Entrevista póstuma del arzobispo emérito de Santiago de Cuba

En la que confiesa el amor de su vida

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ROMA , domingo 25 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).-  El 21 de julio fallecía en Miami a los 79 años monseñor Pedro Meurice Estíu, arzobispo emérito de Santiago de Cuba por un  paro cardiaco. Sin embargo su corazón cubano 100% sufría  por diversos motivos desde hacía más de cincuenta años. Le aquejaba un dolor vital por ver a la iglesia y a sus pastores en Cuba limitados, trabados, expropiados de aquello que él siempre quiso que la iglesia y los sacerdotes fueran: pastores para su pueblo.

Sufría de un dolor profundo por ver cómo muchos de sus amados paisanos confundían patria con comunismo, ideología con salvación. Y padecía un dolor todavía más profundo por verse silenciado y acallado durante decenas de años. Silencio sin embargo solo para aquello que no estuvieron cercanos a él, pues monseñor hablaba claro y fuerte para todos los que quisieron y pudieron escucharle.

Esta entrevista fue realizada por la periodista María Lozano a monseñor Pedro Meurice Estíu, con motivo un documental de Catholic Radio and Televisión Network para Ayuda a la Iglesia Necesitada que se emitirá a finales de año, sobre la Virgen de la Caridad del Cobre, cuya fiesta se ha celebrado el 8 de septiembre.

Es una de las últimas entrevistas concedidas por el arzobispo emérito de Santiago de Cuba a quien no gustaba este tipo de cosas, pero que no pudo negarse a la petición de hablar sobre su querida madre, la Virgen de la Caridad del Cobre, y es que monseñor Meurice  en todo lo que tenía que ver con ella nunca decía que no.

–Monseñor ¿Cuántos años lleva siendo arzobispo emérito?

–Monseñor Pedro Meurice Estíu: Son tantos que ya no me acuerdo… Empecé a ser emérito el día que cumplí los 75 años, ese mismo día tomó posesión el nuevo arzobispo. Yo le había pedido al Papa con tiempo suficiente esa gracia, no me gustaba que pasara un tiempo entre cumplir la edad y el nombramiento del nuevo arzobispo y después la toma de posesión. Y así me lo concedieron.

–¿Le costó ese paso?

–Monseñor Pedro Meurice Estíu: El paso de la jubilación es un paso difícil para todos, por lo que yo oigo, es un problema a estudiar ese de la jubilación… En mi caso habiendo sido obispo, la vida cambia de un día a otro. Eres el que dispone todo y a de un día para otro ya no es así… A mí me costó al principio, pero Dios y la Virgen me hicieron comprender que debía desprenderme de todo eso, que debía alejarme especialmente de todo lo que oliera ni de lejos a distinción o a poder. Así he tratado de ser lo que siempre quise desde pequeño: ser cura, que es el que va por las casas, visita a los enfermos, prepara a los niños para la comunión, va por los pueblos, visita a los enfermos, es el que ayuda a la gente madura en sus problemas matrimoniales y el que da la unción a los viejitos para ayudarles a que mueran en la presencia de Dios… He tratado de buscar, en la medida de lo posible, eso que quise hacer siempre, dedicándome durante horas a estudiar, a repasar cosas, me apasiona el estudio de las Escrituras y me apasiona el visitar a los ancianos, los enfermos, ayudando a quien pueda en lo que pueda.

–¿Y desde entonces vive al lado del Santuario de la Virgen de la Caridad en el Cobre?

–Monseñor Pedro Meurice Estíu: Bueno, yo nunca he dejado de vivir en el Cobre, en cierto sentido. Yo no nací aquí, pero conocí este lugar cuando tenía once años y desde entonces, he vivido aquí de una manera u otra. Yo no sé si hay un lugar más hermoso en Cuba.

–¿Y a qué vino a la edad de once años?

–Monseñor Pedro Meurice Estíu: Vine a ingresar en el seminario, no se me olvida ese día; era un lunes 2 de septiembre del 1944. Siempre los seminaristas veníamos para la celebración de la Caridad y ya después de la celebración los seminaristas nos quedábamos y comenzaba el curso.

–¿Por qué eligió regresar a vivir al Cobre?

–Monseñor Pedro Meurice Estíu: Después de que me enteré que uno podía jubilarse siempre pensé que el lugar para mí sería éste: El Cobre. Por todo, por el paisaje, por el ambiente… Aquí viví los años más felices de mi vida. Me despierta muchas cosas este lugar, y sobretodo por la presencia de la imagen de la Virgen, eso tiene una connotación en mi vida, no voy a decir espiritual porque es espiritual, pero es más que espiritual, como pienso que es en la de todos los cubanos.

