ROMA (Redacción central), 4 nov (ZENIT.org).- El 12 de octubre pasado marcó
el primer aniversario del golpe militar liderado por el general Pervez
Musharraf. La opinión de muchos artículos de prensa publicados para la
ocasión es que el gobierno marcial no ha tenido éxito en resolver los
múltiples problemas que afronta Pakistán.

Según «The Economist» (14 octubre) el mismo general Musharraf admite que la
mayoría considera que la situación económica es todavía inestable y que los
niveles de vida no han progresado. Así mismo, la deuda externa sigue
aumentando --en la actualidad es de 40.000 millones de dólares--. De hecho,
ni los financieros internacionales ni el Fondo Monetario Internacional están
dispuestos a conceder ayuda financiera.

El «Telegraph» (13 octubre) informaba que en los dos meses previos al
aniversario del golpe, la moneda local ha caído un 12% frente al dólar,
empujando a Pakistán a la peor recesión desde la independencia en 1947. Al
mismo tiempo, el país permanece aislado a nivel internacional y no hay
signos de próximas elecciones.

Aunque el Tribunal Supremo ha pedido elecciones antes de dos años, el
general Musharraf ha omitido decir cuándo se restaurará la democracia. Como
único signo de concesión, dijo que las elecciones locales podrían celebrarse
sin la participación de partidos políticos en diciembre. Mientras tanto
grupos internacionales de derechos humanos denuncian la detención de figuras
de la oposición.

A pesar del régimen militar, los políticos locales anunciaron recientemente
la formación de una coalición para tratar de derrotar al gobierno militar.
Un informe publicado por el «Telegraph» (29 octubre) explicaba que se ha
formado un bloque de 17 partidos, integrado por acerados enemigos como
Benazir Bhutto, primera ministra en dos ocasiones, y Kulsoom Nawaz, la mujer
del ex primer ministro Nawaz Sharif, encarcelado.

«Hemos establecido esta alianza de 17 partidos para la restauración de la
democracia», dijo Nawabzada Nasrullah, integrante de la llamada Gran Alianza
Democratica (GDA). Nasrullah es un veterano creador de alianzas. Colaboró en
la formación de alianzas como la que lideraba el primer ministro que dimitió
en 1977, Zulfikar Ali Bhutto, o como la que se enfrentó a la dictadura del
general Zia-ul-Haq, en los años ochenta.

El primer paso de la GDA será movilizar a la opinión pública contra el
régimen militar antes de decidir si comenzará con las protestas callejeras.
No todos los paquistaníes han dado la bienvenida a la GDA. Hubo algunas
lágrimas derramadas cuando los militares llegaron en octubre del año pasado,
y muchos querrían ver el efecto de las reformas del general Musharraf antes
que volver a un gobierno civil elegido, con sus luchas internas y sus
calumnias.

Contexto histórico
En noviembre de 1996, el presidente Leghari cesó al gobierno de Benazir
Bhutto, acusándolo de corrupción, mala administración económica, e
implicación en ejecuciones extrajudiciales en Karachi. Las elecciones de
febrero de 1997 dieron la victoria al PML/Nawaz y el presidente Leghari
llamó a Nawaz Sharif a formar gobierno en marzo de 1997.

A pesar de los intentos de lograr reformas constitucionales, el gobierno
Sharif se enzarzó en largas disputas con el poder judicial que culminaron en del presidente Leghari en diciembre de 1997. El nuevo presidente elegido por
el Parlamento, Rafiq Tarar, era un hombre cercano al primer ministro. Se
lanzó una campaña para acusar a los políticos de la oposición y a los
críticos del régimen. De manera similar, el gobierno actuó restringiendo las
críticas de prensa y ordenó el arresto y palizas a periodistas destacados.

Cuando las críticas internas a la administración de Sharif se
intensificaron, intentó reemplazar al jefe del Ejército, general Pervez
Musharraf, el 12 de octubre de 1999, por un familiar leal, el general
Ziauddin. Aunque el general Musharraf estaba fuera del país en aquél
momento, el Ejército se alzó inmediatamente para deponer a Sharif.

Extremistas musulmanes
Uno de los temas principales que atrae el interés de los países occidentales
sobre Pakistán es la situación respecto a los grupos islámicos radicales.
Según indicaba el «Financial Times» (27 octubre), la reciente crisis entre
israelíes y palestinos provocó que grupos musulmanes paquistaníes
prometieran el envío de miles de voluntarios a luchar al lado de sus
hermanos palestinos.

