Colombia: «Una vida humana cuesta 25 dólares»

El dramático relato de tres misioneros obre la grave situación del país

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ROMA, 3 septiembre (ZENIT.org).- Han venido a Italia a vivir el Jubileo y volverán pronto a su puesto de misión. El padre Eugenio, sor María y sor Brígida dan testimonio al diario «Avvenire» de la dramática situación que vive Colombia.

«Aquí nos sentimos en el paraíso. Se respira la paz. No se vive con el terror de ser asesinados», dice nada más llegar al aeropuerto sor María. Y sor Brígida es más explícita: «En Colombia impera la cultura de la venganza. Se mata a un hombre como si fuese una gallina. Muchos, demasiados, por sólo 25 dólares están dispuestos a quitar del medio a quien sea. Incluso en la mente de los niños existe la convicción de que sólo se muere asesinado. Un niño, al ver entre las páginas de mi breviario la foto de mi padre, me preguntó quién lo había asesinado».

Tráfico de órganos
Precisamente quienes corren mayor riesgo en las masacres realizadas indistintamente por grupos guerrilleros y por milicias paramilitares son los niños. «Entre los pobres –explica el padre Eugenio– está ausente la idea de la familia. Los matrimonios se crean y se destruyen en pocos años. Los niños viven por las calles, sin protección. Muchos de ellos son atracados, maltratados, asesinados».

Cuestra trabajo contar experiencias tan crueles: «Hace poco ha sido hallada una fosa común. Allí estaban los cuerpos de al menos 150 niños. El autor de la masacre ha sido identificado y catalogado como un loco. Pero el asesino ha desvelado la existencia de otras fosas comunes. Y empieza a emerger la trama de un feroz tráfico de órganos».

Sor María indica que «los que corren más riesgo son los niños de la calle. Llevan una manta roída a la espalda y duermen entre cartones. Viven como los animales. Roban a los viandantes. Están desnutridos y como tantos otros niños abandonados de cualquier parte del mundo, cuando tienen hambre, se zambullen en los vapores ácidos del pegamento, la droga de los desesperados».

Especialmente grave es la situación de las niñas: «Algunas empiezan a prostituirse a los 9 años en casa escuálidas. Para «abrirlas» basta pescar a 6 o 7 criaturas de la calle. En Colombia no esperan en las aceras y no existe la figura del chulo», relata el padre Eugenio. «En general –sigue contando– las protege el dueño de un local que no pretende una parte de lo que obtienen vendiéndose a sí mismas. Le basta que sus clientes sean también entren al local y embolsarse el dinero de las consumiciones».

Sor Brígida añade: «Nosotros no nos echamos atrás con estas chicas. Las buscamos, las invitamos a casas cercanas a sus locales. Les ofrecemos un café… y el Evangelio. Vienen muchas, algunas cambian de vida».

Siete secuestros al día
La obra de los misioneros se preocupa también por los familiares de los secuestrados. Los datos, según un estudio gubernamental son impresionantes: en un país de 38 millones de habitantes hay una media de 7 secuestrados al día. Les llaman, con terrible ironía, las «pescas milagrosas».

El padre Eugenio explica cómo se producen: «Los guerrilleros o los paramilitares llegan de repente a las carreteras. Escogen las horas en las que hay más tráfico. Paran a todos y arrastran a mujeres, ancianos y niños a las montañas. Para la liberación, hay que pagar un rescate». Normalmente los liberan. Pero no siempre es así.

Sor María reconstruye un terrible episodio: «A una anciana le fijaron al cuello un collar lleno de dinamita. En el momento de la liberación lo hicieron explosionar. La mujer y los dos policías que la debían llevar a casa murieron».

«A menudo –sigue la religiosa–. irrumpen de noche en las aldeas y obligan por la fuerza a los más jóvenes a enrolarse en sus filas. Si se niegan, en la mejor de las hipótesis, hacen saltar las centrales eléctricas que alimentan las fábricas y, en la peor, corre la sangre en la aldea».

Para sus «pescas milagrosas » los guerrilleros eligen los barrios más ricos y lugares llenos de gente, incluso las iglesias: «Una mañana –recuerda el padre Eugenio– llegaron durante la misa. Se llevaron a más de cien personas. Eran de un barrio rico, podían pagar y volvieron a casa».

En Colombia sin embargo abundan en todas las clases sociales la droga y el alcoholismo. Dramas cotidianos. Y los robos están al orden del día. «No se puede dejar solo ni siquiera un trozo de jabón», suspiran las dos religiosas. Los episodios son incontables. El desafío es resistir y trabajar para devolver una brújula a un pueblo herido y perdido.

«Estamos cada día en las manos de Dios», concluye sor María.

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ZENIT Staff

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