Río Amazonas © Jesuitas

Monseñor Felipe Arizmendi: «Conversión amazónica integral»

Respeto a todos los seres humanos

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VER

Algunos se molestan porque hemos hablado mucho de la Amazonía y su reciente Sínodo. Se imaginan que no nos importa, no nos afecta, no tiene que ver con nosotros. Se equivocan. El agua que allí se genera influye en el océano Atlántico y en los glaciares. El aire que allí se produce, tiene que ver con la dirección de las nubes y con las lluvias no sólo para esa región, sino para el universo entero. Los bosques, la agricultura, y sobre todo la vida de los pueblos originarios y de los 33 millones de habitantes de esa región, importan no sólo a los nueve países de la zona, sino a toda la humanidad.

No faltan quienes siguen acusando al Papa de haber favorecido un culto idolátrico a la Pachamama, a la “madre tierra”. Nada de eso aconteció, pero sus enemigos le dan otra interpretación a cualquier cosa que él diga o haga. Además, las figuras que se pusieron en el rito previo al Sínodo en los jardines vaticanos, no representan a la Pachamama; son símbolos de fertilidad, de vida, de mujeres, de indígenas.

Por lo que yo he conocido en mis experiencias en Ecuador, Perú, Bolivia, Brasil, Colombia y Venezuela, a la “madre tierra” no se le representa con una figura, con una imagen, sino que la tierra es todo el planeta, es la totalidad de la vida que se genera y se sostiene en él. Si se inclinan o se arrodillan ante la tierra, si la besan, no lo hacen ante una figura o una imagen, sino ante el suelo que pisamos, ante la tierra, ante las montañas, los ríos, el sol.

Los que no han sido evangelizados, le pueden dar una categoría superior, divina; pero los evangelizados no la divinizan, sino que adoran al Dios que creó la tierra, la naturaleza, el cosmos, pues sólo El es el Señor Creador de todas las cosas.

Quien esté obstinado en darle otra interpretación, no lo entenderá nunca, por más explicaciones que le demos. Quizá cierren su mente y su corazón por  mecanismos de defensa, para no entrar en el proceso de reforma que el Papa ha impulsado. Se resisten a dejar su vida burguesa y a valorar otras culturas, somo si la propia fuera absoluta.

Lo más importante, sin embargo, del Sínodo Panamazónico no son estos temas, sino la conversión a la que nos invita, al cambio de actitud ante la “casa común”, ante la tierra, el agua, el aire, los árboles, los animales, el clima, y esto no por una simple actitud ecologista de moda, sino porque son obra de Dios, que El nos confió para cuidar, aprovechar y no arrasar.

Es la fe cristiana la que nos mueve a ese respeto hacia todos los elementos de la creación. Y la criatura más importante es el ser humano, al que debemos cuidar y proteger desde su inicio en el seno materno hasta su término natural. La ecología cristiana es integral, no parcial. La obra más importante de Dios no son los árboles, los animales, la naturaleza irracional, sino las personas, los seres humanos. Sería una hipocresía cuidar y defender más alguna especie animal que a los humanos. La ecología a la que exhorta la Iglesia, es integral, y siempre a partir de nuestra fe.

PENSAR

Las propuestas del documento final del Sínodo Panamazónico invitan a una conversión integral: “La escucha de la Amazonía, en el espíritu propio del discípulo y a la luz de la Palabra de Dios y de la Tradición, nos empuja a una conversión profunda de nuestros esquemas y estructuras a Cristo y a su Evangelio” (No. 5).

La escucha del clamor de la tierra y el grito de los pobres y de los pueblos de la Amazonía con los que caminamos nos llama a una verdadera conversión integral, con una vida simple y sobria, todo ello alimentado por una espiritualidad mística al estilo de San Francisco de Asís, ejemplo de conversión integral vivida con alegría y gozo cristiano. Una lectura orante de la Palabra de Dios nos ayudará a profundizar y descubrir los gemidos del Espíritu y nos animará en el compromiso por el cuidado de la casa común” (No. 17).

“Como Iglesia de discípulos misioneros suplicamos la gracia de esa conversión que implica dejar brotar todas las consecuencias del encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea; una conversión personal y comunitaria que nos compromete a relacionarnos armónicamente con la obra creadora de Dios, que es la “casa común”; una conversión que promueva la creación de estructuras en armonía con el cuidado de la creación; una conversión pastoral basada en la sinodalidad, que reconozca la interacción de todo lo creado. Conversión que nos lleve a ser una Iglesia en salida que entre en el corazón de todos los pueblos amazónicos” (No. 18).

“Así, la única conversión al Evangelio vivo, que es Jesucristo, se podrá desplegar en dimensiones interconectadas para motivar la salida a las periferias existenciales, sociales y geográficas de la Amazonía. Estas dimensiones son: la pastoral, la cultural, la ecológica y la sinodal” (No. 19).

ACTUAR

En vez de seguir pensando que el Sínodo Amazónico no nos incumbe, analicemos cuáles de nuestras actitudes ante la “casa común” no son acordes con la fe cristiana y convirtámonos de forma integral, respetando y valorando no sólo a la “hermana madre tierra”, sino sobre todo a los seres humanos. No importan más los perros, los gatos, los periquitos, sino las personas, sobre todo los pobres, los descartados y despreciados. Son hijos de Dios, hermanos nuestros. ¡Convirtámonos! Y dejemos de gastar energías en juzgarnos y condenarnos.

+ Felipe Arizmendi Esquivel

Obispo Emérito de San Cristóbal de Las Casas

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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