NUEVA YORK, 3 nov (ZENIT.org).- El «embajador» de Juan Pablo II ante las naciones unidas tomó ayer la palabra ante la Asamblea General de las Naciones Unidas para plantear una ecuación: «La cultura de la paz debe ser una cultura de los derechos humanos».
La plenaria de la Asamblea afrontaba precisamente este argumento sobre el que la Iglesia está reflexionando de manera particular desde hace cuarenta años: «La cultura de la paz».
Pero monseñor Renato Martino, observador permanente ante la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, se remitió como maestro de vida al siglo que se concluye, caracterizado por grandes progresos científicos, pero también por terribles violencias.
Desde esta perspectiva, afirmó, «una cultura de la paz debe basarse en la verdad y la justicia», valores que imponen el respeto de la conciencia individual y que trascienden intereses utilitarios, como los del poder político y económico.
La nueva «cultura» debe también «respetar el derecho de las naciones», alejando la amenaza de los conflictos con una legislación eficaz, un tempestivo sistema para dirimir las tensiones y un nuevo estímulo al dialogo.
Cultura de la paz, añadió, significa también el rechazo del libre tráfico de armas, de manera particular, las ligeras, difundidas de manera descontrolada incluso en contextos alejados de las zonas de guerra.
Esta cultura implica, además, una atención particular a los jóvenes y a los niños, con nuevas medidas de seguridad social que eliminen vergüenzas como la de los niños soldado.
Por último, «una cultura de la paz debe iniciar en el corazón del hombre»: el mundo, de hecho, concluyó monseñor Martino, «tiene necesidad de hombres y mujeres que trabajen por la reconciliación, y no por la guerra, que testimonien valor y no violencia».