La teología de las religiones de Joseph Ratzinger

Entrevista al profesor Joan-Andreu Rocha Scarpetta

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ROMA, domingo, 16 abril 2006 (ZENIT.org).- Al cumplirse un año del inicio de pontificado de Benedicto XVI Zenit ha querido profundizar en su pensamiento acerca la llamada «teología de las religiones».

En esta entrevista, Joan-Andreu Rocha, profesor de Teología de las Religiones y de Ecumenismo en la Facultad de Teología del Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum» de Roma, donde dirige el «Máster en Iglesia, Ecumenismo y Religiones», relata cómo el entonces teólogo Joseph Ratzinger veía la relación de las religiones con el cristianismo y cómo sigue aplicando en su pontificado esta visión.

–¿Se puede hablar de una «teología de las religiones» propia del cardenal Joseph Ratzinger?

Rocha: Más que de una «teología de las religiones» propia de Joseph Ratzinger, se puede hablar de un Ratzinger teólogo de las religiones. Ya como joven profesor de teología de Frisinga y Bonn el futuro Benedicto XVI enseñó historia de las religiones y filosofía de la religión. Subrayaba la importancia de estas religiones en la preparación del camino del cristianismo, como la realización paulatina de las promesas de Dios a lo largo de la historia de la salvación.

Su valoración de estas tradiciones religiosas se funda en el principio del Reino de Dios: la Iglesia es depositaria de los medios para proclamar y hacer presente el Reino de Dios. Pero no posee el monopolio, porque el Reino es más que la Iglesia.

La característica principal de este reino es el amor. Donde hay amor fraterno se hace presente virtualmente el Reino de Dios, que perfecciona la ley natural, donde obra la gracia salvífica divina. La base de este pensamiento se funda sobretodo en la dimensión natural de la persona humana y su posibilidad de razonar, que son objeto del amor de Dios.

No hay que olvidar que el teólogo Ratzinger vive de cerca el desarrollo de lo que hoy llamamos la teología de las religiones, que evoluciona en el contexto de una tensión entre tres elementos: la reflexión teológica propiamente dicha (que comprende la teología de las religiones a la luz de la teología de la gracia, la eclesiología y la teología de la salvación o soteriología), el mandato misionario de la Iglesia que impele a la proclamación del Evangelio a todo el mundo, y el reconocimiento de los valores humanos presentes en todas las culturas, en las que se encuentran las diversas religiones del mundo.

Es a partir de esta triple tensión –formada por la reflexión teológica, la misión y el valor de las culturas– donde nace y se desarrolla el verdadero diálogo interreligioso.

Cabe decir que la teología de las religiones es la disciplina teológica que se ocupa de la valoración teológica de las religiones no cristianas, que no hay que confundir con el diálogo interreligioso. En su estado actual presenta tres tendencias: la exclusivista (que no reconoce ningún valor a las religiones fuera del cristianismo), la pluralista (que da a todas las religiones un valor igual) y la inclusivista (que da la supremacía de la verdad salvífica a Cristo, pero reconoce los valores presentes en las otras religiones). Esta última es la línea aceptada por el Magisterio de la Iglesia.

–¿Cómo sugería el teólogo Ratzinger el acercamiento a las religiones?

–Rocha: El teólogo bávaro insistía en una aproximación a las religiones a partir de la teología de la historia, superando la reducción de la religión a la pura experiencia (misticismo) o a un conocimiento puramente racional (ilustración). Estas son en el fondo las grandes tentaciones del ser humano: el relativismo que ve todo como igual e indistinto, o la razón presentada como opuesta a la religión.

Años después, de frente al desarrollo de la teología de las religiones y como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el teólogo Ratzinger afinará su pensamiento. Insistirá sobre la importancia de la verdad como fundamento del encuentro entre las religiones, y enfatizará aun más la importancia del hecho histórico y salvífico que es la revelación de Cristo. La declaración «Dominus Iesus» (2000) es precisamente como un grito de atención frente a la disolución del evento salvífico de Cristo en el contexto de un pluralismo religioso creciente. Cristo, para los cristianos, no es un personaje religioso notable entre otros, sino el único salvador.

