Corazón © Cathopic/Marisa Czl

Monseñor Enrique Díaz Díaz: «Cambiar el corazón»

XXXI  Domingo Ordinario

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Sabiduría 11, 22-12,2: “Te compadeces de todos, por tú amas cuanto existe”.

Salmo 144: “Bendeciré al Señor eternamente”.

2 Tesalonicenses 1, 11-2, 2: Nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en ustedes y ustedes en Él”.

San Lucas 19, 1-10: “El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.

 

¿Cuándo terminará la corrupción? Todo mundo dice que es el principal problema de nuestro tiempo. Por doquiera aparecen todo tipo de personas provocando gran escándalo. Millones y millones no justificados, casas y propiedades en manos de cercanos, negocios disfrazados. Todo, corrupción que indigna. Por unos días se mantiene la expectación y se exige la justicia y el castigo… pero un nuevo escándalo aparece y todo queda en la impunidad. “¿Podrán vivir tranquilos quienes así defraudan al pueblo que tiene hambre? ¿Podrán pasar bocado sabiendo que sus trampas y sus adquisiciones han sumido en la miseria a miles de personas que confiaron en ellos? ¿Cómo puede vivir alguien cargando estos pecados en su conciencia?”. Son las preguntas y reflexiones que un joven busca afanosamente responder. “Cuando el dinero se apodera del corazón, se adormece la conciencia y se pierde el sentido de fraternidad y compasión”.

El pasaje de este domingo es especialmente rico en imágenes y cada palabra, cada descripción, nos provoca un sinnúmero de reflexiones y de aplicación para nuestra propia vida.  Comencemos con la descripción que nos hace San Lucas de Zaqueo. En pocas, poquísimas palabras, nos da a entender toda una experiencia de vida. Ya sabemos que los publicanos o recaudadores de impuestos, no eran bien vistos en Israel. Vivían a expensas de los impuestos de un pueblo que sufría la opresión. Se ponían del lado de la poderosa Roma y sacaban provecho pues no sólo cobraban los impuestos sino también medraban de ellos. Así Zaqueo, se había hecho rico aprovechando su cargo. Podría ufanarse de haber amasado una fortuna con el sudor de su frente, con su esfuerzo y privaciones, pero se olvidaría que esa riqueza lleva el sudor y la sangre del pueblo sencillo, dominado y juzgado por un pueblo invasor. Cuando el dinero invade el corazón, no nos permite mirar el corazón de los demás.

No es situación ajena a nuestra realidad. Hay grandes fortunas amasadas con engaños, con injusticias o con narcotráfico. Sus propietarios se sienten orgullosos de haberlas acumulado, pero toda riqueza lleva el sudor y el dolor de los pobres. Los grandes capitales se van formando poco a poco, quitando a quien menos tiene, están sustentados en salarios pobrísimos, en comercialización  injusta y monopólica, en prepotentes alianzas y truculentos negocios. Hay muchas riquezas que se han logrado aprovechando los cargos y servicios que deberían dar vida al pueblo. La corrupción ha invadido todos los espacios.

Las grandes empresas transnacionales, las corporaciones económicas, los cargos públicos y administrativos, se aprovechan para “honradamente”, gastar y acumular lo que es de la comunidad. Estamos viviendo en una feroz lucha comercial que permite la explotación de los recursos y de las personas a favor de una globalización que favorece a unos cuantos. Los obispos en Aparecida reconocían este fenómeno: “En la globalización, la dinámica del mercado absolutiza con facilidad la eficacia y la productividad como valores reguladores de todas las relaciones humanas. Este peculiar carácter hace de la globalización un proceso promotor de inequidades e injusticias múltiples. La globalización, tal y como está configurada actualmente, no es capaz de interpretar y reaccionar en función de valores objetivos que se encuentran más allá del mercado y que constituyen lo más importante de la vida humana: la verdad, la justicia, el amor, y muy especialmente, la dignidad y los derechos de todos, aún de aquellos que viven al margen del propio mercado”.

Este es Zaqueo. Podemos imaginarlo envidiado y aborrecido por gran parte del pueblo. Pues este Zaqueo, en un determinado momento de su vida, está dispuesto a encontrarse con Jesús. Trepa a un árbol. Al que no le interesaban las críticas y las burlas por su acumulación de dinero, tampoco le importó el que pudieran mofarse de esta determinación con  tal de ver a Jesús. Se expone a nuevos riesgos

“Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”.  Nuevamente encontramos a Jesús proponiendo una dinámica distinta a los roles de las costumbres judías. No solamente no condena, sino que propone un encuentro, un encuentro personal a quien parece que tan sólo quería mirarlo por curiosidad, un encuentro cara a cara para quien no quería mirar la cara al pobre y prefería su negocio y su ganancia. Así encontramos a Jesús entrando en una casa y en un corazón que solamente era juzgado, criticado, pero al que no se le había hecho una propuesta de vida.

Las reacciones de los que miran no se hacen esperar. Es sintomático que Lucas diga que “todos” se pusieron a murmurar, la aversión hacia los recaudadores de impuestos era compartida por todos. El condenar y juzgar es tarea que se asume con facilidad. Pero Cristo no condena, propone liberación y vida plena.

¿Qué dijo Jesús a Zaqueo? ¿Qué hizo que cambió el corazón de aquel hombre? El evangelio no lo dice, pero podemos imaginar que no fueron reclamos ni condena, sino propuestas y aceptación. No sabemos lo que dijo o hizo Jesús, pero sí sabemos lo que este encuentro provoca en el corazón de Zaqueo que lo hace exclamar: “Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más”. Esto es lo que hace todo encuentro con Jesús: cambia el corazón, compromete y hace mirar de un modo distinto a los hermanos. Al encontrarse con Jesús también se encuentra con los hermanos. No se puede dejar entrar a Jesús en el corazón si le cerramos la puerta a los hermanos. No se puede ser verdadero cristiano cuando damos la espalda al necesitado y preferimos nuestro bienestar a la verdad y a la justicia.

Preguntas fuertes nos deja hoy Jesús en el evangelio: ¿Qué estamos dispuestos a hacer para encontrarnos con Jesús? ¿A qué nos compromete el encuentro con Jesús? ¿Cómo relacionamos nuestra fe en Él con la solidaridad con los hermanos y la lucha por un mundo más justo? ¿Hemos defraudado a alguien: a la familia, a la comunidad, a nosotros mismos? ¿Cómo vamos a restituir?

Señor Jesús, que miras el corazón de cada uno de los hombres, que lo llenas con tu amor y tu ternura, abre nuestro corazón a tu Palabra, para que encontrándote a ti podamos encontrar también a los hermanos. Amén.

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Enrique Díaz Díaz

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