CIUDAD DEL VATICANO, lunes 26 de abril de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI pronunció este sábado, al recibir las cartas credenciales del nuevo embajador de Bélgica ante la Santa Sede, M. Charles Ghislain.

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Señor Embajador,

Me complace darle la bienvenida en esta ocasión de la presentación de las Cartas que le acreditan en calidad de Embajador extraordinario y plenipotenciario de Bélgica ante la Santa Sede. Le doy las gracias por las palabras que me ha dirigido. A cambio, le agradecería que expresara a Su Majestad Alberto II, Rey de los Belgas, a quien pude saludar personalmente recientemente, mis deseos cordiales para Su Persona así como para la felicidad y el éxito del pueblo belga. A través suyo, saludo igualmente al Gobierno y a todas las autoridades del Reino.

Su país experimentó a principios de este año dos tragedias dolorosas de Lieja y de Buizingen. Quiero reiterar a las familias afligidas y a las víctimas el testimonio de mi cercanía espiritual. Estas catástrofes nos hacen medir la fragilidad de la existencia humana y la necesidad, para protegerla, de una auténtica cohesión social que no debilite la legítima diversidad de opiniones. Ésta reposa sobre la convicción de que la vida y la dignidad humanas constituyen un bien precioso que hay que defender y promover con decisión y apoyándose en el derecho natural. Desde hace mucho tiempo, la Iglesia se inscribe plenamente en la historia y en el tejido social de su Nación. Ésta desea continuar siendo un factor de convivencia armónica entre todos. Por eso, aporta una contribución muy activa sobre todo por sus numerosas instituciones de educación, sus obras de carácter social, y por el compromiso benévolo de muy numerosos fieles. La Iglesia está también muy contenta de ponerse al servicio de todos los miembros de la sociedad belga.

Sin embargo, no parece inútil señalar que posee, como institución, el derecho a expresarse públicamente. Lo comparte con todos los individuos y todas las instituciones para dar su opinión sobre las cuestiones de interés común. La Iglesia respeta la libertad de todos para pensar de manera diferente a ella; le gustaría también que se respetara su libertad de expresión. La Iglesia es depositaria de una enseñanza, de un mensaje religioso que ha recibido de Jesucristo. Puede resumirse con estas palabras de las Sagradas Escrituras: “Dios es amor” (1 Jn 4,16) y proyecta su luz en el sentido de la vida personal, familiar y social del hombre. La Iglesia, teniendo como objetivo el bien común, no reclama otra cosa que la libertad de poder proponer este mensaje, sin imponérselo a nadie, en el respeto a la libertad de las conciencias.

Es nutriéndose de esta enseñanza eclesial de manera radical como José de Veuster se convirtió en quien hoy es llamado “san Damián”. El destino excepcional de este hombre muestra hasta qué punto el Evangelio suscita una ética amiga de la persona, sobre todo si ésta se encuentra en necesidad o rechazada. La canonización de este sacerdote y la notoriedad universal que tiene es un motivo de legítimo orgullo para el pueblo belga. Esta atractiva personalidad no es fruto de un itinerario solitario. Es bueno recordar las raíces religiosas que nutrieron su educación y su formación, así como los pedagogos que despertaron en él esta admirable generosidad. Ésta le hará compartir la vida marginada de los leprosos, hasta exponerse al mal que ellos padecían. A la luz de testimonios así, a todos les es posible comprender que el Evangelio es una fuerza en la que no hay razón para tener miedo. Estoy convencido de que, a pesar de las evoluciones sociológicas, el mantillo cristiano es todavía rico en vuestra tierra. Éste puede nutrir generosamente el compromiso de un número creciente de voluntarios que, inspirados por los principios evangélicos de fraternidad y de solidaridad, acompañen a las personas que experimentan dificultades y que, por esta razón, necesitan ser ayudadas.

Su país, que ya acoge la sede de las instituciones comunitarias, vio su vocación europea reafirmada una vez más a través de la elección de uno de sus compatriotas como primer Presidente del Consejo Europeo. Es evidente que estas elecciones sucesivas no están relacionadas sólo con la posición geográfica de su país y su multilingüismo. Miembro de del núcleo primitivo de los países fundadores, su Nación ha tenido que implicarse y distinguirse en la búsqueda de un consenso en las situaciones más complejas. Esta cualidad debe ser alentada a la hora de afrontar, por el bien de todos, los desafíos internos del país. Quiero destacar hoy que para traer fruto a largo plazo, el arte del consenso no se reduce a una habilidad puramente dialéctiva, sino que debe buscar la verdad y el bien. Porque “Sin verdad, sin confianza y amor por lo verdadero, no hay conciencia y responsabilidad social, y la actuación social se deja a merced de intereses privados y de lógicas de poder, con efectos disgregadores sobre la sociedad, tanto más en una sociedad en vías de globalización, en momentos difíciles como los actuales (Caritas in veritate, n. 5).

