La difícil visita del cardenal Etchegaray a Pekín

Temores y esperanzas antes de participar en un Congreso sobre religiones

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CIUDAD DEL VATICANO, 12 sep (ZENIT.org).- El cardenal Roger Etchegaray, presidente del Comité para el Jubileo del año 2000 de la Santa Sede, se encontraba en el momento del cierre de esta edición viajando a Pekín, donde participará del 14 al 16 de septiembre en un Simposio internacional sobre «Las religiones y la paz».

El purpurado vasco-francés, que está a punto de cumplir los 78 años, ya ha estado en China en otras ocasiones, y de hecho tiene un buen conocimiento directo de la situación que experimentan en estos momentos los católicos chinos. Durante los años en que fue presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y Paz, Juan Pablo II le encomendó misiones dificilísimas en países como Vietnam, o Bosnia. Esta visita a China, sin embargo, según él mismo confiesa, es sumamente arriesgada.

Antes de tomar el avión, el cardenal Etchegaray ha querido conceder una entrevista a «Radio Vaticano» en la que aclara los motivos que le han llevado a emprender este viaje con el objetivo de evitar cualquier interpretación distorsionada del mismo.

–Eminencia, el miércoles estará en Pekín. ¿Cuál es el significado de este viaje?

–Quiero responder lo más claramente posible, pues los católicos chinos tienen derecho a saber qué es lo que voy a hacer y en qué condiciones. Voy a participar en un Simposio italo-chino «Las Religiones y la paz», organizado por la Asociación cultural «Tian Xia Yi Jia» («Una sola familia bajo el mismo cielo»), cuyo presidente es el profesor Giovagnoli, de la Universidad del Sagrado Corazón de Milán, y el vicepresidente el padre Lazzarotto (PIME). Pero quiero precisar que no voy a negociar absolutamente nada en nombre de la Santa Sede (no forma parte de mi competencia). El Simposio tendrá lugar en la sede del Instituto de las Religiones Mundiales, una de las secciones de la Academia de las Ciencias de Pekín. Intervendré ya desde la inauguración junto al profesor Zhuo Xinping, director del Instituto. Tan sólo mi simple presencia en el seno de una prestigiosa Academia de China constituye un hecho muy positivo que quiero subrayar, pues nadie ignora mis responsabilidades eclesiales.

–Usted ya es conocido en China continental…

–Sí, hice dos viajes, en 1980 y en 1993. El primero fue bastante importante por su duración –entonces era todavía arzobispo de Marsella– y por la calidad de los contactos con otras personalidades chinas. Era el primer cardenal que visitaba la China comunista, y pude darme cuenta sobre el terreno de las serias dificultades que atravesaba la Iglesia, así como de la fe intrépida de los católicos.

–Pero, ahora, la situación religiosa parece todavía más complicada…

–Nadie puede negar que existen varios aspectos positivos, como el hecho de que la comunidad católica está creciendo bajo la acción del Espíritu Santo. Ahora bien, es verdad que nos llegan noticias graves y muy poco tranquilizadoras. De todos modos, nunca se puede detener el movimiento de la historia y el cristiano lo sabe muy bien cuando echa una mirada a los veinte siglos de historia de la Iglesia. El Evangelio nos enseña a mirar siempre adelante, «con la mirada fija en Cristo», ayer, hoy y siempre. El misterio pascual de su muerte y resurrección está en el corazón de la vida cotidiana de la Iglesia.

–El Papa le ha confiado el encargo de preparar el Jubileo de este año santo. ¿Cree que su presencia en China podría contribuir a fortalecer la fe de una Iglesia que sufre la división interna (con la existencia de la Asociación patriótica católica) y los impedimentos externos del régimen político?

–Este año jubilar tiene que ser un año excepcional a causa de un nuevo florecer de esfuerzos comunes al servicio de la paz en la Iglesia, que debe ser mejor conocida como mensajera de una Buena Noticia al servicio del pueblo chino. Pienso en el mensaje que el Papa Juan Pablo II dirigió el 8 de diciembre pasado a todos los católicos de China sin excepción: «He sabido con alegría que queréis ofrecer, como don precioso para la celebración del gran Jubileo, la unidad entre vosotros y con el sucesor de Pedro –decía el Santo Padre–. Un propósito así sólo puede ser fruto del Espíritu, que conduce a su Iglesia por los difíciles caminos de la reconciliación y de la unidad».

–Pero, en la práctica, en este sentido, ¿qué es lo que piensa hacer en China para ayudar a los católicos?

–No lo sé con antelación. Desde mi primer viaje, hace veinte años, rezo todas las noches por el pueblo chino y por la Iglesia en China. Quisiera poder darles a todos un pequeño signo de esperanza. Soy consciente de que mis palabras, mis gestos, por más limitados que sean, corren el riesgo de ser mal entendidos y manipulados. Los contactos que estableceré no pueden ser interpretados como un reconocimiento de las estructuras eclesiásticas existentes. Mi único deseo es el de poder testimoniar sencillamente a todos una voluntad sincera y determinada de diálogo, sin esconder nada de la verdad de la Iglesia, como Cristo la fundó. Me pongo totalmente en las manos de Dios y en la oración fraterna de todos los católicos de China.

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ZENIT Staff

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