Juan Pablo II critica la Carta Europea de Derechos Fundamentales

Recientemente aprobada en la cumbre de Niza

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CIUDAD DEL VATICANO, 17 dic 2000 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha dado un suspenso a la Carta Europea de Derechos Fundamentales, recientemente aprobada en la cumbre de la Unión Europea, celebrada en Niza el 7 de diciembre, porque «niega a Dios y a la familia».

Interviniendo ayer por la mañana con un mensaje en el simposio que recuerda los 1.200 años de la coronación de Carlomagno, el pontífice afrontó el reciente compromiso de la Unión Europea de formular una Carta de Derechos Fundamentales para sintetizar, en el inicio del nuevo milenio, los valores fundamentales en los que debe inspirarse la convivencia de los pueblos europeos.

En este sentido no escondió su «desilusión por el hecho de que no se haya incluido en el texto de la Carta ni siquiera una referencia a Dios, en el que está, por otra parte, la fuente suprema de la dignidad humana y de sus derechos fundamentales».

«No se puede olvidar –insistió Juan Pablo II– que fue la negación de Dios y de sus mandamientos la que creó en el siglo pasado la tiranía de los ídolos, expresada en la glorificación de una raza, de una clase, del Estado, de la nación, del partido, en lugar del Dios vivo y verdadero. Justamente a la luz de las desventuras derramadas sobre el siglo XX se comprende que los derechos de Dios y del hombre se afirman o caen juntos».

Subrayó que, «a pesar de los muchos nobles esfuerzos, el texto elaborado para la «Carta Europea» no ha satisfecho las justas expectativas de muchos. Podía, en especial, resultar más valiente la defensa de los derechos de la persona y de la familia. Es en efecto más que justificada la preocupación por la tutela de los derechos, no siempre adecuadamente comprendidos y respetados. En muchos estados europeos están amenazados, por ejemplo, por la política favorable al aborto, legalizado casi en todas partes, por la postura cada vez más posibilista respecto a la eutanasia y, últimamente, por ciertos proyectos de ley en materia de tecnología genética no suficientemente respetuosos por la cualidad humana del embrión. No basta enfatizar con grandes palabras la dignidad de la persona, si esta es luego gravemente violada por las mismas normas del ordenamiento jurídico».

El Santo Padre concluyó afirmando: «En la búsqueda de su identidad, Europa no puede prescindir de un enérgico esfuerzo de recuperación del patrimonio cultural dejado por Carlomagno y conservado a lo largo de más de un milenio. La educación en el espíritu del humanismo cristiano garantiza la formación intelectual y moral que forma y ayuda a la juventud a afrontar los serios problemas suscitados por el desarrollo científico-técnico. En este sentido, también el estudio de las lenguas clásicas en las escuelas puede ser una válida ayuda para introducir a las nuevas generaciones en el conocimiento de un patrimonio cultural de inestimable riqueza».

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ZENIT Staff

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