Es necesario evitar «este ataque» contra Irak, afirma la Santa Sede

Habla el secretario vaticano para las Relaciones con los Estados

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CIUDAD DEL VATICANO, 23 diciembre 2002 (ZENIT.org).- El hombre de Juan Pablo II para las relaciones con los Estados lanza un apremiante llamamiento en vísperas de la Navidad ante los preparativos de una operación militar contra Irak: «¡Es necesario hacer lo posible para que este ataque no tenga lugar!».

El arzobispo Jean Louis Tauran, secretario vaticano para las Relaciones con los Estados, explica así su postura: «El uso de las armas no es una fatalidad inevitable y, además, una guerra preventiva no está prevista por la Carta de las Naciones Unidas. Es importante que los responsables de Irak sepan regular su acción política según el código de conducta, que impone la pertenencia a la comunidad de la ONU».

Ahora bien, añade en una entrevista concedida este lunes al diario italiano «La Repubblica», «no se debe decidir nada independientemente del consenso de las naciones y de las instituciones internacionales. De aquí se deriva el papel insustituible de la ONU».

El arzobispo francés revela que desde hace dos meses ya había expresado al gobierno de Estados Unidos «la necesidad del diálogo y la conveniencia de que sea la comunidad internacional, en cuanto comunidad internacional, quien se asuma la responsabilidad ante eventuales faltas de Irak».

«Un miembro de la comunidad internacional no puede decir: «Yo hago esto y vosotros me ayudáis, o de lo contrario os quedáis en casa» –aclara–. Si fuera así, todo el sistema de reglas internacionales se derrumbaría. El riesgo sería la jungla. Podría suceder que mañana un país, en un contencioso con otro Estado, comenzar diciendo: «Voy a poner orden»».

El prelado utiliza palabras muy duras ante las amenazas procedentes de Washington de utilizar la bomba atómica en respuesta a Saddam Hussein: «Sería mejor el que ni siquiera se hiciera eco de esta hipótesis, por lo monstruosa que me parece».

Tauran revela que en sus contactos con los representantes de los países europeos y árabes se da una común convicción: «la guerra no es la solución al problema». Y aclara: «Es necesario pensar en las repercusiones que tendrá en el mundo islámico. Podría desencadenar una especie de cruzada anticristiana, antioccidental, pues ciertas masas analfabetas lo mezclan todo».

Asimismo denuncia que el dossier de Saddam Hussein presentado al Consejo de Seguridad sólo puede ser consultado en su totalidad por los miembros permanentes, mientras que los demás sólo lo pueden leer de manera «depurada». «Esto me parece muy extraño», confiesa.

«Lo que me turba es que, mientras los inspectores están estudiando estos dossieres, se hacen ya apreciaciones. Sería mejor quedarse callados y esperar los resultados finales de la investigación para pronunciarse», concluye.

El prelado se muestra favorable al Tribunal Penal Internacional, al que no han adherido países como Estados Unidos, China, Rusia y Japón, pues considera que «es una seguridad incluso para el respeto de los derechos humanos en todo lugar. De este modo, todos sabrían que nadie puede hacer lo que quiere. Teniendo en cuenta precisamente las experiencias del siglo XX es importante que haya reglas y que será castigado quien las viola».

Ante el argumento de Washington, según el cual Estados Unidos tiene miedo de que sus soldados empleados en misiones de paz fueran juzgados por «motivos políticos», el prelado responde: «Personalmente, y hablo a título personal, me siento perplejo. Esto querría decir que hay excepciones a los derechos humanitarios».

Para combatir el terrorismo, según monseñor Tauran, es necesario volver «a dar a los hombres el sentido del carácter sagrado de la vida, así como de la dignidad de la persona. Al mismo tiempo, es necesario saber individuar, para desarraigarlas, aquellas causas –pobreza, conflictos no resueltos, tensiones sociales– que se encuentran en el origen de las frustraciones y de la desesperación de movimientos y de personas, que se ven casi empujadas al diabólico modo de actuar que es el atentado terrorista».

El prelado pide sacar lecciones del conflicto en Oriente Medio, donde «es triste asistir al recurso diario a la violencia según una lógica perversa, que opone el terrorismo a expediciones de castigo en un «crescendo» que destruye toda propuesta y todo esfuerzo de paz. A esta situación desastrosa se añade ahora la perspectiva de una Navidad en Belén, durante la cual el libre acceso a la basílica de la Natividad podría quedar impedido, limitado o en medio de tanques».

En este sentido, aclara, «la posición de la Santa Sede no ha cambiado: respeto del otro y de sus legítimas aspiraciones; aplicación del derecho internacional; retiro de los territorios ocupados; presencia de la comunidad internacional sobre el territorio y un estatuto internacionalmente garantizado para los lugares más sagrados de Jerusalén».

El representante vaticano considera que las negociaciones de paz deberían recomenzar a partir de los acuerdos alcanzados entre Bill Clinton, Ehud Barak y Yasser Arafat, pues lo contrario «sería volver al estado de hace 20 años».

«Me preocupa el que hay quien no quiere hablar ya de Estado palestino, pues el proceso de paz –ahora prácticamente muerto– debía tener el objetivo de la coexistencia de un Estado palestino y de un Estado israelí, tal y como está previsto por la resolución de 1948. Si este no es el objetivo, ¿para qué sirve el proceso de paz?».

Por lo que se refiere a Arafat, el prelado responde: «Mientras los palestinos lo consideren su represente, también para la Santa Sede es el interlocutor legítimo».

El prelado analiza también la situación de Rusia, asegurando que «nos encontramos ante una auténtica campaña anticatólica. En abril, al obispo de Irkutsk se le impidió regresar a su sede y a cuatro sacerdotes se les ha rechazado la renovación de su permiso de residencia. A inicios de diciembre, les ha tocado la misma suerte a otros tres sacerdotes en San Petersburgo. Algunos días después, un diario de Moscú, «Gazeta», a la hora de clasificar las organizaciones religiosas que amenazan la seguridad del Estado, ponía a la Iglesia católica en el primer lugar. ¡Incluso antes de Al Qaeda! El 14 de diciembre convoqué al embajador de la Federación Rusa para deplorar este último, triste episodio».

«Espero que el gobierno ruso, signatario de los grandes documentos internacionales sobre la libertad religiosa, sepa tomar las medidas que se imponen para volver a dar a la pequeña comunidad católica en Rusia la seguridad, la serenidad y la dignidad a las que tienen derecho», desea Tauran.

El arzobispo pasa después a analizar la petición presentada por las comunidades cristianas del viejo continente para que se tenga en cuentan las «raíces cristianas» en la futura Constitución europea.

«Pedimos que en el tratado constitucional se incluyan «tres disposiciones legislativas», revela el hombre para los Asuntos Exteriores del Papa: «el reconocimiento de las Iglesias y de las comunidades religiosas a auto-organizarse, en conformidad con sus respectivos estatutos; la previsión de un diálogo estructurado de la Unión con las Iglesias y las comunidades religiosas; el respeto del estatuto del que ya gozan las Iglesias y las comunidades religiosas en los estados miembros, según la legislación nacional».

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ZENIT Staff

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