CIUDAD DEL VATICANO, 4 septiembre (ZENIT.org).- Juan Pablo II recibió esta mañana en la Plaza de San Pedro a los peregrinos que ayer participaron en la ceremonia de beatificación de cinco personajes que han tenido una gran influencia para la historia de la Iglesia en los últimos siglos. Como era de esperar, en su intervención, dedicó amplio espacio a evocar la figura de sus dos predecesores, Pío IX, que «guió la barca de Pedro en medio de violentas tempestades durante casi 32 años», y Juan XXIII, quien en su «breve pontificado», abrió la nueva estación del Concilio Vaticano II.
Al recordar la obra del Pío IX, el discurso de Juan Pablo II se concentró en la cualidades eminentemente espirituales que contribuyeron a beatificar al pontífice: «le gustaba predicar --recordó-- como un sencillo sacerdote, administrar los sacramentos en las iglesias y en los hospitales, encontrarse con el pueblo romano por las calles de la ciudad». Y sin embargo, añadió, «el mundo no siempre le comprendió: a los "hosannas" del inicio de pontificado, les siguieron muy pronto acusaciones, ataques y calumnias».
El Papa evitó responder a las polémicas que surgieron en vísperas de la beatificación en torno a este pontífice. Su evocación se concentró en su figura espiritual, pues los beatos no son proclamados por la Iglesia por motivos políticos. «Siempre fue indulgente con sus mismos enemigos --añadió el Santo Padre--. El espíritu de pobreza, la fe en Dios y el abandono a la providencia, junto a un extraordinario sentido del humor, le ayudaron a superar los momentos más difíciles».
«Mi política --solía repetir-- es: Padre nuestro que estás en los cielos». De este modo, añadió Juan Pablo II, indicaba que «su guía en las decisiones de la vida y del gobierno de la Iglesia era Dios, por quien experimentaba una confianza total».
Al subrayar la profunda devoción mariana de Pío IX, que le llevó a proclamar solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción, el Santo Padre no dejó de observar que entre los devotos del Papa Mastai se encontraba precisamente su sucesor, Juan XXIII, quien compartió con él ayer el reconocimiento oficial de la Iglesia.
Por su parte, al recordar al Papa Roncalli, el pontífice mencionó en particular sus virtudes cristianas, su profundo conocimiento de la naturaleza humana, en sus «luces y sombras», pero sobre todo la humildad fecunda aprendida de sus padres, campesinos del norte de Italia.
«Cuanto más avanzaba en la vida y en la santidad, más conquistaba a todos con su sabia sencillez. No se turbó ante las pruebas, más bien, siempre supo mirar con optimismo a las diferentes vicisitudes de la existencia».
Por último, Juan Pablo II recordó a los otros tres nuevos beatos. Del obispo Tommaso Reggio, creador del primer periódico católico en Italia y fundador de la Congregación de las religiosas de Santa Marta, destacó su «profunda comunión con Dios» y el ideal de santidad que propuso «a cada una de las categorías de fieles: laicos, sacerdotes y personas consagradas; de modo especial a sus monjas».
A continuación, mencionó «La personalidad y la acción del nuevo beato Guillaume-Joseph Chaminade», presbítero, fundador de la familia marianista, «que deseaba hacer siempre la obra de Dios, invita a todos los fieles a una formación catequística seria, para desarrollar y afirmar su vida espiritual, y entrar con mayor profundidad en el encuentro con Cristo».
Por último, el Santo Padre terminó pidiendo que el beato Columba Marmion, abad benedictino, «nos ayude a todos a vivir la vida cristiana cada vez más intensamente y a comprender con mayor profundidad nuestra pertenencia a la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo».
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Sep 04, 2000 00:00