CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 19 mayo 2006 (ZENIT.org).- Benedicto XVI explicó este viernes que sólo hay auténtica democracia cuando hay justicia social, es decir, cuando cada persona tiene acceso a los bienes primarios.

El Papa afrontó el argumento al recibir en audiencia a los participantes en el congreso sobre «Democracia, instituciones y justicia social», que entre este jueves y viernes ha organizado la Fundación vaticana «Centesimus Annus - Pro Pontifice».

El Papa señaló dos elementos decisivos para que un sistema de gobierno pueda llamarse auténticamente democrático.

Justicia social
Uno de ellos es el «esfuerzo tenaz, duradero y compartido por la promoción de la justicia social».

«La democracia sólo alcanza su plena realización cuando cada persona y cada pueblo es capaz de acceder a los bienes primarios (vida, comida, agua, salud, educación, trabajo, certeza de los derechos) a través de un ordenamiento de las relaciones internas e internacionales que asegure a cada quien la posibilidad de participar», afirmó.

«Y sólo puede haber auténtica justicia social en una perspectiva de genuina solidaridad, que comprometa a vivir y a trabajar siempre los unos por los otros, y nunca los unos contra o en perjuicio de los otros».

«El gran desafío de los cristianos laicos en el contexto mundial de hoy consiste en hacer concreto todo esto», aseguró.

Instituciones creíbles
El otro elemento necesario para una democracia, según señaló el Papa son «instituciones apropiadas, creíbles y autorizadas, que no estén orientadas a la mera gestión del poder público, sino que sean capaces de promover niveles articulados de participación popular, en el respeto de las tradiciones de cada nación, y con la constante preocupación de custodiar su identidad».

Si bien el Papa constató «la lentitud con que se abre camino la democracia», indicó que «sigue siendo la herramienta histórica más valiosa, si se utiliza bien, para disponer del propio futuro de forma digna».

La Fundación «Centesimus Annus - Pro Pontifice» fue instituida en 1993 por Juan Pablo II con el objetivo de promover el conocimiento y la práctica de la doctrina social de la Iglesia. Su nombre se inspira en la última encíclica social de ese pontífice «Centesimus Annus» de 1991.