Con motivo de la festividad mañana de San José Obrero, ofrecemos un artículo de fray Enrique Llamas Martínez OCD, presidente de la Asociación Mariológica de España, que afronta la figura del padre de Jesús y esposo de María, con motivo del Año de la Fe.
*****
1º– En los primeros días del mes de octubre del año 2012 el Papa Benedicto XVI inauguró con solemnidad, o abrió el “Año de la Fe”, a la luz del documento Porta Fidei, invitando a la Iglesia católica, es decir: a los discípulos de Jesucristo, a vivir en profundidad, y con plena eficacia la fe cristiana. (Nota: el documento “Porta Fidei” precedió a la inauguración del Año de la Fe y sirvió de inspiración, pues el propio Papa lo cita). El gesto del Papa, y la importancia y la fuerza misma delestímulo avivó el interés de seguir sus consignas. A partir de ese acontecimiento, numerosos autores han publicado estudios sobre este tema, y breves comentarios a la enseñanza del Pontífice, para orientar y estimular los sentimientos del pueblo cristiano. Es una labor que complementa la ‘nueva evangelización’.
En esta labor hay que tener presente, según la recomendación de los Papas, que son más eficientes los testimonios que los discursos, los ejemplos más que los sermones; porque los ejemplos arrastran y las palabras se diluyen con el tiempo.
2º- San José, con su Esposa, la Virgen María, son los ejemplos más eminentes y más perfectos de la vivencia de la Fe. La Iglesia lo reconoce así, y nos da a conocer las razones y los motivos de su ejemplaridad, y nos indica también el camino para llegar nosotros a una imitación lo más perfecta posible.
Se habla y se escribe con frecuencia, y más en este Año de la Fe, de la ejemplaridad de los Santos Esposos de Nazaret, pero pocas veces se nos da a conocer lo más propio que debemos imitar de su ejemplaridad, y en qué debemos poner principalmente lo esencial de nuestra imitación.
El Papa Beato Juan Pablo II nos dio una clave precisa, para entender justa y adecuadamente, según su realidad en los Evangelios y en la historia de la salvación, la vida de San José y su valor teológico dentro del misterio de la Encarnación, al que él pertenece por su predestinación eterna.
Esa clave iluminadora, a la que por desgracia se presta poca atención en la Iglesia, y no se aplica cuando se habla de San José, es: “la profunda analogía que existe” entre las perfecciones de el Santo Patriarca y de su Esposa, la Virgen María. De tal manera, que lo que contemplamos en María podemos verlo realizado proporcionalmente en José: gracia, virtudes, perfección espiritual, santidad…(Juan Pablo II, RCustos, 3).
Esta analogía se verifica perfectamente en la ejemplaridad de la fe. La Virgen María representa la ejemplaridad más perfecta, porque Ella es la primera creyente en el tiempo y en la perfección del contenido de su fe. Hasta el día de la Anunciación del Ángel Ella vivió intensamente la fe de los profetas del Antiguo Testamento, la fe del pueblo de Israel. Una fe mesiánica. En la Anunciación del Ángel, acogió la voluntad del Padre, y al pronunciar las palabras: ‘Hágase en mí según tu palabra, convirtió su fe mesiánica en la fe cristiana, iniciando así una nueva etapa en la historia de la salvación.
La fe de María es la fe de toda la Iglesia, de todos los díscípulos de Jesús. Pero, el primero que participó de esa fe, hecha para él luz y orientación de su vida, fue precisamente San José, cuando en la noche en sueños, el Angel le reveló el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios, y le ordenó que acogiese en su casa a su Esposa. El tuvo un acto de fe y obediencia, e hizo lo que el Angel le había ordenado (Mt 1,24).
“La fe de Maria –dice Juan Pablo II- se encuentra con la fe de José y se puede decir también, que teniendo presentes los textos de los evangelistas Mateo y Lucas, que José es el primero en participar de la fe de la Madre de Dios. Así, él ‘sostuvo a su esposa en la fe de la divina anunciación’ (RC 5).
