La Eucaristía, respuesta al hambre y la sed del mundo posmoderno

Homilía del cardenal Rivera al inaugurar el Simposio Teológico Pastoral

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GUADALAJARA, miércoles, 6 octubre 2004 (ZENIT.orgEl Observador).- Publicamos la homilía que pronunció este miércoles el cardenal Norberto Rivera Carrera, arzobispo primado de México, en la misa de inauguración del Simposio Internacional Teológico Pastoral previo al Congreso Eucarístico Internacional de Guadalajara.

* * *

Amados hermanos en el ministerio diaconal, presbiteral, episcopal. Señores Cardenales, muy querido nuncio papal. Muy querido Señor Cardenal Arzobispo de Guadalajara.

Hemos escuchado el relato de la Ultima Cena en la intimidad del Cenáculo contemplando a Jesucristo que realiza lo que anuncia pues el pan partido, la copa que ofrece como representación de la pascua judía constituye el anuncio del nuevo pacto la nueva y eterna Alianza sellada con su sangre la del Cordero sin mancha ofrecida para la Salvación de todos. Manda a los suyos que hagan memorial que ritual icen su el misterio pascual hasta que el vuelva de nuevo.

La Iglesia que vive de la Eucaristía obediente al mandato del Señor, anuncia su muerte y proclama su Resurrección esperando su ultima venida ya que Jesús ha dado un sentido específico a su muerte en la Cruz la cual ha confirmado la Ultima Cena, cuerpo roto como el pan y sangre derramada como el vino; y su Resurrección que le ha dado valor de eternidad.

Así Cristo de modo sacramental y en forma admirable se hace alimento y bebida para los suyos; los alimenta para que ellos a su vez alimenten a todos los que creen en El, pues ha venido para que «tengan vida y la tengan en abundancia»; quiere a los suyos llenos de vitalidad divina, de vida autentica, la que sólo puede dar El mismo.

Pues toda vez «que comemos de este Pan y bebemos de este Cáliz» la Iglesia, como Madre verdadera, continúa respondiendo al mandato de Jesús cuando realizo la multiplicación de los panes: «denles ustedes de comer».

En aquella ocasión ante la multitud reunida, sus discípulos habían propuesto una solución practica: «despidan a la gente» y a continuación una solución económica: «salgan a las aldeas y compren comida». Jesús, empero, tiene otro proyecto que trasciende la practicidad y los parámetros económicos; necesita solamente que sus discípulos estén dispuestos a entregarse a sí mismos y todo lo que poseen a servicio del Reinado de Dios; quien acoge, entra en la dinámica del Reino, entra en su misterio; pero quien despide y rechaza no lo ha entendido y vive en actitud excluyente.

Continuando el relato de la multiplicación de los panes, el evangelista añade: «dijeron, no tenemos aquí mas que cinco panes y dos peces. Jesús dijo: tráiganlos». Los apóstoles se escudan en su pobreza, pero la pobreza no viene dada por lo que se tiene, sino por la actitud a la hora de compartir; el problema definitivo no es la producción cuanto en el reparto, en el compartir. Este no es asunto matemático, sino que afecta el corazón: a las intenciones y actitudes más profundas y a la percepción que se tiene del otro. Esto es lo que quiere modificar el Evangelio para que haya hombres nuevos que recreen la historia como Jesús, más allá del cálculo egoísta que produce el hambre y la miseria.

«Levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se lo dio…». Jesús introduce en elemento nuevo: su Padre que está en los cielos. Sólo después de establecida la relación con su Padre puede llegar al signo divino, la multiplicación. Pronunciar la bendición significa reconocer que algo que se posee es don recibido de lo alto, y como tal, muestra de su amor paterno. Hay una bendición que reconoce la obra creadora de Dios y la colaboración del esfuerzo y el trabajo del hombre.

Al reconocer su origen último, Dios padre, se acepta como don suyo y se desvincula de su posesor humano para hacerlo propiedad de todos. Se da una liberación del acaparamiento egoísta que la esteriliza para que se convierta en don de Dios para todos. La bendición crea la abundancia, pero no sustituye la colaboración del hombre.

Y se realizó el portento, signo de su poder divino. Ahora sus discípulos repartirán a la multitud el pan compartido, el cual como fruto de la bendición de Jesús ha sido multiplicado y saciará el hambre de todos; y es tan sorprendente el signo mesiánico que hasta sobraron doce canastos de panes.

El tiempo mesiánico se ha manifestado: Dios sacia a su pueblo gratuitamente y lo nutre de cosas buenas de cosas buenas: vida y alegría mesiánicas; vinculándolo con una comida abundante, signo de la gratuidad del Reino mesiánico.

Con este acto de generosidad se proclama que los bienes de la comunidad puestos a disposición de todos, son bendecidos por Jesús y multiplicados por su poder divino sacian el hambre de todos; logrando restaurar su sentido primigenio: el bien de la humanidad entera.

Este es el sentido profundo de nuestra Eucaristía en la que Jesús se entrega como pan partido para todos, sin reservase nada para sí, sólo por amor pleno y total. De tal manera que el que lo come será también alimento para los demás, se dará y compartirá todo lo que es, todo lo que sabe y todo lo que tiene, como Jesús pan de Vida.

En el marco celebrativo de este Simposium Eucarístico Internacional aceptamos el desafío de Jesús: ¡Denles ustedes de comer! Ahí esta el grito intermitente del mundo posmoderno sediento y hambriento de verdad, de justicia, de amor y de paz.

Por nuestra parte, «cada vez que comemos de este Pan y bebemos de este cáliz» asumimos la responsabilidad para dar desde nuestra de Jesucristo; queremos saciar su hambre repartiendo el pan de la Palabra y el pan de la Eucaristía.

Sin duda alguna, vendrá la multiplicación como lo ha mostrado a lo largo de la vida de la Iglesia el que dijo: «yo estaré con ustedes siempre hasta el fin del mundo».

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ZENIT Staff

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