–Benedicto XVI insiste especialmente en el vínculo con las religiones monoteístas. ¿Cómo entiende el Papa el valor de las otras religiones?

–Rocha: El principio fundamental que rige el pensamiento del Santo Padre en este sentido es que ante Dios, todos los hombres tienen la misma dignidad, independientemente del pueblo, la cultura o la religión a que pertenezcan. A partir de aquí avanza la perspectiva de una teología de la historia que ve en las religiones no cristianas las precursoras del cristianismo. Pero insiste en el valor distinto de las religiones.

Por esto las religiones monoteístas ocupan un lugar particular. Entre ellas el judaísmo tiene un lugar preeminente. Sobretodo por la estrecha relación entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, por las raíces espirituales comunes y por su rico patrimonio de fe en el único Dios, que estableció su alianza con el pueblo elegido, reveló sus mandamientos y enseñó la esperanza en las promesas mesiánicas.

Respecto al Islam, la otra religión monoteísta, el Santo Padre ha subrayado la importancia de la mutua filiación en Abraham y el servicio común a los valores morales fundamentales.

En todo caso el Santo Padre es coherente con su pensamiento teológico, sobretodo por lo que se refiere a la especificidad de la verdad cristiana revelada en Jesucristo. La arrogancia no es creer que Dios ha hecho el don de la verdad a los cristianos, sino el relativismo que lleva a decir que Dios no puede ofrecernos este don. De aquí la frase «la verdad no puede tener otra arma que sí misma».

–Por lo que toca a la manera de ver las otras religiones, ¿advierte un cambio en relación a Juan Pablo II?

–Rocha: Hay que recordar que la historia de la llamada «teología de las religiones» en tanto que disciplina teológica es bastante joven en el ámbito de la teología católica.

Todo y que históricamente existieron momentos de aproximación a las demás religiones y sus valores – pienso a los esfuerzos de un Mateo Ricci (1552-1610) en China y un Roberto Nobili (1577-1656) en India, o la visión de una «paz entre las religiones» de un Nicolás de Cusa (1401-1464) – no fue hasta el Concilio Vaticano II que la Iglesia, de manera formal, estableció el paradigma de lo que llamaríamos después la «teología de las religiones».

Las bases de esta doctrina se encuentran en la declaración Nostra Aetate sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas (1965). Desde entonces la teología de las religiones se ha ido desarrollando entre momentos de gran entusiasmo, pero también al ritmo de un discernimiento cauto.

Creo que Juan Pablo II realizó una inusitada aproximación a las otras religiones, sobretodo a partir de gestos concretos muy significativos, como la visita a la Sinagoga de Roma (1986) o la visita a la Mezquita de Damasco (2001), y sobretodo con los encuentros de Asís de 1986 y del 2002. Esta aproximación a las diversas religiones del mundo ha tenido un valor profundamente simbólico, y ha ayudado e desplomar muchos prejuicios.

Pero al lado de los gestos simbólicos hay que ir consolidando una reflexión teológica que, al final, es la que determina un verdadero diálogo.

Con Benedicto XVI nos encontramos con una profundización de los elementos teológicos que, seguramente, no tendrán una repercusión mediática tan notable como los gestos, pero permitirán establecer claramente los principios reguladores de una teología de las religiones (y por tanto
de un diálogo interreligioso) que eviten tanto un exclusivismo de ultranza como un relativismo de principio.

El inclusivismo que caracteriza la teología católica de las religiones (que defiende la unicidad y la universalidad de la salvación en Jesucristo reconociendo en las religiones un valor imperfecto) encontrará seguramente bajo el pontificado de Benedicto XVI un fino y sólido desarrollo.

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ZENIT Staff

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