El Beato Papa Juan Pablo II contempla la vida de San José, junto con la Virgen María, como una peregrinación de la fe. Y añade que “la vía de la fe de José sigue la misma dirección, totalmente determinada por el mismo misterio del que él junto con María se había convertido el primer depositario” (RC 6).
3º- Todo esto es enseñanza de Juan Pablo II sobre San José, considerando solamente algunos aspectos fundamentales, de los cuales deduce algunas conclusiones sobre su significado en la historia de la salvación y en la vida de la Iglesia, y en concreto en la vivencia de la fe, con todas sus consecuencias. Aquí radica también el fundamento de su ejemplaridad en la vida y la práctica de la fe.
Para no equivocar el verdadero camino en nuestra aplicación de esta doctrina, tenemos que contemplar a San José en relación con la Virgen María y con el misterio de la Encarnación. La reflexión sobre estos temas nos ayuda a descubrir el sentido y el contenido de la ejemplaridad de María y de José, que debemos imitar principalmente en este Año de la Fe.
No es lícito exaltar la ‘fe de María’ en el misterio de la Anunciación del Ángel, y rebajar el sentido y el contenido de la ‘fe de San José,’ en la revelación que le hizo el Ángel del Señor, de que la concepción de su Esposa, era obra del Espíritu Santo. El aceptó la palabra de Dios sin réplicas. Creyó con plena voluntad y entrega incondicional a la voluntad del Padre, porque, cuando despertó, ‘Hizo como le había ordenado el Angel.’ (MT 1, 24).
El Papa Juan Pablo II glosa este pasaje evangélico, que él interpreta como ‘momento decisivo’, para los Santos Esposos de Nazaret, y para la historia de la salvación, diciendo que ‘en cierto sentido’ se pueden aplicar al Santo Patriarca las palabras que Isabel dirigió a la Madre del Redentor, porque El había respondido afirmativamente a la palabra de Dios, transmitida por el Ángel. (cf. RC, 4).
4º- San José aparece en este cuadro lleno de dignidad, como el auténtico varón justo, escogido, elegido y predestinado desde toda la eternidad para ser Padre virginal del Hijo de Dios, hecho Hombre, Hijo de su Esposa.
Podríamos hacer aquí muchas reflexiones, sobre San José, a la luz de lo que supone para él su predestinación, juntamente con su Esposa virginal y el misterio de la Encarnación. Pero voy a centrar nuestra atención, en su ejemplaridad para la fe, como forma de vida cristiana.
Tenemos que dirigir aquí nuestra mirada a la Virgen María, que es el ejemplo por antonomasia de la vivencia de la fe, como hemos dicho más arriba. Y tenemos que tener presente también el hecho de la predestinación de San José en el mismo decreto de la predestinación de su Esposa, porque su dignidad, su grandeza, y su santidad, y todas sus gracias tienen su fundamento en su predestinación. Lo describía bellamente C. Sauvé: “María y José no han sido predestinados aisladamente. Dios, en su amor, no ha predestinado a María para José. A José para María, y a los dos para Jesús. Si Dios ha pensado con tanto amor, en María Madre del Redentor, esto no sucedió de manera independiente de su matrimonio virginal con José. El no ha pensado en José, sino para María, y para su divino Hijo, que debía nacer virginalmente en este matrimonio”. (C. Sauvé, Le Mystére de Joseph, Nice, 1978, p. 30).
La ejemplaridad espiritual de San José es un reflejo de la ejemplaridad de su virginal Esposa, porque ambos se alimentaron espiritualmente de una misma gracia, de un mismo misterio, aunque vivido de forma muy diferente. La Encarnación, en la plenitud de los tiempos, del Hijo de Dios, y la plenitud de su bondad y de su amor misericordioso. Aquí podemos verificar la analogía más perfecta en los dos Esposos.
