La oración, «cuestión de vida o muerte»; asegura Benedicto XVI

Al meditar en el Ángelus dominical sobre la Transfiguración

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CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 4 marzo 2007 (ZENIT.org).- La oración es «una cuestión de vida o muerte», pues de ella depende nuestra relación de amor con Dios, puerta para entrar en la vida eterna, explicó este domingo Benedicto XVI.

Al dirigirse a los miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano con motivo de la oración mariana del Ángelus, el Papa sacó esta lección del pasaje evangélico de la liturgia de ese día, en el que se revivía el misterio de la Transfiguración de Jesús.

«La oración no es algo accesorio u opcional, sino una cuestión de vida o muerte», afirmó hablando desde la ventana de su estudio en una estupenda mañana soleada.

«Sólo quien reza, es decir, quien se encomienda a Dios con amor filial, puede entrar en la vida eterna, que es Dios mismo», añadió.

El obispo de Roma revivió los momentos en que Jesús subió al monte «a orar» junto con los apóstoles Pedro, Santiago y Juan y, «mientras oraba», tuvo lugar el luminoso misterio de su transfiguración.

«Subir al monte para los tres apóstoles supuso quedar involucrados en la oración de Jesús, que se retiraba con frecuencia para orar, especialmente en la aurora o después del atardecer, y en ocasiones durante toda la noche», recordó.

«En esa ocasión, en el monte, quiso manifestar a sus amigos la luz interior que le invadía cuando rezaba», añadió, explicando el sentido del fenómeno narrado por el evangelista: «su rostro se iluminó y sus vestidos dejaron traslucir el esplendor de la Persona divina del Verbo encarnado».

Según explica el Evangelio, en ese momento Jesús conversó con Moisés [en representación de la Ley] y Elías [uno de los profetas] sobre su pasión, muerte y resurrección en Jerusalén.

«En su diálogo íntimo con el Padre», consideró el pontífice, Cristo «no se sale de la historia, no huye de la misión para la que vino al mundo, a pesar de que sabe que para llegar a la gloria tendrá que pasar a través de la Cruz».

«Es más –recalcó–, Cristo entra más profundamente en esta misión, adhiriendo con todo su ser a la voluntad del Padre, y nos demuestra que la verdadera oración consiste precisamente en unir nuestra voluntad con la de Dios».

«Para un cristiano, por tanto, rezar no es evadirse de la realidad y de las responsabilidades que ésta comporta, sino asumirlas hasta el fondo, confiando en el amor fiel e inagotable del Señor», indicó el Santo Padre.

Concluyó invitando a los creyentes, en «este tiempo de Cuaresma», a pedir a María, «Maestra de vida espiritual», «que nos enseñe a rezar como hacía su Hijo para que nuestra existencia quede transformada por la luz de su presencia».

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ZENIT Staff

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