Monseñor Rylko: Las lecciones de las Jornadas Mundiales de la Juventud

CIUDAD DEL VATICANO, 25 agosto (ZENIT.org-FIDES).- Terminadas las Jornadas Mundiales de la Juventud, que reunieron en Tor Vergata a dos millones de jóvenes, ha llegado la hora de hacer el balance. El arzobispo Stanislaw Rylko, secretario del Consejo Pontificio para los Laicos, fue invitado, junto con los organizadores del encuentro, a almorzar con el Papa en Gastel Gandolfo.

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¿Cómo se encontraba el Papa el «día después»? «Contento –responde monseñor Rylko, originario de Polonia y cercano colaborador del Papa desde hace décadas–. Nos expresó su agradecimiento a todos. Las JMJ son verdaderamente una criatura suya: son fruto de su historia personal, desde los años ciencuanta, cuando trabajaba con los universitario de Cracovia. Cuando el Papa dice que los jóvenes son su esperanza, la esperanza de la Iglesia, no está lanzando un eslogan, afirma una experiencia suya como pastor. Y los jóvenes le responden. El lunes 21, el Papa tuvo que asomarse tres veces a la ventana. Habían llegado a Castel Gandolfo peregrinos de la JMJ que gritaban, aplaudían y rezaban bajo las ventanas de la villa pontificia. Y él no permaneció indiferente: se asomó, los bendijo, los saludó».

–El Jubileo de los Jóvenes en Roma ha sorprendido a todos…

–La JMJ 2000 ha sido sobre todo un don del gran Jubileo para la Iglesia, el mundo y los mismos jóvenes. Ha sido un evento de colaboración entre Dios, particularmente presente en el Año Jubilar, y los jóvenes, que respondieron con entusiasmo. Dios, cuando dona, sorprende siempre por su generosidad. Este elemento de sorpresa y estupor estuvo muy presente en Roma, en Tor Vergata, en San Pedro, en el Viacrucis, en la Puerta Santa, pero, sobre todo, en el Circo Máximo, donde miles de jóvenes se acercaron al sacramento de la reconciliación. Ha sido un don enorme, cuyo significado hay que entenderlo. Por eso, la JMJ no concluyó el 20 de agosto.

La JMJ de Roma ha sido también un signo grande de la Iglesia que se hace presente en los jóvenes, un signo de la juventud de la Iglesia. El Santo Padre lo repite con frecuencia: las JMJ son un espejo para la Iglesia; en ellas manifiesta al mundo su rostro joven, su lozanía, la novedad de un mensaje que no envejece: Jesucristo es siempre actual, su palabra no cae nunca en saco roto, produce frutos en toda generación. Es un gran signo de los tiempos: la Iglesia ha descubierto que es atrayente para los jóvenes.

Pero la JMJ es también un signo para el mundo: estos jóvenes son distintos de los del pasado. La expresión “Papa-boys” es algo vanal, pero tiene algo de verdad: la mayor parte de los jóvenes presentes en Roma son “hijos” de su pontificado, tienen la edad del pontificado de Juan Pablo II, son verdaderamente la generación del Papa. Los jóvenes están sincronizados con este Papa, lo siguen y se fían de él. Si alguien quisiera hacerse una idea de los jóvenes de hoy -con los accidentes de los fines de semana, la droga, la delincuencia- obtendría una imagen triste y sin futuro. En mi opinión, esta imagen triste no es completa, al contrario, es falsa. Hay una nueva ola, una juventud diversa de la presentada por los medios de comunicación, diversa también de la de sus padres. Muchos jóvenes participantes en la JMJ tienen padres no creyentes. Hay una generación nueva que descubre lo que sus padres no descubrieron ni valorizaron. Después de la generación del ’68 tenemos la generación de Juan Pablo II.

–Tampoco ustedes se esperaban una participación así…

–La participación tuvo dos aspectos: cuantitativo y cualitativo. Para el mundo de los medios de comunicación, la participación cuantitativa es más convincente. Y fue sorprendente. Dios ha dado una señal: está creciendo una nueva generación de jóvenes que buscan al Señor o que lo han encontrado; jóvenes que ven en la Iglesia su propia casa y que han encontrado en Juan Pablo II un guía espiritual, a quien aman y de quien se fían.

