Somos hijos amados

Reflexión sobre el bautismo del Señor

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Isaías 42, 1-4. 6-7: “Miren a mi siervo, en quien tengo mis complacencias”

Salmo 28: “Te alabamos, Señor”

Hechos de los Apóstoles 10, 34-38: “Dios ungió con el Espíritu Santo a Jesús de Nazaret”

San Mateo 3, 13-17: “Apenas se bautizó Jesús, vio que el Espíritu Santo descendía sobre él”

Ha tenido experiencias difíciles en su relación familiar y, para colmo de males, tampoco en su relación con “la iglesia” o con algunos de sus representantes, le ha dio mejor. Así, al dolor de la tragedia personal se añade la incomprensión y hasta la burla de algunos de sus más cercanos y de personas que “a diario van a misa” . Por eso ha decidido “borrarse del libro de los bautismos” y acude a mí, con actitud hosca, exigiendo que se le entregue un documento donde conste que ya no es católico ni de ninguna religión. Al ir desgranando su historia, comprendo que su decisión no se basa tanto en su falta de fe, aunque débil, sino que las heridas y desprecios lo orillan a tomar tal actitud. Se desahoga, llora, se enoja, pero cuanto le explico un poco la grandeza de su bautismo, como un nacimiento y una elección de parte de Dios. Cuando le digo que podemos borrarlo del libro pero que no lo borraremos del amor de Dios y de la gran misión que tiene en el mundo, que él siempre será templo del Espíritu Santo… poco a poco deja su actitud agresiva y al final termina dando gracias a Dios que lo ama tanto.

Un grupo de jóvenes me preguntaba si el bautismo era como “el ritual que se les exige a los que quieren pertenecer a la pandilla”, o como el certificado que hace constar que se es miembro de tal o cual grupo. Me da tristeza porque muchas veces a eso hemos reducido el bautismo: un ritual, una especie de boleto de entrada, una oportunidad de fiesta y relación social. ¡Cómo hemos desvirtuado su significado! El contemplar hoy el bautismo de Jesús me descubre la riqueza enorme de su bautismo y de nuestro propio bautismo, de su misión y de la misión que tenemos cada uno de nosotros: amados del Padre, ungidos por el Espíritu, enviados a una misión. Lo que nos narra San Mateo es la misma experiencia que cada uno de nosotros debe vivir no sólo en el momento en que se derrama el agua sobre nuestras cabezas, a veces tan pequeños que ni cuenta nos damos, sino la experiencia que debemos actualizar y renovar en cada momento de nuestra vida.

Este es mi Hijo muy amado”. Jesús vive y siente a Dios como su Padre. Aunque muchas veces se presenta como enviado, como siervo, la nota fundamental de su relación con Dios es la filiación que envuelve todas sus actividades, todo su ser y todas sus sueños y sus expectativas. Todo está permeado por este amor que todo lo envuelve y le da sentido. Es sorprendente cómo cada momento de su vida está en constante relación con esta experiencia y el deseo de que el mensaje de este amor, el evangelio, alcance a todos los hombres. Es el Hijo predilecto pero parecería que su mayor anhelo sea que todos participen de esta filiación y de estas complacencias. Si vivimos nuestro bautismo como este regalo que nos hace Dios de un amor de Padre que nos acoge, que nos cuida, que nos acompaña y que nos busca, cambiaremos radicalmente nuestra forma de pertenecer a la Iglesia. No somos primordialmente una asociación, sino somos los hijos de Dios que no podemos callar el amor que sentimos en nuestro interior y que lo manifestamos a todos los hombres porque son nuestros hermanos.

El Espíritu descendía sobre Él”. No son ritos, no son reglas, no son mandamientos, es la fuerza interior que se percibe en Jesús y que lo lanza a su misión. Jesús no es un hombre vacío ni disperso interiormente, está habitado por el Espíritu de Dios. A diferencia de los maestros de su tiempo, vive y actúa movido por el Espíritu. Hace realidad la profecía de Isaías: “En Él he puesto mi Espíritu para que haga brillar la justicia sobre las naciones”. Cada una de sus acciones revelará esta fidelidad al Espíritu, cuando va al desierto, cuando se presenta en la sinagoga, cuando cura a los enfermos, cuando anuncia su palabra. No son palabras huecas, no son acciones vanas, son señales de esta presencia del Espíritu que empieza a hacer brillar la justicia. Nosotros hemos perdido este sentido de orientación que nos da el Espíritu y nos conformamos con buscar el espíritu del mundo y por eso no encontramos justicia y por eso permanecemos huecos y sin sentido. Los apóstoles perciben esta presencia del Espíritu y Pedro lo pone como argumento de la misión de Jesús en sus discursos: “Dios ungió con el poder del Espíritu Santo a Jesús de Nazaret…”. Hoy al recordar nuestro propio bautismo tendremos que revisar nuestras motivaciones interiores y nuestra fidelidad al Espíritu.

Yo, el Señor, fiel a mi designio de salvación te llamé, te tomé de la mano, te he formado y te he constituido alianza de un pueblo, luz de las naciones”. El hombre moderno se ha convertido en un vagabundo errando sin sentido. Ha perdido la brújula que lo puede conducir y orientación de su vida. Pero desde su nacimiento y desde el día de su bautismo, el Señor le ha encomendando una misión. Ha sido constituido luz, una luz que abre los ojos a los ciegos, que libera a los cautivos, que ilumina a los que viven en tinieblas. Como Jesús “pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos”, sus discípulos, todo bautizado, tienen la misma misión. Vivir nuestro bautismo es descubrir esa gran misión que se nos ha encomendado y que de manera alegre y generosa podremos cumplir en cada instante de nuestra vida.Ser cristiano, ser un bautizado, es ante todo vivir en constante alabanza, que brota de reconocernos hijos e hijas de Dios, a imagen de Jesús; de sabernos habitados por el Espíritu Santo, que crea en nosotros comunión y que nos lanza a la alegre misión de anunciar con palabras y obras el amor de Dios a nuestros hermanos. Este anuncio se hace concreto en la atención, la misericordia y la mano cercana, comprometida, con el más pobre, con el que sufre y con el que es marginado. Un hijo de Dios no puede dar la espalda a su hermano.

Frente al hombre que se pierde en sus miedos y en sus vacíos, el Bautismo de Jesús viene a recordarnos la experiencia maravillosa de ser hijos amados de Dios, ungidos por el Espíritu y enviados a una gran misión. Vivir cada día nuestro bautismo llenará de alegría y sentido nuestra vida.

Dios, Padre Bueno, que proclamaste que Cristo era tu Hijo amado, ungido por el Espíritu, concede a tus hijos, renacidos también por el agua y el Espíritu, reconocer su dignidad de bautizados, asumir la misión de siervos y construir la gran familia humana. Amén.

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Enrique Díaz Díaz

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