No hace muchos años Pakistán fue uno de los más cercanos aliados de Estados
Unidos en la región y en los años ochenta fue uno de los estados en primera
línea en la lucha de Washington contra el terrorismo global. Pero, en la
década pasada, la brecha entre Islamabad y Washington se hizo más profunda.
Fue origina por diferencias en materias como la proliferación nuclear y las
actividades de los mismos militantes islámicos que Washington había
financiado en el pasado, cuando luchaban contra el régimen pro soviético de
Afganistán.

La situación fue recientemente materia de análisis de Jessica Stern, en un
artículo publicado en el número de noviembre-diciembre de «Foreign Affairs».
Los militares paquistaníes apoyan en estos momentos a los «luchadores de la
libertad», o «mujahidín» en el conflicto de Kachemira. El gobierno de
Estados Unidos cree que Pakistán financia, entrena y equipa a los
irregulares. Mientras tanto, el gobierno indio protesta porque este país los
usa como una fuerza guerrillera no oficial para llevar a cabo «trabajos
sucios», asesinatos y terrorismo en India.

Sin embargo, según revela Stern, el ejército afronta ahora un serio
problema: los intereses de Pakistán y los de los grupos militantes no
coinciden en todo. Si bien los irregulares pueden servir a los intereses de
Pakistán en Kachemira al atacar al ejército indio, sus métodos incluyen el
asesinato de civiles, el terrorismo, la violación de las leyes y normas
internacionales. Estos crímenes perjudican la ya frágil reputación
internacional de Pakistán.

Y lo que es más peligroso, estos grupos militantes paquistaníes representan
un peligro a largo plazo para la seguridad internacional, la estabilidad
regional y especialmente para el mismo Pakistán. Aunque su objetivo
actualmente se concentra en «liberar» Kachemira, según ellos anexionada por
India ilegalmente, su próximo objetivo es convertir Pakistán en un auténtico
estado islámico. Islamabad apoya a estos voluntarios como un modo económico
de neutralizar a India. Actuando así, sin embargo, se está creando un
monstruo en sus fronteras que amenaza con devorar la sociedad paquistaní.

Una de las canteras de estos grupos extremistas son las escuelas religiosas
islámicas, «madrasahs», diseminadas por todo el país. No sólo proporcionan
educación sino que dan, además, comida gratis, alojamiento y vestido.
Algunos extremistas «madrasahs» predican la «jihad» (guerra santa), que
muchos alumnos islámicos interpretan como la lucha por la justicia, con los
medios de la guerrilla.

Mientras que los paquistaníes ricos tratan de dinero (y no a sus hijos) a la
causa, las familias pobres, de las áreas rurales, están dispuestas a enviar
a sus hijos jóvenes para combatir por la «jihad» con la creencia que es el
único modo de cumplir con su deber espiritual.

Por otra parte, según informa «Foreign Affairs», grupos militares
paquistaníes están ahora exportando su versión de la «jihad» a todo el
mundo. La «Khudamudeen madrasah», explica su director, está instruyendo a
estudiantes de Birmania, Nepal, Chechenia, Bangladesh, Afghanistán, Yemen,
Mongolia, y Kuwait. De los 700 estudiantes de la «madrasah», 127 son
extranjeros.

Aproximadamente la mitad del alumnado de la Darul Uloom Haqqania, la
«madrasah» que creó los talibanes, es de Afganistán. Educa también a
estudiantes de Uzbekistán, Tayikistán, Rusia y Turquía y actualmente está
ampliando su capacidad para recibir entre 100 y 500 jóvenes extranjeros,
declaró el director.

El camino a seguir
En los próximos años, se perfila un escenario de conflicto entre las fuerzas
seculares e islámicas dentro de Pakistán. Según opina un reciente artículo
publicado por «Stratfor» (12 octubre), el general Musharraf querría estar a
favor de un estado de tipo secular y no tolerará la creciente influencia de
las fuerzas extremistas.

El general Musharraf pasó siete años en Turquía durante sus niñez y se
presume que admira a Mustapha Kemal Ataturk, el héroe militar y fundador de
la moderna Turquía. Pakistán, como la Turquía de la era de Ataturk, está
amenazada por el colapso económico, las luchas internas y el fundamentalismo
islámico.

Si los gobernantes militares optan por un modelo basado en la experiencia
turca, tendrán que afrontar el desafío frontal de los partidos
fundamentalistas. Como los islámicos radicales son una amenaza para la
estabilidad social y el crecimiento económico, «Stratfor» considera que
Musharraf probablemente elegirá emular el modelo turco.

Por lo tanto, la tendencia dibuja una crisis entre los militares y los
fundamentalistas. Ambos esperan atraer a las masas a su campo. Por el
momento, este debate podría hacerse feroz, con el fomento por parte de los
extremistas musulmanes de las protestas violentas y las manifestaciones
masivas, mientras que los militares tratan de arrestar y suprimir a los
cabecillas.
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