Aprovechando nuestro encuentro, deseo saludar cordialmente a los Obispos de Bélgica a los que tendré el placer de acoger dentro de muy poco en su visita ad Limina Apostolorum. Mi pensamiento se dirige especialmente a Su Excelencia monseñor Léonard que, con entusiasmo y genreosidad, ha empezado, hace poco, su nueva misión de arzobispo de Malinas-Bruselas. También quiero saludar a los sacerdotes de su país, y a los diáconos así como a todos los fieles que forman la comunidad católica belga. Les invito a testimoniar su fe con audacia. En sus compromisos cívicos, que hagan valer plenamente su derecho a proponer los valores que respeten la naturaleza humana y que correspondan a las aspiraciones espirituales más profundas y más auténticas de la persona.

En el momento en que inaugura oficialmente sus funciones ante la Santa Sede, le expreso mis mejores deseos para el exitoso cumplimiento de su misión. Sepa, Señor Embajador, que siempre encontrará en mis colaboradores una atención y una comprensión cordiales. Invocando la intercesión de la Virgen María y de san Damián, ruego al Señor que derrame generosas bendiciones sobre usted, su familia y sus colaboradores, así como sobre el pueblo belga y sobre sus dirigentes.

 [Traducción del original francés realizada por Patricia Navas

© Libreria Editrice Vaticana]


México, ¿laicismo o violación de derechos humanos?

MÉXICO, lunes 8 de marzo de 2010 (ZENIT.orgEl Observador).- La polémica en México, desatada por la posibilidad de una reforma al artículo 40 de la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos en el sentido de hacer de ésta una República “laica”, ha seguido su curso.

ZENIT-El Observador publica ahora la entrevista concedida a este medio por parte del profesor, investigador y ensayista Alejandro Soriano Vallés, especialista en tema del siglo XVII y uno de los más reconocidos biógrafos y estudiosos modernos de la figura de Sor Juana Inés de la Cruz, la llamada “décima musa” de las letras hispanoamericanas.

-¿Cómo define usted el laicismo?

Alejandro Soriano Vallés: En uno de mis artículos recientes en El Observador, traté el tema del laicismo. Ahí dije que, entendido según su correcta acepción filosófica, “es el principio de autonomía de las disciplinas y actividades del hombre, que deben regirse únicamente por sus propias reglas, sin intervención de intereses o fines ajenos a los que les atañen”. El laicismo, así, salvaguarda la independencia de los diversos ámbitos de la vida del hombre. Se trata de algo bueno, porque distingue y separa, otorgando, como la justicia manda, a cada cual lo suyo.

-Desde luego, esa no es la noción que subsiste en México, entre las fuerzas políticas, ¿no es así

Alejandro Soriano Vallés: En efecto, por desgracia sobrevive en México una concepción fundamentalista, fanática, del laicismo. Heredada de la lucha jacobina decimonónica, que luego pasaría a la rabia anticristiana de los gobiernos “revolucionarios” del siglo XX, tal noción sigue dando por hecho que “laicismo” significa reducir la religión (sobre todo la católica) a la mínima expresión posible. Sería deseable, de acuerdo con ella, que se limitara a la “vida interior”, “espiritual” (la cual, por supuesto, no debería tener ninguna relación con la “vida activa”, “social”).

Desconociendo que la fe verdadera mueve al hombre entero a actuar en consonancia con lo que exige, nuestros retrógrados “laicistas” ambicionan imponer a los católicos un silencio vejatorio y fascista. Por medio de tan dictatorial disposición quieren hacer no una república “laica” como alegan, sino una atea que impida a los cristianos obrar siguiendo los dictados de su conciencia. Intentan acallarlos, violando sus derechos humanos.

-¿Para qué firma México tratados internacionales si no los va a cumplir en lo interno?

Alejandro Soriano Vallés: En efecto, diversas normas internacionales resguardan la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, como las expuestas en la Declaración Universal de Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y la Convención Americana de Derechos Humanos. El artículo 18 de la primera de ellas, entre otras cosas, garantiza a toda persona “la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”. Que es, justamente, lo que los volterianos radicales intentan impedir al convertir a México en una república “laica”.

En tanto el “laicismo” que propugnan es el empolvado de la reacción jacobina y las logias masónicas, su tentativa es la conservación de un feudo donde sólo ellos opinen; donde nada más su pensamiento valga. Guarecidos en un juarismo trasnochado, maniobran para silenciar a los católicos, disimulando así la flagrante profanación de sus más elementales derechos a expresarse. Pero su deseo es el mantenimiento de un estado injusto, donde basta el calificativo “religiosos” para descalificar (y silenciar) los criterios ajenos.

-En la Constitución mexicana, a su juicio, ¿está bien reconocida la libertad religiosa?

Alejandro Soriano Vallés: Tal como existe, no reconoce ampliamente la libertad religiosa, pues sus liberales redactores pusieron “candados” legales a las garantías que acabo de mencionar (y a otras más, imposibles de tratar ahora). Sería preciso que el agregado “laica” que se le ha hecho protegiera unos derechos no únicamente consignados en tratados internacionales suscritos por nuestro país, pero que, más que nada, son inherentes a la condición humana. Mientras sea México un sitio donde sólo los escogidos pueden hablar, la iniquidad seguirá reinando.

Por Jaime Septién