Homilía del cardenal Ruini en la misa celebrada por el Papa en San Juan de Letrán

ROMA, viernes, 1 abril 2005 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció el cardenal Camillo Ruini, obispo vicario de Roma, en la misa por Juan Pablo II que presidió en la Basílica de San Juan de Letrán en la tarde de este viernes.

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Celebramos esta santa misa por el Papa Juan Pablo II, obispo de Roma, primado de Italia, pastor universal de la Iglesia. Ofrecemos el sacrificio de Cristo por este gran padre nuestro, hermano y amigo, que siempre nos lleva en su corazón y a quien también nosotros llevamos en el nuestro.

Juan Pablo II está afrontando la prueba más difícil de su larga y extraordinaria vida, y la afronta y la vive con la misma íntima serenidad y abandono confiado en las manos de Dios, con el que siempre ha vivido, trabajado, sufrido y con el que siempre se ha alegrado. En estas horas, es más que nunca nuestro Papa, el vicario de ese Cristo que nos redimió con su pasión, el siervo de los siervos de Dios, que es el título pontificio que más le gusta.

¿De dónde viene su increíble fuerza de espíritu que tanto impresiona? ¿De dónde viene su inagotable capacidad de amar y de entregarse, su valentía y su inquebrantable confianza?

Queridos hermanos y hermanas, todo viene de la relación concreta y viva que une a nuestro Papa con Jesucristo y a con Dios Padre. La Liturgia de hoy, como la de los demás días de la semana de Pascua, habla de la resurrección, de Cristo resucitado de los muertos, que se hizo ver y tocar pos sus discípulos y así les llevó a la fe. Pues bien, esta es también la fe de nuestro Papa, una fe tan fuerte y llena, una experiencia de Dios tan intensamente vivida, que él, en estas horas de sufrimiento, al igual que antes en todo su incansable ministerio, ya ve y toca al Señor, ya está unido a nuestro único Salvador.

Por ello, esa certeza y esa alegría que marcan el tono de la liturgia de esta semana van de acuerdo, a pesar de las apariencias, con el sufrimiento del Papa con nuestra oración por el Papa. Son la certeza y la alegría de la Pascua del Señor, de la vida que vence a la muerte, del perdón que cancela el pecado.

Queridos hermanos y hermanas. Volviendo con la memoria a estos casi veintisiete años de pontificado, nos sentimos llenos de gratitud al hombre Karol Wojtyla y a Dios, que nos lo ha dado. Y ahora, mientras rezamos por él, nos encomendamos también nosotros, como él, a la voluntad del Señor, a esa Divina Misericordia a la que él se ha consagrado totalmente. De este modo, nuestra esperanza no quedará decepcionada y el vínculo de amor que nos une a nuestro Papa en todo caso no quedará roto.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]

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ZENIT Staff

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