Hoy, más que nunca, el obispo debe ser servidor de todos; asegura el Papa

Juan Pablo II recibe a los primeros 153 obispos del milenio

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CIUDAD DEL VATICANO, 5 julio 2001 (ZENIT.org).- Hoy, más que nunca, el obispo debe ejercer su ministerio como un servicio. Este fue el consejo que dejó Juan Pablo II este jueves al encontrarse con los primeros obispos del nuevo milenio.

Se trataba de 153 nuevos pastores de diócesis de los diferentes continentes nombrados por el Papa desde el inicio del año 2000 hasta el mes pasado, presentes en Roma para participar en un encuentro de profundización organizado por la Congregación vaticana para los obispos en el Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum», institución universitaria dirigida por los Legionarios de Cristo.

El encuentro, que se celebra del 29 de junio al 6 de julio, como explicó el mismo pontífice, constituye «una pausa de comunión fraterna y de serena profundización de algunos temas y problemas prácticos que interpelan particularmente a la vida de un obispo».

Obispos en un mundo complejo
«¡Vosotros sois los obispos del inicio del nuevo milenio!», exclamó el Papa al saludarles. «Ciertamente vivimos en un mundo difícil y complejo», añadió. «El ministerio del obispo no se vive bajo la bandera del triunfalismo, sino más bien de la Cruz de Cristo. De hecho, con el sacramento del orden habéis quedado configurados más íntimamente con Cristo. Ninguna dificultad debe turbaros, pues Cristo es nuestra esperanza».

Obispo, un ministerio de servicio
«Al cumplir vuestro ministerio, os debe animar un gran espíritu de servicio. Hoy más que nunca el papel del obispo debe entenderse en términos de servicio», continuó constatando el pontífice. «El obispo es servidor de todos. Está al servicio de Dios y, por su amor, también de los hombres».

Se trata de un tema decisivo, añadió el Papa Wojtyla, hasta el punto que constituye el tema del próximo Sínodo para los Obispos del mundo que se celebrará en Roma, en el mes de octubre, con el lema «El obispo, servidor del Evangelio para la esperanza del mundo».

En definitiva, según Juan Pablo II, el obispo debe ser «signo del amor de Cristo para toda persona humana».

Y aclaró: «Nuestra eficacia a la hora de mostrar a Cristo al mundo depende en buena medida de la autenticidad de nuestro seguimiento de Cristo. La santidad personal es la condición para nuestro ministerio fructuoso como obispos de la Iglesia. Nuestra unión con Jesucristo determina la credibilidad de nuestro testimonio del Evangelio».

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ZENIT Staff

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