este domingo, es una paradoja para este mundo y garantía para un futuro de paz.

Esta es la constatación que hizo Juan Pablo II este domingo al final de la misa de proclamación de cuatro nuevos santos, al saludar a los peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro antes de dirigir la oración mariana del Angelus.

Estas fueron sus palabras.

* * *

¡Queridos hermanos y hermanas!

1. En este domingo, último del año litúrgico, se celebra la solemnidad de Cristo Rey del universo, y la Iglesia nos invita a contemplar la realeza del Redentor, que emerge con particular elocuencia en la vida de los santos. Esta mañana, en la basílica de San Pedro, tuve la alegría de proclamar cuatro nuevos santos: el obispo de Acqui Giuseppe Marello, fundador de la Congregación de los Oblatos de San José y tres vírgenes consagradas: Paula Montal Fornés de San José de Calasanz, Léonie Françoise de Sales Aviat y Maria Crescentia Höss. Su testimonio demuestra que el Crucificado verdaderamente «vive y reina en los siglos».

Sí, él es «el que vive», «el Señor», y reina en la vida de los hombre y de las mujeres de todo lugar y tiempo, que le acogen libremente y le siguen fielmente. Su Reino, «reino de justicia, de amor y de paz» (prefacio) se manifestará plenamente sin embargo sólo al final de los tiempos.

2. Comparada con los criterios de este mundo, la realeza de Jesús resulta por así decir «paradójica». El poder que ejerce, de hecho, no tiene nada que ver con las lógicas terrenas. Al contrario, es el poder del amor y del servicio, que requiere el don gratuito de sí mismo y el coherente testimonio de la verdad (cf. Juan 18,37).

Por este motivo el Señor se sacrificó a sí mismo, como «víctima inmaculada de paz en el altar de la Cruz» (prefacio), sabiendo que sólo así rescataría de la esclavitud del pecado y de la muerte a la humanidad, a la historia y al cosmos. Su resurrección es testimonio de que Él es el Rey victorioso, el «Señor» en los cielos, en la tierra, y en los abismos (cf. Filipenses 2,10-11).

3. La criatura que como ninguna otra ha sido asociada a la realeza de Cristo es María, coronada Reina del cielo y de la tierra. Hacia ella han mirado, como constante modelo, los santos que hoy presenta la Iglesia a nuestra veneración. A ella dirigimos la mirada también nosotros para que nos ayude a «reinar» con Cristo para construir un mundo en el que «reine» la paz.

Tenemos que rezar sin cansarnos para alcanzar este gran don, que es la paz; don del que tanta necesidad tiene la humanidad. Lo invocaremos confiados también con dos iniciativas que anuncié el domingo pasado: el día de ayuno, en diciembre, y el encuentro de oración en enero, en Asís, con los representantes de las religiones del mundo. Que María, Reina de la paz, interceda por nosotros ante su Hijo divino, Rey inmortal y Señor de la paz.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]

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ZENIT Staff

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