Lejos de ser obstáculo, la fe ayuda a la ciencia; recuerda el cardenal Martino

En una intervención en el Festival de la Ciencia en Bérgamo (Italia)

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BÉRGAMO, miércoles, 13 octubre 2004 (ZENIT.org).-La ciencia moderna «es producto genuino de una visión judeo-cristiana del mundo», y no fruto de la Ilustración, recordó el cardenal Renato Raffaele Martino el domingo al participar en el Festival de la Ciencia de Bérgamo (Italia).

El purpurado puso en duda «la ya habitual consideración» que se tiene de que la ciencia es «resultado de la Ilustración», pues «para los grandes científicos y teólogos de la Edad Media como San Alberto Magno, Roberto Grossatesta y Santa Ildegarda von Bingen la relación entre fe y ciencia era casi connatural».

Así percibían estos «eminentes científicos y creyentes en el Dios creador del universo» «la armonía entre estas dos formas de conocimiento» –reconoció el presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz–, pero «esta armonía entre ciencia y fe viene a quebrarse en una época que corresponde más o menos al inicio de la Ilustración».

De hecho, el «aude sapere» [«atrévete a pensar», ndr.], «síntesis programática de la Ilustración», «se presenta como el intento de la razón autónoma de no admitir otro fundamento que ella misma», explicó el purpurado en su intervención, titulada «Ciencia y Fe al servicio del hombre».

Precisamente a esta época de la Enciclopedia se remonta la «instrumentalización» del caso Galileo Galilei, «surgido como símbolo de una presunta oposición entre ciencia y fe, que ha llevado a muchos a sostener» la «incompatibilidad entre ambas».

«En cambio, la ciencia moderna es producto genuino de una visión judeo-criustiana del mundo que tiene su fuente de inspiración en la Biblia y en la doctrina del Logos», puntualizó el purpurado.

Por ejemplo, «la característica de las cosmogonías paganas es la de presentar un ineluctable ciclo de nacimiento-muerte-renacimiento, sin inicio ni fin y sustancialmente previsto de sentido»: «una visión cíclica y eternalista del tiempo en el cosmos» en la que «la ciencia no lograba hacer progresos», explicó.

Sin embargo, para la ciencia es necesaria «la capacidad de investigar el inicio de los procesos en el universo» –prosiguió–, y una «noción adecuada del tiempo es fundamental para el desarrollo del cálculo diferencial e integral».

«Fue justamente la visión del cosmos lineal y progresiva derivada de la doctrina cristiana la que suscita el crecimiento de la ciencia, así como otros aspectos de la empresa humana», afirmó el cardenal Martino.

Pero, de acuerdo con el presidente del dicasterio citado, la idea de que sean extrañas entre sí Iglesia y ciencia «ha sido exagerada por los enemigos» tanto de una como de otra.

«Hacer ciencia dentro de la teología es frecuentemente causa de malentendidos entre teólogos y ciencia –añadió–. Entre los excesos ideológicos ha habido intentos de debilitar una realidad objetiva a través de un equívoco de la teoría de la relatividad; los intentos de rechazar el principio de la causalidad a través de un recurso ilegítimo a las mecánicas cuánticas, y ulteriores aproximaciones que transforman en ideología la teoría de la evolución, reforzando la idea de la casualidad y negando las finalidades al universo».

«Lo que tienen en común todos estos intentos –alertó el cardenal Martino– es que intentan crear una ideología de la ciencia, buscan dar a la ciencia una tarea que se sitúa fuera de su objetivo».

Ya Pablo VI –recordó el purpurado– «recalcó que la ciencia no agota toda la realidad, sino que constituye un segmento de ella, el de las verdades que pueden ser tomadas con procedimientos científicos», y que «la ciencia es soberana en su campo», pero «esclava respecto al hombre».

«En otras palabras –advirtió–, se debe evitar el cientismo, aún hoy difundido, el cual tiende a reducir todo el conocimiento a lo científico» y «rechaza admitir como válidas formas de conocimiento distintas de las que son propias de las ciencias positivas, relegando en los confines de la mera imaginación tanto el conocimiento religioso y teológico como el saber ético y estético».

Desde el inicio de su pontificado –continuó–, Juan Pablo II «ha puesto las bases para que ciencia y fe estén verdaderamente al servicio del hombre» y ha explicado «la complementariedad positiva de la ciencia en relación con otros sectores en la perspectiva del amor».

En este sentido, el Papa advierte que «la compresión de nosotros mismos y del universo alcanzará un momento de auténtica sabiduría sólo si estamos abiertos a los numerosos modos en los cuales la mente humana llega al conocimiento: mediante la ciencia, el arte, la filosofía y la teología».

«La investigación científica –proseguía el Santo Padre– será más creativa y beneficiosa para la sociedad cuando contribuya a unificar el saber derivado de estas distintas fuentes y lleve a un diálogo fecundo con cuantos trabajan en otros campos de aprendizaje», cita el cardenal Martino.

En cualquier caso, y siguiendo a Juan Pablo II, la ciencia –investigación y aplicación—constituyen «una expresión significativa del señorío del hombre sobre la creación», y puesto que «ciencia y técnica están ordenadas al hombre, del que traen origen y desarrollo», «éstas encuentran en la persona y en sus valores morales la indicación de su fin y el conocimiento de sus límites».

«La ciencia y la técnica son preciosos recursos cuando se ponen al servicio del hombre y promueven su desarrollo integral en beneficio de todos; no pueden, con todo, indicar el sentido de la existencia y del progreso humano», subrayó el purpurado.

De aquí que «se deba rechazar» «la noción falsa de una ciencia libre de los valores morales» y que sea «ilusorio reivindicar la neutralidad moral de la investigación científica y de sus aplicaciones», añadió.

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ZENIT Staff

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