Misionero de Pekín en Italia

Un sacerdote chino atiende a 18.000 inmigrantes del país asiático

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PRATO, 19 nov (ZENIT.org).- Quería ser misionero en China. En cambio ha venido a encontrar a China en Italia para llevarle el Evangelio. El padre Juan Ding, de 37 años, nacido en Pekín, es el «párroco» de los chinos en la localidad italiana de Prato, a donde ha llegado hace poco.

En la industriosa ciudad toscana, una de las principales zonas textiles de Europa, se ha establecido desde hace más de diez años una numerosa comunidad china. Sobre una población de 180.000 habitantes, los chinos que viven regularmente son 12.000 pero, si se cuenta a los clandestinos, son en torno a los 18.000, en gran parte provenientes de la región de Zhejang, al sur de Shangai.

Entre ellos hay muchos empresarios, dedicados sobre todo al tejido de punto. Y están en fuerte expansión las empresas comerciales. La convivencia no ha registrado hechos negativos pero la integración no es fácil. Entre estos asiáticos, los católicos son poquísimos. En cambio tiene una cierta consistencia la comunidad evangélica, que desde hace algunos años se reúne en los locales de una parroquia católica.

Desde hacía tiempo la curia diocesana estaba buscando un sacerdote chino a tiempo pleno. La propuesta fue acogida favorablemente por el Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras (PIME) del que forma parte el padre Ding. Y así el sacerdote se ha sumado a una religiosa que trabaja en esta localidad con la Cáritas, sor Magdalena Poh.

«Estoy muy contento de trabajar en contacto con mis paisanos –explica el padre Ding–. Ya había estado en Prato otras veces para celebrar la misa semanal de los chinos. Ahora finalmente tengo la posibilidad de dedicarme a tiempo pleno al anuncio del Evangelio. Por ahora seguiré cuidando del pequeño grupo católico y pronto espero empezar a visitar a todas las familias chinas».

El padre Ding está habituado a las dificultades y no se asusta. La suya es una historia de «catacumbas» y de humillaciones, como la de todos los católicos chinos. Su familia es católica, probablemente convertidos a finales del siglo XIX. Le bautizó su abuelo en secreto, mientras se desencadenaban violentas persecuciones contra los católicos y no había sacerdotes. Los que habían quedado en China con vida estaban en la cárcel.

«He conocido a Cristo gracias a mi abuela que, cada domingo, me enseñaba el catecismo en casa, tras haber cerrado bien todas las ventanas –relata–. Para participar en una Misa tuve que esperar a que abrieran de nuevo al culto las iglesias, a inicios de los años ochenta».

La vocación nació en la familia, en medio de aquella fe tenazmente cultivada. El padre Juan logró dejar China en 1986. Llegó a Italia y en Monza entró en el PIME. En 1995 fue ordenado sacerdote. Ahora vive en Prato, en la parroquia de la Ascensión, que se convertirá en el centro pastoral de los chinos.

«Es una comunidad joven pero veo mucha esperanza. Estoy convencido de que el Espíritu Santo «trabaja bien». Y gracias sobre todo a Caritas, en estos años se ha hecho mucho por favorecer su integración», explica.

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ZENIT Staff

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