CIUDAD DEL VATICANO, 10 sep (ZENIT.org).- Con una celebración eucarística presidida por Juan Pablo II se concluyó esta mañana el Jubileo de la Universidad. Participaban en la plaza de San Pedro, unos 10 mil profesores universitarios, así como trescientos rectores de universidades de unos sesenta países.
De este modo, estas jornadas jubilares, que comenzaron el 3 de septiembre pasado en Jerusalén, y durante las cuales se han celebrado 59 congresos internacionales, se han convertido en el encuentro de dirigentes universitarios más grande de todos los tiempos.
El regalo del Papa
Juan Pablo II quiso dejar un regalo especial a estos miles de catedráticos: se trata de un estupendo icono que representa a María, «Trono de la sabiduría», y que acaparaba la atención esta mañana en el centro de la fachada de la Basílica de San Pedro del Vaticano. La imagen será llevada en peregrinación por todas las diócesis del mundo que cuentan con sedes universitarias. Es una obra del sacerdote Marko Ivan Rupnik, un artista eslavo, que se inspira en la tradición cristiana de Oriente, a quien el Papa ya ha encomendado la realización de un imponente mosaico en su capilla privada del Vaticano, bautizada por la prensa italiana como «la Sixtina del tercer milenio».
Al final de la misa, el icono comenzó su periplo por los centros académicos del mundo al ser entregado a la delegación de catedráticos de Atenas presente en este domingo en la plaza de San Pedro. Fue escogida como primera etapa la capital griega, porque en ella el Evangelio se encontró con la cultura clásica antigua. El 17 de septiembre, la peregrinación de la imagen de la Virgen continuará la peregrinación visitando Moscú y otras ciudades rusas.
La investigación, camino hacia Dios
En su homilía, Juan Pablo II se dijo convencido de que la investigación universitaria constituye un camino privilegiado para encontrar a Dios. «Cuando el hombre no es espiritualmente «sordo y mudo», todo itinerario del pensamiento, de la ciencia y de la experiencia, le trae también un reflejo del Creador y suscita en él un deseo de Él, con frecuencia escondido y quizá reprimido, pero que no se puede suprimir».
La libertad de investigación, según aclaró el pontífice, no debe tener miedo del encuentro con Cristo. «Ni siquiera queda comprometido el diálogo y el respeto de las personas –añadió–, pues la verdad cristiana por su naturaleza se propone y nunca se impone».
Humanismo miope
A continuación, el Santo Padre planteó un serio interrogante a la comunidad académica: «Es justo preguntarse qué tipo de hombre prepara hoy la Universidad». «Vivimos un tiempo de grandes transformaciones que afectan también al mundo universitario –constató–. El carácter humanístico de la cultura parece en ocasiones marginal, mientras se acentúa la tendencia a reducir el horizonte del conocimiento en aquello que se puede medir y a descuidar toda cuestión que toque el significado último de las realidades».
Por eso, «ante el desafío de un nuevo humanismo auténtico e integral», Juan Pablo II consideró que «la Universidad necesita personas atentas a la Palabra del único Maestro; necesita profesionales cualificados y de testigos creíbles de Cristo. Ciertamente no es una misión fácil: requiere compromiso constante, se alimenta de oración y de estudio, y se expresa en la normalidad de la vida cotidiana».
«Al fijar la mirada en el misterio del Verbo encarnado –concluyó el obispo de Roma–, el hombre vuelve a encontrarse consigo mismo. Experimenta también un gozo íntimo, que se expresa en el mismo estilo interior del estudio y la enseñanza. La ciencia supera, de este modo, los límites que la reducen a un mero proceso funcional y pragmático para volver a encontrar su dignidad de investigación al servicio del hombre en su verdad total, iluminada y orientada por el Evangelio».