El Papa: ancianos, el mundo os necesita, es mas, el mundo «nos necesita»

40 mil peregrinos en el Jubileo de la tercera edad

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CIUDAD DEL VATICANO, 18 sep (ZENIT.org).- «¡La Iglesia os necesita! ¡También
la sociedad civil os necesita! Es lo que les dije a los jóvenes hace un mes
y ahora os lo digo hoy a vosotros, ancianos, a nosotros ancianos: ¡la
Iglesia nos necesita!». Esta es la exhortación que pronunció ayer Juan Pablo
II al dirigirse a 40 mil peregrinos que llegaron a Roma para celebrar el
Jubileo de la tercera edad.

La gran mayoría de los presentes en la plaza de San Pedro había superado los
sesenta años, ahora bien, por el ruido que hacían y por el ritmo con que
aplaudían al Papa muchos de ellos parecía que acababan de cumplir los 16
años. Quizá fue precisamente este entusiasmo el motivo por el que el Papa
dejó a un lado los papeles y evocó las Jornadas Mundiales de la Juventud de
agosto pasado.

«Nosotros los ancianos»
A Juan Pablo II se le veía particularmente emocionado. Corrigiendo el texto
que llevaba escrito durante la homilía de la misa conclusiva de este Jubileo
por categoría, pronunció ese «nosotros los ancianos», que expresaba su
solidaridad y cariño. No era la primera vez que lo hacía. Ya en la carta a
los ancianos se presentó también él como un «anciano».

Horas antes de la celebración eucarística, el atrio de la Basílica de San
Pedro se convirtió en el testigo mudo de testimonios de vida que escucharon
los peregrinos para prepararse al encuentro con el Papa. Se trataba de vidas
que contaban cómo el amor entre un marido y una mujer puede permanecer
fresco a pesar de que las espaldas se curven con los años. Vidas normales,
anónimas hasta ese día, pero que han experimentado cómo la fe puede hacer
apasionante una existencia ordinaria.

El dolor tiene un sentido
Juan Pablo II, por su parte, agradeció desde un primer momento la presencia
de «quien ha tenido que afrontar las dificultades e inconveniencias para no
perderse esta cita». Al mismo tiempo, saludó a «las personas ancianas, solas
o enfermas», que se quedaron en casa en el cuerpo, pero no con el alma. El
sufrimiento que con frecuencia toca a la puerta del anciano, recordó el
pontífice, encuentra su explicación en una dimensión transcendente que no
debe ser olvidada: «¡El sufrimiento no puede dejar de producir miedo! Pero
precisamente en el sufrimiento redentor de Cristo está la verdadera
respuesta al desafío del dolor, que tanto pesa en nuestra condición humana.
Cristo, de hecho, tomó consigo nuestros sufrimientos y cargó con nuestros
dolores, dándoles, gracias a su Cruz y Resurrección, una nueva luz de
esperanza y de vida».

La fuerza del anciano está precisamente en su debilidad, que con frecuencia
es despreciada. Ante la cultura de la superficialidad, exhortó Juan Pablo
II, «vosotros tenéis la misión de testimoniar los valores que de verdad
cuentan más allá de las apariencias».

Por una «cultura de la vida»
«Precisamente en cuanto personas de la tercera edad vosotros tenéis una
contribución específica que ofrecer para el desarrollo de una auténtica
«cultura de la vida» –añadió–, testimoniando que cada momento de la
existencia es un don de Dios y que toda estación de la vida humana tiene sus
riquezas específicas que debe poner a disposición de todos».

La tarea del anciano
Desde el punto de vista cristiano, por tanto, el anciano, sano o enfermo,
tiene una «tarea preciosa». La Iglesia y la sociedad tienen necesidad de
vosotros, exclamó el Papa arrancando los aplausos de los peregrinos.

«Sabed emplear generosamente el tiempo que tenéis a vuestra disposición y
los talentos que Dios os ha concedido, ayudando y sosteniendo a los
demás –les exhortó–. Contribuid al anuncio del Evangelio como catequistas,
animadores de la liturgia, testigos de vida cristiana. Dedicad tiempo y
energías a la oración, a la lectura y a la reflexión de la Palabra de Dios».

La fiesta del pontífice con sus coetáneos continuó con el rezo de la oración
mariana del Angelus. Tras la liturgia animada por un estupendo coro de cien
voces de personas ancianas de las parroquias romanas y de las «Scholae
cantorum» de toda Italia, el Santo Padre no pudo contenerse y exteriorizó su
apreció: «Vuestras voces armoniosas al elevarse desde esta plaza al cielo
han dado a nuestra oración una singular intensidad, que ha encontrado sin
duda eco en el corazón de Dios. Verdaderamente «quien canta reza dos
veces»».

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ZENIT Staff

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