«Instrucción» vaticana para evitar abusos de la Eucaristía

Recuerda y explica las normas fundamentales para una digna celebración

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CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 23 abril 2004 (ZENIT.org).- Este viernes se presentó en la Sala de Prensa del Vaticano la «instrucción» «Redemptionis sacramentum» «sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la santísima Eucaristía».

El esperado documento, de unas setenta páginas, 186 párrafos, ha sido redactado a petición de Juan Pablo II por la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en colaboración con la Congregación para la Doctrina de la Fe.

La «instrucción», como explica en el «Proemio», no es un «compendio de normas» sobre la Eucaristía, sino más bien trata de retomar «algunos elementos de la normativa litúrgica anteriormente enunciada y establecida, que continúan siendo válidos, para reforzar el sentido profundo de las normas litúrgicas» (n. 2).

En su última encíclica, Eucharistia de Ecclesia, publicada el Jueves Santo de hace un año, el Papa anunció este documento para ofrecer «disposiciones de naturaleza jurídica», pues «a nadie le está permitido minusvalorar el misterio confiado a nuestras manos» con la Eucaristía (n. 52).

En varias ocasiones, el documento repite con diferentes palabras esta expresión que marca su espíritu: «El Misterio de la Eucaristía es demasiado grande para que alguien pueda permitirse tratarlo a su arbitrio personal, lo que no respetaría ni su carácter sagrado ni su dimensión universal» (n. 11, cf. n. 8).

Al presentar la instrucción, el cardenal Francis Arinze, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, reconoció que la Iglesia necesita dejar normas claras pues si no cada sacerdote celebraría la misa a su manera.

La «instrucción», afirmó, busca evitar los «abusos» que se dan, aclaró, pues en ocasiones «amenazan a la validez del sacramento», «manifiestan una deficiencia en la fe eucarística», «contribuyen a crear confusión entre el pueblo de Dios» o «a hacer crecer la desacralización de la celebración eucarística».

En realidad la «Instrucción» no ofrece normas nuevas, subrayó el purpurado nigeriano en la rueda de prensa, sino que «las especifica». La novedad, afirmó, está «especialmente en el espíritu», pues busca motivar estas normas con una «actitud de fe y de reverencia por la Eucaristía».

El documento, de ocho capítulos, afronta en el primero «La Ordenación de la Sagrada Liturgia», para explicar cuál es el papel de la Sede Apostólica, del obispo diocesano, de la conferencia episcopal, sacerdotes y diáconos en la regulación de la liturgia.

«El pueblo cristiano, por su parte, tiene derecho a que el Obispo diocesano vigile para que no se introduzcan abusos en la disciplina eclesiástica, especialmente en el ministerio de la palabra, en la celebración de los sacramentos y sacramentales, en el culto a Dios y a los santos», afirma el párrafo 24.

El segundo capítulo, aborda «La participación de los fieles laicos en la celebración de la Eucaristía» en el que busca evitar la «clericalización» de los laicos, idea en la que la Santa Sede viene insistiendo desde hace años.

«La asamblea que se reúne para celebrar la Eucaristía necesita absolutamente, para que sea realmente asamblea eucarística, un sacerdote ordenado que la presida», recuerda en el número 42.

Desmintiendo supuestas versiones del documento publicadas por la prensa hace meses, el número 47 promueve la costumbre de niños que ayuden en el altar como monaguillos, como vivero de vocaciones al sacerdocio, pero explica que «a esta clase de servicio al altar pueden ser admitidas niñas o mujeres, según el juicio del obispo diocesano y observando las normas establecidas».

El tercer capítulo ilustra «La celebración correcta de la Santa Misa» para recordar normas fundamentales necesarias para la validez del sacramento, como el «pan ázimo» y el vino « fruto de la vid, puro y sin corromper, sin mezcla de sustancias extrañas».

Él número 59 pide explícitamente que cese «la práctica reprobable de que sacerdotes, o diáconos, o bien fieles laicos, cambian y varían a su propio arbitrio, aquí o allí, los textos de la sagrada Liturgia que ellos pronuncian», que en ocasiones «adulteran el sentido auténtico de la Liturgia».

La homilía debe pronunciarla un sacerdote, ocasionalmente un concelebrante o diácono, pero «nunca un laico», aclara el número 64.

Condena también, en el número 79, «el abuso de introducir ritos tomados de otras religiones en la celebración de la santa Misa, en contra de lo que se prescribe en los libros litúrgicos, se debe juzgar con gran severidad».

El cuarto capítulo, sobre «La sagrada Comunión», confirma «la costumbre de la Iglesia manifiesta», según la cual, «es necesario que cada uno se examine a sí mismo en profundidad, para que quien sea consciente de estar en pecado grave no celebre la Misa ni comulgue el Cuerpo del Señor sin acudir antes a la confesión sacramental, a no ser que concurra un motivo grave y no haya oportunidad de confesarse».

El quinto capítulo afronta «Otros aspectos que se refieren a la Eucaristía», como cuando afirma que «nunca es lícito a un sacerdote celebrar la Eucaristía en un templo o lugar sagrado de cualquier religión no cristiana».

«La reserva de la Santísima Eucaristía y su culto fuera de la misa» constituye el título del capítulo sexto. «Sustraer o retener las sagradas especies con un fin sacrílego, o arrojarlas, constituye uno de los «graviora delicta», cuya absolución está reservada a la Congregación para la Doctrina de la Fe», recuerda.

En el capítulo séptimo, dedicado a los «Ministerios extraordinarios de los fieles laicos» se recuerda que «nunca es lícito a los laicos asumir las funciones o las vestiduras del diácono o del sacerdote, u otras vestiduras similares».

«El ministro extraordinario de la sagrada Comunión podrá administrar la Comunión solamente en ausencia del sacerdote o diácono, cuando el sacerdote está impedido por enfermedad, edad avanzada, o por otra verdadera causa, o cuando es tan grande el número de los fieles que se acercan a la Comunión, que la celebración de la misa se prolongaría demasiado», aclara el párrafo 158.

Los delitos más graves (o «graviora delicta») contra la santidad del Sacramento son afrontados en el capítulo octavo dedicado a «Los remedios». Los enuncia textualmente de este modo:

«a) sustraer o retener con fines sacrílegos, o arrojar las especies consagradas;
b) atentar la realización de la liturgia del Sacrificio eucarístico o su simulación;
c) concelebración prohibida del Sacrificio eucarístico juntamente con ministros de Comunidades eclesiales que no tienen la sucesión apostólica, ni reconocen la dignidad sacramental de la ordenación sacerdotal;
d) consagración con fin sacrílego de una materia sin la otra, en la celebración eucarística, o también de ambas, fuera de la celebración eucarística».

«Cualquier católico, sea sacerdote, sea diácono, sea fiel laico, tiene derecho a exponer una queja por un abuso litúrgico, ante el obispo diocesano o el ordinario competente que se le equipara en derecho, o ante la Sede Apostólica, en virtud del primado del Romano Pontífice. Conviene, sin embargo, que, en cuanto sea posible, la reclamación o queja sea expuesta primero al Obispo diocesano. Pero esto se haga siempre con veracidad y caridad», afirma el documento en el número 184.

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ZENIT Staff

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