El documento, fruto de las reflexiones de los obispos en torno al año jubilar, comienza afrontando la formación de los seminaristas, la labor pastoral de religiosos y religiosas en el país, así como la preparación de un Instrumento Pastoral para responder a los grandes desafíos del nuevo milenio.
Al final dedica un extenso apartado a afrontar algunas de las preocupaciones de los obispos en relación con la realidad de Costa Rica. Comenta la situación de extrema pobreza y la mala distribución de las riquezas y constata «con dolor» la reciente ola de violencia social, así como el aumento de casos de violencia en el hogar, fruto de un «inhumano y anticristiano proceder».
Reprende asimismo los «bloqueos de vías públicas como medidas de protesta», afirmando que «el derecho a la vida y a la libertad de todo ser humano es sagrado y debe ser respetado».
Por último, los obispos concluyen levantando «su voz de Pastores para afirmar que estos problemas sólo tendrán una solución adecuada si nos enfrentamos con decisión a la crisis de valores que sufren nuestras familias y con ellas la patria».