La razón de su ejempl
aridad perfectísima es el contenido de su fe y la vivencia de su fe. Esta vivencia puede tener connotaciones particulares y propias en cada uno de los Santos Esposos. Pero hay que reconocer una analogía, y una similitud determinada por su misión en la historia de la salvación.
A partir de la Anunciación y de la realización del misterio de la encarnación del Hijo de Dios, la vida de los Santos Esposos de Nazaret cobra un sentido nuevo, y una nueva forma de llevar a cabo su misión natural y sobrenatural, motivados en todo por la fuerza de su fe. Esa es precisamente la novedad, y en esto consiste su ejemplaridad.
María vivió una vida motivada por el amor más puro, guiado e iluminado por la fe. Toda su vida fue una manifestación permanente del cumplimiento de la voluntad de Dios. Fue esto como un medio, o una forma de enriquecer el contenido de su fe, y reafirmar el sentido auténtico de su vida. Dos aspectos, que se complementan bajo la fuerza de la Fe.
La Madre del Redentor, desde la hora de la Anunciación, desarrolló su vida enteramente desde la fe, y en esa práctica vivió en comunión de amor con el Señor. Podríamos decir que María, en esta etapa de su vida, vivió consciente de la presencia del Dios misericordioso, que actuaba e iluminaba su camino, hacia un futuro desconocido. Pero, Ella, lo mismo que su virginal Esposo San José, conocían y estaban dispuestos a cumplir su misión en torno a los misterios de la Encarnación y de la redención universal, siempre desde la fe, que afecta a todos los cristianos.
5º- Pero, no es esto solo. Para los Santos Esposos de Nazaret, su fe, por ser única, y el origen y fuente de la fe de la Iglesia, tiene un contenido y unas connotaciones, que la convierten en modelo excepcional para todos los díscípulos de Jesús. Esta es la razón de su ejemplaridad y la forma particular como podemos contemplarla nosotros.
La fe de María, en el momento de la Anunciación, no fue solo una acogida de la palabra de Dios. Este gesto de la Hija de Sion, era ya por sí solo un acto de obediencia, que significaba la acogida de la voluntad del Padre en la obra de la Redención de la humanidad. María, representante aquí de toda la humanidad, realizó con su aceptación de la palabra de Dios el acto supremo de amor y de generosidad. Pronunció gustosa el SI poderoso, que inició, por designio divino, el cambio transcendental del universo.
Y no es esto solo. La fe de María, en la hora de la Anunciación, no fue una actitud pasiva. Fue de una actividad de valor transcendental, que configuró y determinó el desarrollo de su vida a una realidad absoluta de signo, u orden sagrado, que significó para su destino personal. Su creer, en aquel momento preciso, fue una vivencia interior intensa y luminosa de la Virgen Madre, cargada de sentido espiritual y teológico, que configuró desde aquella hora la forma de su misma existencia, que comunica el ser humano al Hijo de Dios.
Es el contenido de la fe, según la doctrina de la Iglesia, y a la vez la consagración que la joven Virgen María hace de sí misma en el momento de hacerse Madre, a la persona y a la obra de su Hijo, cumpliendo con amor y entrega la voluntad del Padre.
Es esta la doctrina que nos enseña el Concilio en un texto importante y determinante en esta materia. Dice así la voz autorizada del Concilio, refiriéndose a ese momento de la vida de los Santos Esposos de Nazaret: “Así María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino se convirtió en Madre de Jesús, y al abrazar de todo corazón… la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente, como esclava del Señor a la Persona y a la obra de su Hijo…». (LG. 56).
Debemos reflexionar sobre este acontecimiento supremo de la vida de la Madre virginal de Jesús, porque este es el fundamento de su ejemplaridad en la fe, y la forma que configura su contenido, que se convierte en el contenido de toda su vida espiritual y cristiana.
