CIUDAD DEL VATICANO, 15 dic 2000 (ZENIT.org).- Juan Pablo II considera que el cierre de la tristemente famosa central nuclear de Chernobyl (Ucrania) constituye un paso significativo «hacia la paz».
El 26 de abril de 1986, a las 4 de la mañana, una tremenda explosión en las instalaciones atómicas provocó muerte y destrucción a su alrededor. Fue el accidente nuclear más grande de la historia. Catorce años después, el gobierno ucraniano ha decidido cerrar la central, en virtud de los compromisos internacionales asumidos en conformidad con el Memorándum de Ottawa en 1995.
Con este motivo, el Santo Padre ha enviado un mensaje al presidente de Ucrania, Leonid Kuchma, en el que se une a «todos aquellos que en su país y en todo el mundo ven con satisfacción este significativo gesto».
El pontífice, que visitará este país de mayoría ortodoxa el mes de junio próximo, considera que «En este año jubilar, en el que celebramos los dos mil años del nacimiento de Cristo, el Salvador del hombre, es alentador que su país haya dado un paso significativo hacia la paz, ofreciendo así a sus conciudadanos del mundo entero un signo de esperanza para un mundo más seguro y fraterno».
El cierre de la central –afirmó hoy en una rueda de prensa en Roma Nina Kovalska, embajadora de Ucrania ante la Santa Sede– es para el pueblo ucraniano un símbolo de esperanza». Pero añadió, «no tendrá efectos inmediatos».
El cierre de la central, explicó la embajadora, requiere «un proceso tecnológico sumamente complicado que durará al menos treinta años. Podría decirse que no estamos más que al inicio». Luego tendrán que cerrarse los reactores, estabilizar el sarcófago (la capa de cemento que envuelve en estos momentos el reactor número 4 dañado por la explosión), buscarse una solución para los miles de personas que trabajan hasta hoy en la central y un proyecto para compensar la disminución de producción eléctrica del país.
Todo el proyecto es financiado por la Banca Europea para la Reconstrucción (BER) que ha destinado 769 millones de euros, de los cuales tan sólo «el 27% ha sido confirmado», constató la embajadora con algo de preocupación en su rostro.
Por eso, Kovalska pidió a la comunidad internacional que «mantenga los compromisos asumidos en el Memorándum de Ottawa» y advirtió: «Chernobyl no es un problema nacional, afecta a toda Europa».
Se han atribuido 3,4 millones de muertes desde 1986 a las radiaciones, aunque es casi imposible de calcular el número real de víctimas, pues hay que considerar las «muertes invisibles», dijo esta mañana la señora Kovalska.
«Decenas de miles de personas han caído enfermas tras los efectos de las radiaciones –añadió–. En el caso de los adultos, se han establecido estas consecuencias, pero después los niños han sufrido las consecuencias. En Ucrania se experimenta una elevada mortalidad infantil».
La agencia Reuters informaba hoy que uno de cada 16 ucranianos sufre problemas de salud vinculados al accidente, al igual que millones de personas en las vecinas Rusia y Bielorrusia.