–La devoción a Nuestra Señora de la Caridad del Cobre se considera un símbolo para toda la isla Cuba… ¿Cómo la vive usted?

–Monseñor Pedro Meurice Estíu: Yo creo que cada devoción tiene su historia fundamentada en un hecho en cierto sentido natural pero indudablemente también sobrenatural. Cada pueblo lo vive de una manera distinta y esta devoción el pueblo cubano la vive en la devoción a la Virgen de la Caridad,  porque la historia de nuestra Señora se ha hecho una y se ha fundido con la historia del pueblo cubano. Existe la historia “oficial” por una parte, pero la historia que yo conozco es la que tengo desde niño, la que mi madre me enseñó. Ella fue la que me enseñó a rezar y cuando íbamos los domingos a la parroquia, ella me llevaba ante la imagen de la Virgen de la Caridad…

–El año que viene, en 2012, se van a celebrar los 400 años del hallazgo de la imagen, ¿qué supone esta celebración?

–Monseñor Pedro Meurice Estíu: Toda esa historia de mi devoción a la Virgen, que es muy larga, se ha despertado dentro de mí ahora al comenzar esta peregrinación nacional. Yo pude tomar parte, era un adolescente, en la peregrinación nacional que ya se hizo en los años 1951 y 1952. No puedo recordar por qué pero esa  primera vez que se hizo un recorrido nacional, el primer pueblo que visitó la imagen fue el pueblo en el que yo nací: San Luis. Todavía me acuerdo muy bien de aquel día y ahora todo eso se ha revivido porque también en el recorrido nacional que se está celebrando en estos momentos el primer pueblo en visitar ha sido San Luis. Distintas las caras, las personas, la situación…, pero ahí estaba el pueblo igual que en aquella ocasión, e incluso más numeroso que en aquella situación.

–La imagen fue coronada por el Beato Juan Pablo II durante su visita en el año 1998 a Santiago de Cuba, usted estaba presente…

–Monseñor Pedro Meurice Estíu: Sí, la imagen había sido coronada ya por una delegación del arzobispo Valentín Zubizarreta en el año 1936. Al enterarme yo de que el Papa venía a Cuba,  consulté la idea a los demás obispos de pedir al Papa que coronara personalmente la imagen de Nuestra Señora durante su visita. La homilía del Santo Padre fue muy bonita. Mi memoria no está bien, he perdido mucha memoria, pero una de las frases que recuerdo era que la imagen de la Virgen de la Caridad es signo y símbolo de la justicia y libertad del pueblo cubano. Yo creo que la expresión es muy rica y recoge la historia del pueblo cubano. La Virgen toca el núcleo del ser del pueblo, del alma cubana y de cada una de las personas en concreto.

–Esta devoción a la Virgen de la Caridad es parte de la religiosidad popular cubana que se une y entremezcla sin embargo también muchas veces con otras expresiones de religiosidad, por ejemplo tradiciones africanas donde se la conoce como Oshún… 

–Monseñor Pedro Meurice Estíu: Yo me veo en la necesidad de explicar que a nadie se le puede cambiar el nombre…; menos todavía se le puede cambiar el nombre a la Virgen. El nombre que ella tiene – porque se lo puso Dios – es María, para nosotros los cubanos María de la Caridad del Cobre. Oshún es una divinidad dentro del panteón de las divinidades africanas. Cosa que debemos respetar pero que se sepa que María de la Caridad es la Madre de Jesús y Oshún es una divini
dad a la que hay que respetar pero que no tiene que ver con la Biblia, ni con la palabra de Dios, ni con las tradiciones de la Iglesia, sino que ella es única, María de la Caridad del Cobre.

–¿Cómo es su relación personal con la Virgen?

–Monseñor Pedro Meurice Estíu: Bueno, ya he dicho mi madre me enseñó a mí quién era la Virgen y a tenerle devoción, después la misericordia de Dios me trajo a vivir aquí junto a ella, al Seminario donde ya fue un cultivo y desarrollo de la fe. En su presencia empezábamos el curso escolar e íbamos a final de curso a despedirnos de ella. Me acuerdo de la canción que le cantábamos “Adiós Madre querida” cuando marchábamos a nuestros pueblos de vacaciones. Los mismos problemas que tienen todas las personas en su proceso de vida, adolescencia, juventud, edad madura… ahí es donde se pone a prueba la devoción a la Virgen y a cualquier santo, donde se purifica, se personaliza la devoción y va tomando otra dimensión. A principio cuando uno es niño es mas bien una devoción afectiva y más tarde se convierte en una entrega del corazón a Dios, por medio de la Virgen.

Más información en: www.ain-es.org

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ZENIT Staff

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