LONDRES, 29 sep (ZENIT.org–AVVENIRE).- El Santo Sepulcro, meta de peregrinación durante siglos de los cristianos, albergó el cuerpo de Jesús. Esta es la conclusión a la que llega Martin Biddle, autor del libro «La tumba de Jesús» («The Tomb of Christ», Sutton Publishing, Reino Unido, 172 páginas), profesor de Arqueología Medieval en el Hertford College de la Universidad de Oxford, uno de los arqueólogos más famosos del mundo.
Se trata de una obra de referencia para los expertos y al mismo tiempo una lectura muy agradable, gracias a las hermosas ilustraciones. Para el creyente, además, constituye una invitación para ponerse en camino hacia esta parte de Jerusalén, sagrada para millones de fieles católicos, ortodoxos y protestantes. El ensayo de Biddle se ha convertido en actualidad, un año después, al ser publicado en estos días en Italia (editorial «Newton Compton»).
–Profesor Biddle, ¿cómo ha nacido el proyecto de su estudio sobre la tumba de Cristo?
–Un caballero del Santo Sepulcro, Freeman-Grenville, que es también un conocido estudioso inglés, se dio cuenta de que la construcción en torno a la tumba de Cristo estaba en pésimas condiciones, casi a punto de derrumbarse, y que el proceso de Restauración debía iniciarse lo más brevemente posible. Animado por la comunidad de los frailes franciscanos que tienen la custodia del Santo Sepulcro, se puso a buscar arqueólogos que pudieran documentar cuidadosamente tanto el estado actual de la edificación y de la tumba como su historia. Pensó que yo y mi mujer, Birthe, éramos las personas idóneas para este trabajo porque hemos dirigido otros tres estudios arqueológicos de tumbas, la del obispo de Winchester, San Swithun, la de San Wystan en Repton, y la de San Albano en Saint Albans.
Conocíamos bien Jerusalén y nos gustaba mucho aquella parte del mundo y, por tanto, buscamos los fondos necesarios para llevar a cabo este trabajo; en 1989, iniciamos el estudio yendo por breves períodos, una semana o diez días, a Jerusalén. En 1993, ultimamos nuestro informe científico y este trabajo se convirtió en algo más que en un simple registro de la estructura existente. Nos hemos convertido nosotros también en peregrinos por toda Europa detrás de las trazas de otras construcciones medievales semejantes. Debo decir que los informes y también las fotos de los fieles del pasado nos han resultado muy útiles para documentar todos los estadios de la tumba precedentes al actual.
–Y la restauración del Santo Sepulcro ¿ha comenzado?
–Lamentablemente, no. Las tres comunidades religiosas a las que está confiado este lugar –griegos, latinos y armenios– no se han puesto de acuerdo todavía sobre cómo debe ser restaurada la construcción porque cada una de ellas pertenece a una diversa tradición religiosa que lleva consigo un diverso estilo arquitectónico, pero sin duda la edificación está en pésimas condiciones y necesita una restauración. El hecho, además, de que Jerusalén se encuentre en una zona en riesgo de terremotos hace esta operación todavía más urgente porque, si hubiera temblores, la edificación se derrumbaría.
–¿Es difícil para las tres comunidades religiosas que custodian el Santo Sepulcro encontrar un acuerdo?
–Es difícil porque la tradición arquitectónica religiosa de los griegos-ortodoxos es distinta de la de los armenios y de la de los católicos: hay que encontrar un modo de responder a las exigencias de las tres tradiciones. En Nazaret, donde se encuentra la gruta de la Anunciación, los franciscanos han querido que las piedras originales fueran dejadas al descubierto, pero aquí, en Jerusalén. no quieren lo mismo porque no sería aceptable para las otras comunidades religiosas. Sin embargo el diálogo entre las confesiones es en verdad óptimo y me he quedado impresionado de los progresos hechos sobre este tema. Espero que pronto se llegue a una solución.
–¿Cómo cree que hay que hacer la restauración?
–No expreso una opinión. Espero sólo que cuando finalmente se inicie la restauración podré hacer otro estudio documentando las diversas fases. Es posible también que la restauración descubra toda la estructura, hasta la parte subterránea, y sería de verdad interesantísimo si esto sucediese porque así lograríamos ver la parte más auténtica de la tumba, la estructura primitiva que ha permanecido hasta hoy inaccesible.
–Aunque en el estudio han usado su razón y la experiencia adquirida, el estar tanto tiempo en este lugar ¿no ha producido ningún eco en su vida espiritual?
–Ciertamente, hubiera sido extraño lo contrario. Un arqueólogo y una historiadora que no se sintieran tocados por un lugar de tal santidad y no sintieran respeto por siglos de fe, serían de verdad muy estúpidos. Yo soy anglicano, pertenezco a la Iglesia de Inglaterra y mi mujer, danesa, pertenece a la Iglesia luterana. La frecuentación del Santo Sepulcro ha sido para nosotros una experiencia notable, profundamente impresionante y atrayente. Trabajábamos en la iglesia normalmente por la noche, desde las siete o las ocho de la tarde, cuando estaba cerrada al publico, hasta medianoche. La iglesia estaba siempre llena de gente, de peregrinos o religiosos y era conmovedor sentir la fuerza de su devoción. Ha sido una experiencia notable desde el punto de vista humano y hemos tocado con la mano la santidad del lugar en el que nos encontrábamos. Me parece interesante que este lugar tenga un profundo significado para los expertos como nosotros que encuentran allí una extraordinario testimonio histórico y para los fieles, para los cuales es importantísimo volver a encontrar una prueba concreta de la existencia histórica de Jesús, mientras que los teólogos dirían que, aunque la tumba de Jesús no fuese ésta, el hecho no tendría consecuencias para quien quiere cree en la Resurrección.
–¿Podemos afirmar con absoluta certeza que es verdaderamente la tumba de Jesucristo?
–Podemos decir que es el lugar que cuenta con el mayor número de probabilidades en absoluto de haber sido la tumba en la que Cristo fue sepultado. Personalmente, y hablo como estudioso más que como creyente, diría que estoy seguro casi al ciento por ciento de que se trata de la tumba de Jesús.