Pero la dimensión cualitativa es más sorprendente aún. Escuchando a los obispos y a los mismos jóvenes, puedo decir que ha sido una JMJ vivida de rodillas. Esto es una señal profunda de los jóvenes dirigida a sus coetáneos. Los jóvenes han evangelizado, incluso sin palabras: esperando durante horas en la plaza de San Pedro, participando en las catequesis con recogimiento, acercándose al sacramento de la reconciliación. El del Circo Máximo fue el signo del testimonio más radical. Lo mismo sucedió en el encuentro de Tor Vergata, donde no obstante el cansancio, la fatiga, el calor, los jóvenes supieron recogerse y rezar.

–La Iglesia es reducida con frecuencia a predicadora de valores, reglas, activismo (justicia, paz, ecología, etc.), pero parecería que nos olvidamos de lo esencial. En esta JMJ ha sucedido algo especial…

–En esta JMJ ha sido fundamental la pregunta de Juan Pablo II en la plaza de San Pedro: «¿Qué habéis venido a hacer aquí? ¿A quién habéis venido a buscar?». El Papa enfocó la JMJ en el encuentro con Jesucristo. Yo veo este fenómeno de las confesiones como la respuesta más adecuada al desafío lanzado por el Papa: el Señor se encuentra de modo más íntimo y verdadero con el joven en la confesión y en la conversión del corazón. El Santo Padre habló también de «laboratorio de la fe». Esta JMJ ha sido un «laboratorio», un itinerario intenso que conduce a la persona hacia la opción por la fe. Naturalmente no hay que contraponer la experiencia del encuentro con Jesucristo con las consecuencias prácticas de esta fe. Pero es justo subrayar la raíz, el descubrimiento de Jesucristo. Lo demás no es más que la consecuencia. Pero, si se construye partiendo de las consecuencias, la construcción se derrumba.

–Y los medios de comunicación, ¿cómo han percibido este encuentro de los jóvenes con el Papa?

–Sólo hacia el final comprendieron que la relación del Papa con los jóvenes no era una manipulación. Juan Pablo II ayuda a los jóvenes a abrir su corazón a Jesucristo. Los políticos, en cambio, ven a los jóvenes de modo utilitarista, manipulándolos sin interesarse por ellos. Aquí está la diferencia: en la verdad y en la sinceridad. Los jóvenes lo perciben: llegan a estos encuentros mundiales, se encuentran con el Papa y saben que el Papa no hace cálculos escondidos sobre ellos, sino que busca únicamente su bien más profundo.

–¿Qué es lo que tienen que aprender los pastores de estas JMJ?

–Durante las JMJ se propone un método pastoral juvenil: centrarse en lo esencial. A veces hablamos a los jóvenes de mil cosas, muy atrayentes –en nuestra opinión–, pero olvidamos que el primer derecho de los jóvenes es que se les hable de Jesucristo y de su Evangelio. Creo que esto lo han comprendido sobre todo los movimientos eclesiales: en la pastoral juvenil es necesario el anuncio directo de Jesucristo. Ciertamente se necesitan también otros contenidos, pero éstos, sin el anuncio, no son más que espuma sin contenido.

En la pastoral juvenil mucho depende también de los educadores, de cómo ellos mismos viven la fe y de cómo han encontrado al Señor. Si uno ha encontrado a Cristo y su vida ha cambiado radicalmente será un buen educador, porque comunicará lo que vivió.

Otro elemento que hay que comprender –el Santo Padre le da mucha importancia–, es la comprensión de la belleza de la juventud en la vida del hombre. Es un período de la vida muy especial. Por eso hay que dedicar a la pastoral juvenil los mejores recursos.

Y, finalmente, la radicalidad. Dice el Papa: «Yo soy amigo de los jóvenes, pero un amigo exigente». No se es amigo si se consiente todo, si se aplaude todo lo que dicen y quieren. A veces los jóvenes dicen que quieren cosas que, en el fondo, ellos mismos no aceptan. El Papa no tiene miedo de pedirles que sean santos, que sean puros antes del matrimonio, que se decidan por una vocación consagrada. A veces, entre los mismos sacerdotes, se toman como criterio las expectativas de los jóvenes, lo que parece que les gusta. Pero lo que se quiere no expresa la verdad más profunda. Es preciso aceptar a los jóvenes, pero es importante aceptarlos en el amor y la verdad, llamando al pan, pan, y al vino, vino.

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ZENIT Staff

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