Las religiones, valiosas para superar las dificultades de las migraciones

Monseñor Marchetto en la Academia Olímpica de Vicenza

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ROMA, lunes 25 de octubre de 2010 (ZENIT.org).- La dimensión religiosa puede ayudar a la “resolución de crisis y desestabilizaciones que, a menudo con superficialidad, llevan a mirar al fenómeno migratorio con una cierta sospecha, como factor de incertidumbre y de conflicto”.

Lo afirmó monseñor Agostino Marchetto, anterior secretario del Consejo Pontificio de la pastoral para los Migrantes e Itinerantes, el jueves 21 de octubre con ocasión de la inauguración del Año Académico 2010-2011 de la Academia Olímpica de Vicenza (Italia).

El prelado habló de una “atención positiva”, que “quiere principalmente educar para superar mentalidades y acciones que esconden un rechazo del otro o que se reducen a su exclusión, hasta llegar a limitaciones más amplias de derechos y libertades, o a criminalizaciones injustificadas hacia aquellos que, empujados por motivos distintos, dejan su tierra de origen para instalarse en otro país”.

“Para la Iglesia católica esto significa cuidado pastoral específico, inserto en una acción más amplia de acogida y de amor hacia el otro que es propia del compromiso de la comunidad de los bautizados, pro es también motivo de elevar la voz para que nunca se olvide la justicia, entendida como respeto de los derechos de la persona y no sólo la aplicación de medidas legislativas, para que se ponga la base de una convivencia pacífica y duradera”.

El fenómeno migratorio, explicó el prelado, afecta hoy a casi 200 millones de personas. Casi el 3% de la población mundial deja su propia tierra de origen, en general para trasladarse hacia áreas con mayor nivel de desarrollo.

Esta realidad está en crecimiento, “lo que comporta inmediatamente – y a menudo de forma dramático – la necesaria disponibilidad a practicar actitudes de comprensión, asistencia, solidaridad que hay que expresar no sólo como recuerdo teórico, sino a través de los instrumentos de la política, del derecho y de las más complejas actividades institucionales realizadas por órganos estatales o por instancias de la comunidad internacional”.

Los problemas relativos a las migraciones, por lo demás, “afectan no sólo a cada país, sino también a la dimensión internacional, las leyes, las instituciones, las estrategias de intervención, y esto precisamente en la perspectiva de una coexistencia pacífica estructurada según esa subsidiariedad de aportaciones que implique personas, sociedades y Estados”.

El papel de las religiones

Frente a estas situaciones, reconoció monseñor Marchetto, “la intervención a la que están llamadas las religiones no es fácil, si no se quiere reducir a la sola denuncia o a una mediación”.

“Se trata, de hecho, de contribuir a determinar las condiciones de desarrollo, y por tanto las políticas de cooperación como ocasión de encuentro cultural y humano”.

Al mismo tiempo, “la dimensión religiosa no puede alejarse” del contexto actual, en el que los inmigrantes son a menudo considerados de modo negativo y “la aportación positiva que las migraciones dan al mundo del trabajo genera disensiones: el migrante se convierte en el que quita trabajo, produce una competencia desleal a niveles salariales, empuja a un mayor traslado de recursos hacia el gasto social”.

“A la dimensión religiosa, además, no se le escapa la actitud de un número cada vez mayor de países que optan por adoptar políticas e instrumentos normativos que tienen un acercamiento a más dimensiones, para la gestión de las migraciones, dirigido a reducir formas de irregularidad, de traslados, descuidando en cambio la necesaria acción preventiva, o al menos dirigida a reducir los abusos hacia los migrantes”.

En este panorama, las perspectivas y las soluciones quedan “confiadas a políticas y normativas que serán tanto más eficaces cuanto más respeten la dignidad humana en la gestión de las migraciones, y capaz de favorecer estrategias consiguientes basadas en amplios consensos, fruto de una amplia convergencia depositada en los instrumentos que favorezcan la eliminación de los conflictos, la cooperación, la estabilidad, objetivos del orden político interno y del de la comunidad internacional, en una palabra, la paz”.

El elemento religioso se convierte por tanto en “un factor esencial para una visión común de gestión de las migraciones y por tanto de la situación de los migrantes, con los cuales son llamados a trabajar múltiples sujetos, responsables o al menos implicados”.

“Una visión fundada en el valor de la reciprocidad y de la comunión entre personas, Estados, Instituciones internacionales, capaces de eliminar posiciones rígidas y garantizar decisiones para la emigración donde no prevalezcan sólo perspectivas ligadas a la seguridad y al beneficio económico, sino también una dimensión social, cultural y, no en último lugar, religiosa, capaz de expresarse a través del instrumento legislativo garante de derechos y deberes”.

Nómadas

Todo ello, indicó el prelado, vale para los migrantes, “pero también para esas poblaciones itinerantes, incluso a veces sedentarias, que son los rom, los sinti, los caminantes, etc, los cuales, con visión mundial, llamamos ‘gitanos’”.

“Las expulsiones no pueden ser colectivas, las responsabilidades son personales, debe haber proporción entre los peligros para la seguridad nacional y las medidas correspondientes”, afirmó.

“La más numerosa minoría europea, casi 12 millones de personas, debe ser por ello objeto de una atención particular por parte de la Unión Europea y del Consejo de Europa”.

Aunque “algo se está moviendo”, “son los Estados nacionales los que deben realizar una difícil integración (no asimilación)”.

“El camino es, sobre todo, el de la escolarización de los 5 millones de niños y jóvenes de las comunidades europeas”.

“En cualquier caso – concluyó monseñor Marchetto – también la ‘cuestión gitanos’ tiene que ver con la paz y demanda el compromiso de la Iglesia y de las religiones a su favor”.

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ZENIT Staff

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