Algo similar podemos decir de San José, el ‘Varón justo’. Tenemos que tener presente aquí el principio que estableció el Papa, Beato Juan Pablo II, refiriéndose a la Anunciación a María, según el relato de San Lucas, y el texto de San Mateo. Me refiero al principio de la ‘analogía’, que nos da a conocer cómo en los orígenes de la historia de la salvación, San José es un eco de la Virgen María, una imitación de sus perfecciones y un complemento de su misión en los inicios de la obra de la salvación.
Siguiendo la inspiración del Concilio podemos decir que la joven María fue hecha Madre del Hijo de Dios, al pronunciar las palabras encendidas en ‘amor divino’ y en un éxtasis de amor: ‘he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra’.
María era consciente que estaba viviendo un momento supremo de su vida. Tal vez algunos piensen que por su juventud y por la amplitud y lo profundo del misterio que se estaba realizando en el interior de su espíritu, no se daba cuenta de todo el significado de la escena de la que Ella era protagonista. Pero, no cabe duda que por la dignidad y perfección misma del misterio, y porque Dios hace perfectas todas las cosas, y de manera singular las que son revelación y manifestación directa de su bondad y su amor, María recibió con las palabras del Angel una iluminación del Espíritu Santo, como un rayo de luz que inundó e iluminó su alma y su fe, y recibió una fuerza que movió su voluntad a consagrar su vida al servicio de la persona de su Hijo y de su obra de salvación.
Esto quiere decir que Ella hizo del contenido de su fe, con toda su perfección, el contenido de su vida, consagrando su persona de forma singular al servicio de su Hijo y al cumplimiento de la voluntad de Dios. De esta manera, en palabras del Concilio Vaticano, María colaboró con su Hijo y bajo El a la obra de la Redención de la humanidad.
6º- Todo esto constituye el fundamento y la esencia de la ejemplaridad de María, como modelo excepcional y singular de nuestra vida de fe.
Desde este punto de vista, este aspecto de la ejemplaridad de María tiene una importancia notable, porque afecta a la raíz y al fundamento de la vida, e infunde en su configuración perfecta en el campo de la espiritualidad.
Todos los que están consagrados por el sacramento del bautismo deben vivir una vida perfecta y santa en su totalidad, a imitación de María, haciendo que el contenido de su fe, alimentada por el amor, sea el contenido de toda su vida, vivida en servicio del Señor.
María es imitable bajo todos los aspectos, en todas las virtudes. El concilio Vaticano la contempla y la propone a la Iglesia “como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos” (LG, III, 65). Es imitable también para toda la Iglesia en la plenitud de su santidad, para hacerse “más semejante a su excelso Modelo [Jesucristo]. Son válidas las diversas formas de imitar a María. Pero, una de las más eficaces en su conjunto, y de las más expresivas, al alcance de todos, es la que he formulado anteriormente. ”María es modelo singular de vida de fe, porque hizo del contenido de su fe, contenido de su vida, colaborando con su Hijo, y bajo El a la obra de la Redención”.
Es obvio que podemos aplicar estas reflexiones a San José. El desarrollo de los acontecimientos fue similar para él, y para su virginal Esposa. En esta ocasión el principio de la analogía, que propuso y glosó el Papa Beato Juan Pablo II está plenamente justificado y es un aval y un apoyo eficaz, que garantiza la verdad de todo cuanto venimos comentando en estas páginas.
También San José, acogiendo con limpio corazón la misión que le señaló el Ángel, en la noche de la revelación del misterio de la Encarnación, se consagró decididamente a la persona de su Hijo virginal, y a su obra de salvación universal, sirviendo a su modo a la obra de la Redención, cumpliendo en todo la santa voluntad de Dios.
En un ambiente de devoción mariana, que nos acerca más y más a
Jesús, este camino que he descrito, es el más breve, y al parecer el más fácil de recorrer. Toda la fuerza del espíritu se centra en el fiel cumplimiento de la voluntad de Dios, con el presupuesto de que ese ha de ser el objetivo y la finalidad de toda la vida.